lunes, septiembre 22, 2025
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Dos horas de viaje y un sueño de dignidad

Con una hija de ocho años y jornadas agotadoras, Pilar representa a las trabajadoras que ven en la reforma laboral la posibilidad de equilibrar empleo, maternidad y dignidad

Flora Zapata

Cada mañana, Pilar se levanta a las cuatro y media, antes de que suene el despertador. Vive en Soacha y trabaja como vendedora en una empresa de alimentos artesanales en el norte de Bogotá. El trayecto diario le toma casi dos horas, tiempo que pasa entre buses llenos y el cansancio que se acumula antes de iniciar la jornada.

Su hija de ocho años, con quien comparte la casa, suele seguir dormida cuando Pilar se despide. Deja listo el desayuno, la lonchera y las tareas revisadas para que la pequeña pueda cumplir con el colegio. Ser madre cabeza de familia significa cargar sola con la responsabilidad de sostener económicamente el hogar, de proveer comida, educación y cuidado.

En el trabajo, su condición de madre ha sido un obstáculo. Ha perdido comisiones por llegar tarde después de una cita médica de su hija, y en más de una ocasión sintió que su contrato podía estar en riesgo por pedir permisos para cumplir con responsabilidades familiares. Su vínculo laboral es frágil: un contrato a término fijo que se renueva cada seis meses, bajo la incertidumbre de no saber si será renovado.

Obstáculos en la doble jornada

El tiempo es el recurso que más se le escapa. Ocho horas de pie atendiendo clientes, sumadas al viaje de ida y regreso, dejan poco espacio para ella misma. En las noches la esperan las tareas del hogar, que no cuentan como trabajo para nadie más, pero que para Pilar son igual de exigentes.

“Las mujeres siempre tenemos que elegir entre trabajar o cuidar, como si las dos cosas no pudieran ir juntas”, repite entre amigas. Ese dilema ha marcado buena parte de su vida, y con frecuencia se pregunta cómo sería su cotidianidad si pudiera equilibrar mejor las cargas.

Expectativas frente a la reforma

La primera vez que escuchó hablar de la reforma laboral fue por una compañera de trabajo. Al principio dudó, pensó que era otra promesa incumplida, pero después lo confirmó en un periódico: la ley ya estaba aprobada. Lo que más le llamó la atención fue la posibilidad de acceder a jornadas flexibles para mujeres con responsabilidades de cuidado.

Para Pilar, esa medida sería transformadora. Imagina llegar más temprano a casa, cocinar sin apuros, acompañar a su hija en las tareas escolares, leerle un cuento antes de dormir. Lo que hoy parecen lujos inalcanzables, podrían convertirse en parte de su vida cotidiana.

También le ilusiona la protección a la maternidad y la formalización de sectores feminizados, como el servicio doméstico o el trabajo comunitario. Aunque ella no pertenece directamente a esos oficios, conoce vecinas que trabajan sin contrato ni prestaciones, y siente que, de aplicarse bien, la reforma significará un reconocimiento histórico a mujeres invisibilizadas durante décadas.

Sueños y proyecciones

El mayor sueño de Pilar es alcanzar una pensión. Conocer que ahora, gracias a la articulación con la reforma pensional, se podrán descontar semanas por maternidad, le devolvió esperanza. No quiere envejecer dependiendo de la ayuda de otros ni que su hija la vea luchar en la vejez como lo hace ahora en su adultez.

Sueña con ser reconocida no solo como vendedora que cumple metas, sino como mujer trabajadora que sostiene sola un hogar. La idea de una “sociedad del cuidado”, donde el Estado y los empleadores compartan responsabilidades, le hace sentir que su vida en casa ya no sería invisible, sino parte de la economía que sostiene al país.

Una reflexión necesaria

Para Pilar, la reforma no es un listado técnico de artículos legales, sino una promesa de equidad. La traduce en palabras sencillas: que las mujeres puedan trabajar sin sentirse culpables por no estar en casa, y que en casa puedan cuidar sin sentir que están fallando en el trabajo.

Reconocer el valor del cuidado, garantizar contratos dignos y abrir la puerta a una pensión son, en su opinión, pasos que devuelven humanidad. No son privilegios, insiste, sino derechos que por años se les negaron a las mujeres.

Una esperanza en construcción

La historia de Pilar es también la de miles de mujeres en Colombia. Mujeres que madrugan, que recorren largas distancias, que sostienen familias enteras entre la formalidad precaria o la informalidad sin garantías.

La reforma laboral y pensional no es una varita mágica que transformará la vida de un día para otro, lo sabe. Aún quedan dudas sobre si las empresas cumplirán, sobre si los subsidios generarán nuevas oportunidades o si las jornadas flexibles se respetarán sin castigos salariales. Sin embargo, para Pilar representa un inicio esperanzador.

En el fondo, cree que la verdadera transformación estará en que su hija, cuando tenga su edad, no deba luchar tanto por lo que debería estar garantizado desde siempre. Y ese solo pensamiento ya la hace aferrarse a la posibilidad de que, por primera vez, la equidad laboral para las mujeres deje de ser un discurso y se convierta en realidad.

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