Los problemas sociales del campesinado no tienen soluciones a la vista. Hay desconfianza hacia el Gobierno nacional después de tantas promesas incumplidas.
La comunidad de El Orejón testigo del desminado. Foto Hernán Camacho.
Hernán Camacho
Lo primero que advierten los habitantes y líderes sociales de la vereda El Orejón, es que se sienten agradecidos por el plan piloto de limpieza de minas y materiales explosivos que se desarrolla exitosamente en su territorio; pero advierten que llevan a cuestas problemáticas sin resolverse desde hace décadas y esperan sea esta la oportunidad para hacerlo.
Allí se han cruzado todos los problemas del país: la violencia oficial, la respuesta guerrillera, el paramilitarismo, la ausencia de desarrollo agrario, el abandono estatal a las comunidades y la instalación de megaproyectos que deterioran el medio ambiente y atentan contra su territorio dejando como primera consecuencia el desplazamiento. El Orejón es la radiografía de las causas que generaron el conflicto y la oportunidad para hacer un laboratorio de paz estable y duradera.
La economía local
Es considerada la vereda más contaminada de explosivos en el mundo. Tienen energía eléctrica hace apenas cuatro años. Está a tres horas de distancia en mula de la cabecera municipal de Briceño y si le hicieran una carretera terciaria quedaría conectado a quince minutos de las veredas San Andrés, Toledo y el municipio de Ituango. Esa fue la primera promesa que el gobierno nacional les hizo a los habitantes de El Orejón para permitir desarrollar el plan piloto de desminado.
En su territorio se da el fique por naturaleza, cultivos frutales como el aguacate y pueden sembrar una variedad del café de alta calidad. Pudieran ser productores de ganado y aspiran a hacer pequeña ganadería “todo lo que queramos sembrar lo cosechamos pero el conflicto no deja. La paz es posible si tenemos un proyecto de reconstrucción de un nuevo país”, indica Bernardo Peláez, el líder comunitario de mayor edad en El Orejón.
Sin desarrollo agrario la vereda es sujeto de las dinámicas económicas provenientes del cultivo de hoja de coca como única fuente económica para sus habitantes. Si la cosecha de la hoja se frustra por la erradicación de la fuerza pública, que generalmente es un despliegue militar significativo, Briceño y sus alrededores parecerían un territorios fantasma. Se paraliza el comercio y el mercado.
Wilmar Moreno, es un campesino de la región. Aprovechó la visita de las delegaciones internacionales y la prensa para denunciar lo que vive el campo a espaldas del desminado. Moreno se refiere a la problemática que toca al campesinado directamente, el uso de cultivos denominados ilícitos. “Estoy aquí porque tengo inconformidades del campesinado que tienen que ver directamente con el proceso de paz”, dice Moreno a VOZ. “La erradicación de la hoja de coca es un punto en la agenda de La Habana que incluso ya fue acordado pero que no conocemos los resultados y mucho menos sabemos cuáles serán las acciones que se realizarán para que se ejecute lo acordado”, añade.
No es un problema nuevo para los habitantes de El Orejón y en general de Briceño. Como lo señaló VOZ en la pasada edición, campesinos de la zona se manifestaron reclamando que se detengan las erradicaciones manuales de sus cultivos que están generando una crisis social sin precedentes y que se inicie la implementación de los acuerdos de La Habana en ese punto. “El campesino no está en contra de acabar con el cultivo lo que exige es que se le otorguen garantías de acceso a otros cultivos que sean rentables para no perder el ingreso de sus familias. Queremos una alternativa, una sustitución viable. No queremos que el gobierno arranque la mata y nos deje con el hambre”, señaló Wilmar Moreno.
Explotación minera
Pero el tema agrario no es la única problemática que expresan los habitantes de El Orejón. La principal escuela de la vereda se cae a pedazos mientras se divisa la imponente construcción del proyecto energético más importante del departamento: Hidroituango. Un proyecto que aspira generar el 20% de la energía para el país. Los campesinos calculan que con la inundación del embalse que alimentará la hidroeléctrica y la adjudicación de licencias ambientales de los cerros más empinados de la vereda, los están emboscando para que definitivamente salgan de la región en menos de cinco años.
“Esta vereda era completa desde los cerros hasta el río Cauca. De a poco se está apropiando EPM de las tierras para la hidroeléctrica. Incluso dos predios de esa empresa fueron los primeros en desminar. Nosotros creemos que hay una intención del gobierno nacional de limpiar de explosivos una zona para que no tenga problemas en el futuro el proyecto de energía. Además están concesionando las minas de la punta del cerro para extraer oro. Pero a nosotros, los campesinos que barequeamos por algunos gramos de oro en el río nos tratan de ilegales. Para los pobres todo lo malo”, señaló José Alonso Gómez, habitante de la vereda El Orejón desde hace una década.
Desilusión
Rosa Angélica Mazo es líder de la vereda, con fuerte voz habla de la difícil realidad social que viven. “Yo me siento engañada. Desde el primer día de trabajo del plan de desminado nos ofrecieron la mano para el desarrollo de nuestra comunidad y no hemos visto nada”, explica.
Según relata, la Cancillería los visitó, manifestaron que estaban listos para apoyarlos y que tuvieran la absoluta certeza que se iban a llevar a cabo los proyectos productivos necesarios para el desarrollo de la vereda. Incluso le ofrecieron a la Agencia Popular Noruega, IAP organización que ayuda en el desminado a ser garante de tales proyectos. “Pero nada se ha cumplido”, subraya Rosa Angélica. Los proyectos productivos que la comunidad le presentó denominados Granjas Auto sostenibles, no fueron aceptados, a cambio recibieron “un azadón, una semilla y un palustre por familia ¿Eso nos sirve para algo?”, concluye Rosa Angélica.
Cinco meses después del inicio del plan de desminado le surge otra problemática de orden laboral. A partir de la instalación del campamento principal del plan de desminado, Rosa Angélica Mazo, fue escogida para preparar los alimentos de los casi treinta personas que a diario trabajan allí. De acuerdo a lo convenido le pagarían todas las prestaciones sociales pero hasta hoy no ha sido posible que le cancelen la seguridad social por desempeñar dicha labor. Según su propia denuncia no sabe a quién reclamarle ahora que su salud se ve afectada.
Institucionalidad
La respuesta oficial de las autoridades señala que tales promesas serán cumplidas en la medida que estas hagan parte de los planes de desarrollo local del municipio de Briceño. Los campesinos de El Orejón advierten que en la institucionalidad no confían pues en una década no han visto desarrollo agrario y temen que al terminar el plan piloto vuelvan a ser una vereda más en el olvido con los mismos problemas sociales y expuestos al terror paramilitar.
Lo único nuevo para los habitantes es ver con sus propios ojos como su cancha de fútbol sirve, además de helipuerto improvisado, para los encuentros futboleros entre soldados de la fuerza pública y guerrilleros de las FARC-EP, algo impensable seis meses atrás, y que los caninos adiestrados para encontrar minas en nada se parecen a sus perros criollos.
El futuro de El Orejón es difícil vaticinarlo. A espaldas del laboratorio de desminado sucede una explosión de problemáticas sociales que resultan ser una deuda histórica. Los campesinos solo esperan que la paz que se habla en La Habana les toque a ellos también.