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¿Cemento o agua?

La polémica desatada por el alcalde de Bogotá por la publicación de un proyecto de resolución de Minambiente que busca reglamentar el uso del suelo en la sabana, reveló el debate de fondo sobre qué tipo de ciudad habrá en el futuro

Federico García Naranjo
@garcianaranjo

La semana pasada, el ambiente político en la capital estuvo caldeado por cuenta del desencuentro entre el alcalde Carlos Fernando Galán y el presidente Gustavo Petro, a propósito de la publicación de la propuesta de reglamentación del suelo en la sabana de Bogotá. El Ministerio de Ambiente publicó el viernes 28 de febrero un proyecto de resolución que, por fin, busca establecer los lineamientos ambientales de la sabana de Bogotá, algo que está ordenado por ley desde hace más de treinta años y que ningún gobierno había hecho hasta ahora.

La divulgación del documento es la última etapa antes de su expedición definitiva (1. diagnóstico, 2. formulación, 3. publicación y 4. expedición) y sirve como mecanismo de consulta para recoger las últimas observaciones que puedan hacerse. No es todavía un acto administrativo, es decir, no es una decisión tomada.

El berrinche

No obstante, el alcalde de Bogotá se apresuró a convocar una rueda de prensa y a darse una intensa ronda de medios donde criticó el contenido del proyecto y, entre otras imprecisiones, aseguró que el proceso de elaboración del documento no había contado con la participación de la Alcaldía y que el Gobierno nacional no tenía facultades para entrometerse en los asuntos de la ciudad.

Siguiendo los manuales de comunicación política de la extrema derecha, en sus intervenciones el alcalde apeló a las emociones más básicas. En histriónicas presentaciones ante los periodistas, ampliamente cubiertas por los medios corporativos de comunicación, el alcalde leyó una lista de problemas que su administración había encontrado en el documento.

Dijo que pequeños negocios se verían afectados y quebrarían, los proyectos de vivienda de interés social se paralizarían, la población más perjudicada sería la tercera edad y el reconocimiento del cabildo muisca de Bosa se suspendería. Además, “quedarían en entredicho proyectos que todos los bogotanos esperan”, como los patio taller de las líneas 1 y 2 del Metro y la Avenida Longitudinal de Occidente, ALO.

Según él, la declaratoria de que la sabana de Bogotá debía organizarse en función de la preservación del agua provocaría que barrios enteros quedaran ubicados en zonas de humedal y estaría en riesgo la propiedad de los residentes sobre sus casas. Nótese el permanente uso de verbos conjugados en condicional.

La explicación

El Gobierno nacional, por su parte, contestó a la polémica no solo con agudos trinos del presidente Petro, sino con una ronda de medios de la ministra saliente Susana Mohamad. La ahora exministra explicó de todas las formas posibles los detalles del proyecto y, hay que reconocerlo, capoteó con una serenidad impresionante los ataques rastreros y las preguntas malintencionadas de los Néstor, los Josemanueles y los Gustavos.

Mohamad explicó con paciencia pedagógica que lo dicho por el alcalde no es cierto. Primero, el Gobierno nacional no está “usurpando” la autonomía del Distrito Capital. El Gobierno no solo tiene competencias para tomar esta decisión porque está en el Plan de Desarrollo que es ley de la República, sino que al hacerlo está cumpliendo con la ley 99 de 1993, que ordena expedir esta reglamentación.

Segundo, el proceso de elaboración del documento sí contó con una amplia participación. Tras 18 meses de trabajo, se cumplieron las etapas de diagnóstico técnico, consultas y asambleas sociales, donde numerosos actores involucrados con el asunto, como la Corporación Autónoma Regional, CAR, las organizaciones ambientalistas, las autoridades de los 27 municipios que conforman la sabana de Bogotá, expertos e investigadores hicieron sus aportes a la elaboración de la propuesta.

Tercero, ningún proyecto de infraestructura existente o en planeación se verá afectado. El proyecto respeta el Plan de Ordenamiento Territorial, POT, y establece que su implementación puede modificarse si existe información más detallada sobre cada predio. En otras palabras, sí se reconoce que buena parte de la ciudad está construida sobre humedales, pero no se pretende expropiar ni demoler ninguna obra ya existente, sino proteger aquellas zonas que aún se conservan y que la planificación urbana hacia el futuro se haga teniendo en cuenta estos criterios.

Modelos de ciudad

Claramente, más allá de la necesidad del alcalde de figurar en medios y de desviar la atención sobre su mediocre gestión, lo que se oculta aquí es un debate de fondo sobre el tipo de ciudad que se quiere hacia el futuro. Esta polémica sirvió para destapar que buena parte de la financiación de la campaña del actual alcalde corrió por cuenta de las empresas constructoras, agrupadas en Camacol. Ello reveló algo que ya sabíamos y es que el interés del alcalde no tiene nada que ver con los pequeños propietarios o con el cabildo muisca, sino con la expansión de la ciudad en función de los intereses del cemento.

Es una expresión del falso debate entre “progreso” y “naturaleza”. Esta falaz oposición –porque puede haber progreso sin destruir la naturaleza– concibe al progreso únicamente como el cemento, las obras, la infraestructura. Según esta visión, la naturaleza es –en el peor de los casos– un estorbo o un enemigo y –en el mejor– un simple recurso o parte de la decoración, jardinería sin más.

Es una concepción que, ya se sabe, está conduciendo a la humanidad al desastre. El Gobierno nacional ha propuesto desde el principio de su mandato una concepción diferente, donde la naturaleza y su preservación sean el centro. Sin renunciar a llevar a cabo proyectos de infraestructura –el cemento es necesario–, estos proyectos deben procurar ejercer el menor impacto posible y, en particular, deben preservarse las fuentes de agua. No por capricho, sino por simple sentido de supervivencia.

El proyecto de resolución del Ministerio de Ambiente va en ese sentido. No se pretende frenar el desarrollo de Bogotá sino todo lo contrario, crear las condiciones para que la ciudad pueda ser sostenible hacia el futuro. Porque todo esto no tiene que ver con conservar el planeta como si fuera intocable ni con regresar a modos de vida primitivos, ambas cosas imposibles. Se trata sí de proteger los ecosistemas entendiendo que como humanidad somos parte de ellos, no sus propietarios.

No se trata de “salvar el planeta”, se trata de salvarnos como especie.

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