La constante disputa de los sentidos propone una inexorable batalla contra la mercantilización de la vida y la necesidad de defender la solidaridad entre los pueblos
Javier Castro
@elcastronauta
Se asoma desafiante el fondo de inversiones Kohlberg Kravis Roberts, más conocido por las siglas KKR. Una poderosa firma que ofrece proyectos de vivienda, especialmente a colonos israelíes, en zonas reconocidas por el derecho internacional como palestinas, esto es, Jerusalén Este, Gaza y Cisjordania, las cuales han sido ilegalmente ocupadas. Además, también, se abren paso entre los más grandes promotores de eventos y espectáculos a nivel mundial.
Más allá del show business
Desde 1976, KKR se ha consolidado como fondo de capital, con activos que superan los 550 mil millones de dólares (Bloomberg, 2024). Sus inversiones se concentran en diversos campos de la economía como infraestructura, salud, energía, vivienda y, desde 2024, el entretenimiento en vivo.
Luego de adquirir una significativa participación en los catálogos musicales de BMG Rights Management, KKR compró la empresa SMG (hoy ASM Global), la cual administra cerca de 300 estadios y salas para eventos en el mundo. Estos negocios les garantizan un amplio control de derechos musicales y de los escenarios donde se llevan a cabo masivos conciertos y festivales, en perspectiva de imponerse como oligopolio cultural a nivel mundial.
Cultura para la resistencia
El caso de KKR demuestra, una vez más, que el capitalismo busca edulcorar el arte, diluir su poder transformador, para convertirlo en elemento decorativo. En la actualidad, mientras el fascismo muestra sus dientes, cobra gran importancia toda manifestación artística para consolidar la solidaridad entre los pueblos. El movimiento social y popular debe seguir transitando por los senderos de la lucha antifascista, entre diversas tribunas culturales, que deben ser autónomas e independientes de toda corporación que pretenda instrumentalizarlas.
En ese sentido, destacados artistas han elevado su voz de protesta contra el exterminio en Palestina, y en consecuencia han sido censurados y amenazados. Tal es el caso de Roger Waters, exintegrante de Pink Floyd, recientemente acusado de antisemita y vetado en varias ciudades de Europa. El productor británico Brian Eno se negó a trabajar en Israel y ha liderado campañas de denuncia contra el proyecto de ocupación colonial.
La extensa lista de artistas de reconocimiento mundial incluye a Green Day, Dua Lipa, Yasiin Bey (Mos Def), Imagine Dragons, Macklemore, La Polla Records y Kneecap, entre muchos otros. Todos ellos han sentado posición de solidaridad con Palestina, expresando de manera contundente su rechazo frente al genocidio, llegando incluso a cancelar presentaciones en Israel.
La batalla en el terreno de lo cultural se da en medio de dos visiones: la del arte como mercancía al servicio de conglomerados como KKR, y la del arte como arma para resistir al imperialismo, al fascismo y al sionismo. Particularmente la música supera su propósito de entretener, para también convocar, movilizar y educar políticamente en medio de todo tipo de asimetrías.
Canto por Palestina
La presencia de fondos como KKR en la industria del espectáculo cierne una amenaza sobre la cultura a nivel global, pues no se trata solo de una apuesta financiera: estamos ante una estrategia cuidadosamente diseñada para legitimar a través del universo del espectáculo el desplazamiento, el terror y el despojo. Sumado a la privatización de los espacios para la difusión y persecución a las voces disidentes. Frente a ello, las y los artistas, gestores culturales, promotores de arte y demás actores que intervienen en la creación, deben aunar esfuerzos en defensa de la democracia, la paz y de la vida.
Hoy, cuando el pueblo palestino es víctima de un proyecto sistemático de exterminio étnico, artistas y movimientos sociales están llamados a componer nuevos cánticos de resistencia, a instalar tarimas y llenar tribunas con mensajes de paz y solidaridad. La música tiene el poder de atravesar los muros del apartheid israelí.
Frente al poder del capital transnacional y del sionismo, sigamos dando la pelea contra la pretendida subordinación del arte a los negocios de la ocupación. Sigamos cantando por Palestina.