El 9 de abril, Colombia asume la presidencia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
Pietro Lora Alarcón
@plalarcon
Es una coyuntura compleja, en la cual la administración Trump en los EE. UU. criminaliza la migración e impone el aumento de los aranceles aduaneros en el sistema comercial, ocasionando reacciones tanto en el bloque hegemónico de poder internacional como en los países del área.
Para el gobierno del cambio, esta presidencia implica, sin duda, una responsabilidad significativa, vinculada a un liderazgo regional. Pero es precisamente por eso que también constituye una excelente oportunidad, en el medio de las contradicciones, para reafirmar una visión fundada en principios como la soberanía, la paz y la democracia, en torno a aspectos y desafíos comunes.
Diálogos y consensos
La promoción de diálogos regulares y la búsqueda de consensos serán fundamentales para colocar en el centro, entre otros temas, el desarrollo sostenible, la transición energética, la justicia climática, el combate al hambre y la pobreza y el hoy urgente asunto de la migración y la situación en las fronteras.
En lo técnico, siendo la Celac un escenario propositivo para agenciar la cooperación, superando asimetrías, a Colombia le corresponde otorgar el soporte institucional que garantice su funcionamiento. Pero lo esencial, insistimos, es el liderazgo político que implica encabezar este bloque, lo cual conlleva tomar la iniciativa para una relación multilateral productiva, útil y de confianza con los BRICS y la Unión Africana.
Es importante, en lo inmediato, el apoyo inicial de Honduras, que se despide del cargo como país sede de la Cumbre de esta semana, y el de países como Brasil y México, que tienen capacidades económicas diferenciadas, además del auxilio de la Comunidad del Caribe, Caricom, del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe, SELA, y de la Comisión Económica de la ONU para la región, Cepal.
Suramérica unida
No es posible desvincular a la Celac de lo que ha sido la lucha popular contra las directrices imperiales. Por el contrario, tiene génesis ancladas en proyectos de integración solidaria, cuyos antecedentes más remotos se encuentran en el horizonte trazado por Francisco de Miranda, en el siglo XVIII, de una nación suramericana unificada. Así también, incorpora parte del acervo del pensamiento bolivariano de una coalición supranacional que garantice la soberanía de América Latina y el Caribe en el mundo, como lo planteado en el Congreso de Panamá de 1826.
La Organización de los Estados Americanos, OEA, nunca fue un consenso regional, no sólo porque se creó bajo la lógica de la Guerra Fría, sino porque tiene substrato ideológico en la Doctrina Monroe. La OEA expulsó a Cuba en 1962 con la disculpa de que el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, TIAR, prohibía acuerdos con potencias extrahemisféricas.
Factores como la presión de la Alianza para el Progreso, de comienzos de los años 60, además de la perspectiva precaria de las clases dominantes de países incapaces de construir un concepto mínimo de interés nacional de raíces emancipadoras y, finalmente, los modelos dictatoriales o de democracia restringida, acabaron sepultando las posibilidades de la unidad regional.
Solo en 1986, con la misión encomendada al Grupo de Río de generar un ambiente de paz, propicio para una controlada democracia representativa, y luego, con la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe para la Integración y el Desarrollo, CALC, nacida en el 2008 en Brasil, se inauguró un modelo con énfasis comercial.
Sin embargo, en 2010, la Cumbre de la Unidad de México fue de la cual nació la Celac, a partir de una ofensiva política de la izquierda regional, que impulsó proyectos alternativos colocando énfasis en temas como los bloqueos contra Cuba y Venezuela, la paz en Colombia y el respeto a la voluntad popular.
Trabajar por la paz
La II Cumbre de la Celac, celebrada en La Habana en enero del 2014, lanzó una histórica Proclama, cuyo contenido adquiere singular actualidad porque declara a América Latina y el Caribe como Zona de Paz. Estableció el compromiso de juntar esfuerzos para impedir armas nucleares en la región y trabajar para promover los objetivos de la ONU de solución pacífica de las controversias, el cese de las amenazas y medidas coercitivas unilaterales y del uso de la fuerza.
Igualmente, la Declaración de Buenos Aires del 2022 reiteró como eje importante de la Celac que la democracia es una conquista regional que no admite interrupciones, ratificando la necesidad de ampliar la participación ciudadanía y la lucha contra la corrupción.
El arraigo popular es imprescindible, por eso es importante reconocer e incluir la generosa gama de actores sociales. Por ello, la Celac Social es un escenario democrático, conectado con los espacios de representación estatal, constituyendo una garantía para que los pueblos sean protagonistas de los debates que tienen mayor impacto en las políticas públicas.
El desafío actual consiste no solo en reaccionar ante Trump, sino en avanzar con una agenda que integre solidariamente en términos de infraestructura productiva, promueva la seguridad alimentaria y energética y diseñe una estrategia sanitaria a partir de un intercambio de experiencias en materia de atención integral, en el cual el modelo de Sistema Único de Salud, SUS, de Brasil es una referencia internacional.
La presidencia es también una oportunidad para que Colombia sea la sede de una Celac Social, que abrace al gobierno del cambio en la lucha por las reformas que el pueblo tanto necesita y exige.