jueves, junio 26, 2025
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El “Gran Israel” o la guerra perpetua

El primer Congreso Sionista Mundial se realizó en Basilea, Suiza, en 1897. Fue convocado y presidido por Theodor Herzl. Este es el comienzo y razón de ser de la terrible violencia que padece el Medio Oriente desde hace cien años

Luz Marina López Espinosa

La violencia sionista ha alcanzado topes dramáticos, como los que presenciamos en este 2025, cuando en vivo y en directo contemplamos el exterminio ─“la solución final”─ del pueblo palestino. A esto se sumó el artero ataque de Israel a Irán y el traicionero ataque de Estados Unidos contra las instalaciones nucleares de Irán. Estos acontecimientos han puesto al mundo, como no se había dado desde la llamada “crisis de los misiles” en 1962, a las puertas de la tercera guerra mundial.

¿Y por qué la responsabilidad del Primer Congreso Sionista Mundial?

La principal razón es que fue allí donde se acordó ─con cincuenta años de anticipación─ la constitución del Estado de Israel en Palestina, sin considerar ni importarles que esa tierra tenía dueños legítimos y sus habitantes ancestrales de milenios eran un noventa por ciento no judíos.

Esa fundación fomentó la inmigración mundial de judíos a ese territorio, ocuparlo y hacerlo suyo con el carácter de “hogar nacional judío”. Para el proyecto sionista implicaba el desprecio y desconocimiento de los habitantes que estaban en su suelo y que era objeto de ocupación.

Pero no era suficiente para los ocupantes, comenzaron a pasar a cuchillo a los nativos palestinos, despojarlos de su tierras y, en el mejor de los casos, obligarlos a huir a cualquier otro lugar del mundo. El racismo judío ─en verdad sionista─, que pregonó ese Congreso, no tiene objetivo distinto.

Hay algo más de ese Congreso sionista de hace ciento treinta años: además del inevitable cambio demográfico planeado para que en el territorio no hayan musulmanes ni cristianos, sino sólo judíos con lo cual podrán afirmar que se trata de una democracia perfecta al representar su gobierno a la mayoría de los ciudadanos, también se decidió la constitución de fuertes comunidades judías en todos los países.

Estas últimas tendrían como fin hacer lobby ante las autoridades y medios de comunicación, en pro de sus intereses políticos y económicos y del futuro Estado de Israel, reclamar prerrogativas a las que ningún otro grupo racial o religioso tiene derecho y exigir subsidios de los gobiernos para sus empresas de toda índole.

Guerra, religión y hegemonía

El proyecto sionista preparado y promovido por Theodor Herzl nos condenó a una guerra perpetua, con visos de escala mundial como la de estos momentos, con base en esa locura supuestamente bíblica y carente de todo fundamento histórico y jurídico del “Gran Israel”.

La “tierra prometida”, que según la tradición religiosa Dios les habría ofrecido a los judíos, ha sido utilizada por el sionismo ─como aparato militar político y económico─ para instrumentalizar el nombre, tradición y religión judía. Con ello, no solo reclama el territorio, sino que también persigue establecer un poder hegemónico en el mundo.

Así, con base en la altísima jerarquía del generoso donante, el sionismo exige esa tierra. Y lo peor aún es que lo hace por la fuerza sin reparar en lo que ello signifique a los pueblos que la habitan. Mediante la guerra, con su estela de muerte y destrucción, y con un desprecio total por las normas del derecho internacional, tanto en tiempo de la guerra como de la paz. Basta con mirar lo que representaron e hicieron Golda Meir, Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu.

¿Y qué es el “Gran Israel”? Ocupar el Israel actual “por derecho divino” y hacerlo suyo, nada menos que esa porción de que hablan los mitos del Antiguo Testamento, que va desde el Nilo hasta el Éufrates, engullendo jurisdicciones de los hoy Estados de Egipto, Líbano, Siria, Irak, Arabia Saudita, Palestina y Jordania, el Medio Oriente y el norte de África.

El propósito evidente es el poder político, económico y militar dominante en la región, un objetivo que se oculta tras un traje aún más pérfido: el desprecio y racismo hacia los pueblos árabes. Otra vez, una doctrina materialista se escuda en la espiritualidad judía para revestir de legitimidad unas ambiciones desbordadas.

El mandato británico

La larga saga de esta historia que no ha debido ocurrir tiene hitos como son la Declaración de Balfour de 1917. En ella, el Canciller británico en nombre de su Majestad en un documento elaborado a cuatro manos, con el multimillonario financista de las guerras británicas y líder de la comunidad sionista en ese país Lionel Walter Rothschild, redactó el documento conocido con ese nombre, en el cual se manifestaba la complacencia de que en Palestina se instalara “el hogar nacional judío”.

Se trata de un documento del que los especialistas se preguntan si tiene algún valor jurídico. Posteriormente, en 1922, la Liga de las Naciones ─antecesora de la ONU─ confirió a la Gran Bretaña, como una de las potencias vencedoras de la Primera Guerra Mundial, el llamado “Mandato Británico” sobre Palestina. Este mandato le confería la administración del territorio, que se trataba de un territorio del derrotado Imperio Otomano en esa guerra.

Ahí comenzó la ocupación por parte de judíos y judíos sionistas llegados de Europa que, en un principio, convivieron con los pacíficos palestinos que los recibieron bien, hasta que los sionistas declararon que ese territorio era suyo, expulsando hasta sus protectores, los administradores británicos.

Después, con la nefanda Resolución 181 de 1947, vino la catástrofe para el pueblo palestino, la conocida Nakba cuando los que no fueron pasados a cuchillo debieron huir en número de setecientos cincuenta mil.

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