El 2 de junio se celebró la fecha que reivindica los derechos del campesinado, por primera vez reconocidos por el Gobierno del cambio
René Ayala
@reneayalab
El primer domingo de junio se celebra el día del campesino. De manera contradictoria, esta conmemoración fue decretada en 1965 durante el gobierno de Guillermo León Valencia, el presidente que le declaró la guerra al campesinado e inauguró la violencia contemporánea, que ha victimizado la ruralidad. Este mandatario, exactamente una año antes, había bombardeado e incendiado las regiones de resistencia agraria de Marquetalia, El Pato, Guayabero y Riochiquito.
La violencia se enquistó en el campo para imponer un modelo de acumulación de capital basado en el despojo de campesinos pobres y la imposición de la gran propiedad latifundista. Por eso, la “celebración” tenía un sabor amargo; los mismos que atizaban la guerra en la ruralidad organizaban festejos para reivindicar a una población que era objeto de persecución, segregación, exclusión y muerte.
Celebrar es luchar
Desde entonces, la lucha del movimiento campesino ha madurado las condiciones para avanzar en la conquista de un gobierno democrático, que hoy le da otra significación y alcance a esta celebración. Ya no es la fiesta sin contenido, casi de remembranza de un grupo social objeto de estudio y de mirada lastimera, usado y manoseado como una especie en vía de extinción u objeto de museo. No, se trata de una jornada resignificada, construida desde la resistencia y la lucha.
Hoy el campesinado celebra su reconocimiento como sujeto de derechos, algo que hasta ahora era una quimera. Por fin, gracias al impulso de un gobierno de origen popular y democrático, la Constitución les reconoce y caracteriza en su justa dimensión. Sus derechos están integrados en la Constitución. Su aspiración histórica a ser redimidos en la postergada y esperada reforma agraria está en la agenda de la acción política y la gobernanza.
Por ello, el día del campesino adquiere un sentido y una dimensión especial. El campesinado lo arrebata al establecimiento, para que no sea una fecha más en el calendario, sino que adquiera una potencia para contribuir a transformar su relación cultural y política con la nación, como sujeto transformador vivo, articulado a la modernidad que representa el proyecto del cambio.
El movimiento campesino ha jugado un papel clave en la dinámica de las movilizaciones sociales, el paro agrario de 2013 y la lucha por la defensa del territorio y la paz, con las zonas de reserva campesina. Es de las expresiones del mundo rural, contra el modelo, de donde deviene la participación fundamental, desde la periferia para garantizar el triunfo de Gustavo Petro, que hoy se refleja en el impulso de la reforma agraria como un eje clave del proyecto político del cambio.
Campesinado y cambio
La acción política del campesinado se refleja en las expectativas de transformación en el sector rural. El gobierno impulsa una agenda ambiciosa de reforma agraria con el fortalecimiento de los programas de desarrollo sostenible. La reforma agraria integral, como eje del Acuerdo de paz de 2016, busca superar problemas históricos de concentración de tierra y brindar a los campesinos acceso a tierras productivas, con medidas capaces de romper el ciclo de pobreza que afecta a muchas familias rurales. La celebración del día del campesino es con paz y tierra; sin duda es un propósito que se impulsa desde la institucionalidad agraria, menguada por los gobiernos neoliberales aliados con los intereses de los terratenientes.
El anuncio de la Agencia Nacional de Tierras de reivindicar junio como el mes campesino y acompañarlo de jornadas maratónicas de entrega de tierras ─más de 6000 hectáreas, que favorecerán a 600 familias en el Caribe, Antioquia, Meta y Cundinamarca─, hace del día del campesino una fecha que adquiere una nueva significación. Es, por fin, una jornada de reivindicación, alegría y esperanza para quienes labran el surco y garantizan nada más y nada menos que el alimento vital para la nación
En la víspera del día del campesino en Santa Barbara de Pinto, Magdalena, el presidente Petro entregó a 50 familias campesinas, víctimas del desplazamiento y el conflicto, la finca Yajaira, con más de 500 hectáreas productivas. “Aquí se siente la realización de la justicia social. La posibilidad de que un gobierno ayude a que la población excluida tenga su espacio. El conflicto armado en los últimos 75 años tiene que ver con la desigualdad alrededor de la tierra”, expresó el mandatario.
Este hecho es trascendental y marca para el campesinado un nuevo tiempo, haciendo que el día del campesino no sea una fecha más de nostalgia o de referencias frívolas y distantes, para convertirse en un día de fiesta de futuro, que reconozca la dimensión, dignidad y fuerza de una población que es el nervio y sangre de nuestra identidad, y que necesita tierra y paz para ser.