Ante la participación del equipo Israel Premier Tech en el Gran Premio Ciclístico de Montreal, se registraron manifestaciones que rechazaron el intento de limpiar la imagen de Israel
Jessica Ramos
El 14 de septiembre se disputó el Gran Premio Ciclístico de Montreal en Canadá, la carrera, que recorrió 209 kilómetros por el centro de la ciudad, contó con la participación de 161 corredores distribuidos en 23 equipos.
Entre ellos participó el equipo Israel-Premier Tech, IPT, fundado en 2017 por el magnate Sylvan Adams, nacido en Quebec, pero de origen israelí, el equipo es presentado públicamente como un proyecto deportivo con un trasfondo de promoción cultural.
La Universidad de McGill, institución a la que Adams está vinculado en el Instituto de Ciencias del Deporte Sylvan Adams, lo describe como un filántropo comprometido con la ciencia, la tecnología, la cultura y el deporte.
Sin embargo, esta narrativa filantrópica es objeto de un intenso debate y críticas. Manifestantes señalan que el verdadero objetivo del IPT trasciende lo deportivo, funcionando como una herramienta de blanqueo de imagen.
Apoyo al genocidio
La estrategia, busca lavar la reputación internacional del Estado de Israel, ensombrecida por sus políticas de apartheid en los territorios palestinos y, específicamente, por la ofensiva en Gaza contra la población civil.
Asimismo, Adams mantiene una relación pública y de estrecha amistad con el primer ministro Benjamín Netanyahu, cuyo gobierno ha brindado un apoyo explícito al equipo, la alianza evidencia, una sintonía en la que el deporte y la cultura son utilizados como instrumentos de propaganda estatal.
Ahora bien, el equipo se sustenta económicamente a través de la fortuna personal de Adams, patrocinadores privados y, de manera significativa, fondos del Ministerio de Turismo israelí. Esta financiación estatal consolida el vínculo entre el proyecto deportivo y los intereses del gobierno genocida.
La estrategia de Adams no se limita al ciclismo; incluye el financiamiento de macro eventos como la participación de Madonna en el festival Eurovisión, celebrado en Tel Aviv en 2019 y la organización de partidos de fútbol de alto perfil, como el amistoso entre las selecciones de Argentina y Uruguay en Jerusalén, con la presencia de Lionel Messi. Todos estos eventos comparten un denominador común: proyectar una imagen normalizada y atractiva de Israel en el escenario global.
Precisamente por esta razón, el Israel-Premier Tech se ha convertido en un foco de protestas en las carreras donde participa.
Las protestas
Tan solo dos días antes del evento en Montreal, el Gran Premio de Quebec ya había sido escenario de manifestaciones. El domingo 14, al menos 200 personas se concentraron desde la una de la tarde para denunciar que la carrera, ignoraba intencionadamente el genocidio en Gaza y que, particularmente el IPT, es el «embajador del genocidio» y afirmaron que «se está blanqueando un genocidio a través de un equipo deportivo».
No es la primera vez que el deporte es utilizado para encubrir o normalizar las violaciones a los derechos humanos por parte de un Estado, pues ha sido históricamente un instrumento poderoso para la construcción y proyección de identidades nacionales, siendo frecuentemente cooptado por regímenes políticos para fines propagandísticos.
Por ejemplo, el régimen de Adolf Hitler instrumentalizó los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 con una maestría propagandística sin precedentes. El evento fue utilizado para promover internacionalmente la imagen de una Alemania renovada, poderosa y unida, enmascarando eficazmente la naturaleza represiva del Tercer Reich.
Otro ejemplo se dio en 1973, cuando la selección de fútbol de Chile debía enfrentar a la Unión Soviética en un partido de repechaje para el Mundial de 1974. El encuentro estaba programado para jugarse en el Estadio Nacional de Santiago, recinto que, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet en septiembre de ese mismo año, había sido convertido en un centro de detención y tortura masiva para miles de opositores al régimen. Ante la evidencia de estos crímenes de lesa humanidad y la negativa de las autoridades chilenas a cambiar la sede del partido, la URSS se negó a participar, lo que resultó en la clasificación automática de Chile.
Esto demuestra cómo un escenario deportivo de alto perfil es con frecuencia instrumentalizado por los estados para blanquear una imagen internacional deteriorada y proyectar una fachada de normalidad y legitimidad.
Sin embargo, también evidencian una paradoja fundamental: si bien estos regímenes alcanzan su apogeo en el control de la narrativa, tales estrategias están inevitablemente ligadas a su fin, exponiéndolos a un escrutinio global que puede precipitar su declive.