La ofensiva conservadora arrecia y amenaza con borrar décadas de conquistas. En Colombia y el mundo, se libra una batalla por la vida y la dignidad de las personas LGBTIQ+. Frente a la tibieza política y la violencia sistemática, respondemos con lucha organizada y memoria activa.
Editorial
Vivimos tiempos convulsos. El mundo entero está sumido en una disputa feroz por un nuevo orden global, donde la crisis del imperialismo ha abierto las puertas al avance de fuerzas oscuras: nacionalismos exacerbados, chovinismo, racismo, antifeminismo y homofobia. Las guerras que hoy amenazan con arrastrarnos al abismo nuclear no son sino el síntoma más brutal de esa crisis, y sus consecuencias se sienten en cada rincón del planeta.
Una característica alarmante de las fuerzas conservadoras que hoy avanzan es su cercanía ideológica con el fascismo y su connivencia con agendas religiosas y nacionalistas. La política se contamina de dogmas que buscan retroceder nuestros derechos, incluso en las sociedades liberales del norte global. La amenaza es real y transversal: ningún territorio está a salvo de este retroceso.
En Colombia, los sectores más retrógrados encuentran en el Congreso e incluso dentro del gobierno nuevos aliados para sus cruzadas anti derechos. El debate electoral que se avecina no escapa a esta lógica global: aquí no se juega únicamente una alternancia en el poder, sino el sentido mismo de nuestra democracia, de nuestra dignidad y de nuestra existencia.
Reconocemos que la llegada del gobierno progresista y su bancada en el Congreso ha abierto mejores condiciones políticas para iniciativas como el CONPES 4147 de 2025 o como la Ley Integral Trans de autoría del movimiento Trans, que ha logrado avanzar en el Congreso tras años de lucha y resistencia. Sin embargo, no podemos ignorar la inmensa deuda que deja ante las expectativas generadas. Los 46 asesinatos de personas la LGBTIQ+ en lo que va del año son una herida abierta, un grito de dolor que no ha encontrado una respuesta contundente por parte del Estado. No bastan los tímidos avances legislativos; necesitamos un plan de choque real, urgente, que proteja nuestras vidas y garantice nuestros derechos.
El ciclo del gobierno del cambio se va cerrando y, aunque los pasos dados han sido insuficientes, es innegable que volver al viejo régimen no es una opción. La ultraderecha y el centro tibio ya muestran sin pudor sus alianzas con los sectores más atrasados y conservadores, dispuestos a sacrificar nuestros derechos en el altar de la gobernabilidad y el cálculo político.
Por eso, hoy más que nunca, la constitución del Pacto Histórico como fuerza progresista y su compromiso con la agenda LGBTIQ+ representan nuestra esperanza.
Debemos cerrar el paso al fascismo y apoyar la continuidad del proceso de cambio, pero con una voz crítica, exigiendo que nuestra agenda sea prioritaria y no negociable.
No es tiempo de resignaciones ni de silencios. Es tiempo de lucha, de memoria y de dignidad. Porque nuestros derechos no se mendigan: se conquistan.