Una nueva cumbre sobre la emisión de gases de efecto invernadero y la idea de no permitir que la temperatura global supere dos grados adicionales, concluyó sin mayores compromisos. La elección de Trump sacudió la agenda del cambio climático
Alberto Acevedo
Hace un año, 195 jefes de Estado y de gobierno, en representación de sus países, dieron por primera vez el visto bueno a un pacto que los compromete en la lucha por el cambio climático. La cita del compromiso fue en París y, para muchos observadores, la reunión se proyectó como un esfuerzo “histórico”, que tenía como principal objetivo evitar que la temperatura del planeta aumente más de dos grados centígrados al finalizar el presente siglo.
En la capital francesa se decidió el qué de la estrategia ambientalista. Quedaba por resolver el cómo. Para eso, en la segunda semana de noviembre pasado se reunió en Marrakech, Marruecos, a instancias de las Naciones Unidas, la Cumbre del Clima, que en esta ocasión fue calificada como “la cumbre de la acción”.
Semejante optimismo duró poco. Muchas decisiones importantes, que pudieron haber amarrado los compromisos de París, se aplazaron para una nueva cita global y la financiación de los programas futuros tampoco quedó clara.
Encima de esto, cuando avanzaban las deliberaciones de la cumbre de Marrakech, se conoció la noticia de que el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump, había ganado la elección. La noticia cayó como un baldado de agua fría entre los delegados de doscientas naciones allí reunidos.
Retrocesos
Como se sabe, en medio de una campaña populista, Trump dijo que el calentamiento global es “un cuento chino” y que las estadísticas sobre el cambio climático no van más allá de una estratagema de ciertas ONG. Además, aseguró, durante su gobierno reducirían sustancialmente los programas de asistencia a organismos de las Naciones Unidas.
De inmediato, personalidades como el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y la ministra francesa del Medio Ambiente, Ségolène Royal, reaccionaron indicando que los acuerdos de la cumbre de París son “irreversibles”. “No hay marcha atrás en la lucha contra el cambio climático”, indicaron varios de los asistentes a la cumbre de Marrakech. Y en medio de la falta de decisiones, unos 20 países anunciaron estrategias concretas en esta dirección.
Lo que pueda hacer la Casa Blanca frente a la estrategia del cambio climático es un asunto que preocupa a la comunidad internacional toda. Estados Unidos es el segundo país más contaminante, responsable de entre el 10 y el 15 por ciento del total de emisiones de gases de efecto invernadero. Su desvinculación del programa de lucha contra el calentamiento global pone en jaque la viabilidad de los avances en materia climática y hasta provocaría serios retrocesos. Trump anunció que suspendería la financiación a los planes de reducción del calentamiento global, una suma del orden de los tres mil millones de dólares al año.
Un ‘halcón’ antiambientalista
El último episodio en lo que podría ser la estrategia norteamericana sobre el tema ha sido el anuncio, la semana pasada, de que Trump ha designado como secretario de Ambiente a Scott Pruitt, un empresario vinculado a la industria de las energías fósiles, las mayores contaminantes de los Estados Unidos, y por consiguiente enemigo acérrimo de las políticas medioambientales impulsadas por las Naciones Unidas.
Las dificultades que enfrenta el movimiento por el cambio climático no son solo las que provienen de Washington. Está además la falta de claridad sobre las metas a lograr dentro de la estrategia global. Existen diferencias frente a la financiación, en la que se contempla la creación de un Fondo Verde para el clima por un monto de cien mil millones de dólares, que se destinarían a la mitigación y adaptación frente al cambio climático.
En esta dirección, los países pobres, que son los más afectados y que tienen menores responsabilidades, reclaman un mayor porcentaje de inversión para los planes de adaptación frente a los cambios abruptos del clima.
El hecho grave es que los acuerdos de las llamadas cumbres sobre el cambio climático no son vinculantes para las naciones que en ellas participan. Cada país acuerda un porcentaje de reducción de gases de efecto invernadero. Y lo que se sabe es que estos porcentajes, sumados, no son suficientes para evitar el crecimiento en dos grados del calentamiento global. En estas condiciones, el planeta es empujado, por decisión de las grandes potencias, a un despeñadero, a un camino sin retorno.