jueves, mayo 8, 2025
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Billetes quemados y colores rojos

En los años 70, el arte colombiano se volvió militante. El Taller 4 Rojo denunció el imperialismo, especialmente en Vietnam, mediante obras gráficas que unieron estética, política y acción colectiva

Flora Zapata

La década de los años 70 en Colombia fue un período de transformación artística marcado por la experimentación, la crítica social y la búsqueda de nuevas formas de expresión. El arte conceptual tomó fuerza, con figuras como Antonio Caro, quien en obras como Colombia (1976) utilizó la tipografía de Coca-Cola para cuestionar el imperialismo cultural, y Bernardo Salcedo, pionero en emplear objetos cotidianos para reflexionar sobre la sociedad.

Paralelamente, el Grupo de Bogotá mantuvo influencia con su arte figurativo y político, destacándose Beatriz González, cuyas pinturas pop retrataban las contradicciones de la cultura colombiana, y Luis Caballero, cuyo expresionismo cargado de dramatismo y erotismo desafió convenciones.

Arte como respuesta

El experimentalismo también floreció, con colectivos como El Sindicato, que mezclaba teatro y performance, mientras la fotografía documental, con exponentes como Fernando Cruz, capturaba la vida urbana y marginal. En música, la Nueva Canción Colombiana ─con artistas como Ana y Jaime─ fusionó folclor y protesta, mientras el rock progresivo ganaba espacio. La literatura, más allá del boom latinoamericano, vio surgir voces como Andrés Caicedo, cuya novela ¡Que viva la música! (1977) reflejó la juventud rebelde de Cali.

Este dinamismo artístico respondía a un contexto de tensiones políticas, como el Frente Nacional y el auge de la violencia, llevando a los artistas a adoptar posturas críticas o de ruptura. Entre otras cosas, acusaban al gobierno de Misael Pastrana (1970-1974) de ser cómplice del imperialismo, por apoyar tácitamente a EE. UU. en foros como la OEA y recibir asistencia militar estadounidense para reprimir disidentes locales.

Taller 4 Rojo

En este escenario político de los años 70 en Colombia, marcado por el autoritarismo y el surgimiento de movimientos insurgentes, nació Taller 4 Rojo en 1972, uno de los colectivos artísticos más radicales de la época. Fundado en Bogotá por Nirma Zárate, Diego Arango, Carlos Granada y Jorge Mora, el grupo adoptó su nombre como declaración de principios: el “taller” como espacio de creación colectiva y el “4 rojo” ─inspirado en el cuatro de copas del tarot─ como símbolo de rebeldía revolucionaria.

De acuerdo con la reseña de la exposición llevada a cabo por la Universidad Nacional: “Sus obras elaboradas en fotoserigrafía a manera de carteles políticos, reflejan el intento de resolver un constante estado de tensión y contradicción sobre la relación entre arte y activismo. Su trabajo desbordó el ámbito artístico/académico, al colaborar con organizaciones como la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos de Colombia –ANUC–, distintas organizaciones sindicales y movilizaciones estudiantiles y sociales”.

El uso de técnicas accesibles y reproducibles estaban pensadas para llegar a las masas, produciendo carteles de agitación política con consignas como “¡El pueblo unido jamás será vencido!”, que distribuían en marchas obreras. Sus murales callejeros, pintados en barrios populares de Bogotá, denunciaban la represión militar y la explotación económica. Una de sus series más conocidas, “El Dorado” (1973), reinterpretaba el mito colonial mediante xilografías que contrastaban la riqueza extractivista con la miseria del pueblo.

El colectivo también incursionó en acciones performáticas, como intervenciones en espacios públicos donde quemaban simbólicamente billetes o banderas estadounidenses. Estas prácticas, junto con su vinculación abierta a movimientos de izquierda, llevaron a su clausura forzada en 1974 bajo el gobierno de Misael Pastrana.

El costo político

Varios miembros tuvieron que exiliarse, como Nirma Zárate y Diego Arango, quienes continuaron su trabajo en México. Aunque su actividad fue breve, su legado persiste como referente del arte político latinoamericano. Investigaciones recientes, como las del Museo de Arte Moderno de Bogotá (2018), destacan cómo “redefinieron el rol del artista, no como creador individual sino como actor social comprometido”.

Sus obras también circularon insertadas en periódicos como Voz Proletaria, según lo menciona el mismo Diego Arango en Arte y Disenso: Memorias del Taller 4 Rojo, destacando que fueron miles de ejemplares, señalando incluso las mismas diferencias que había dentro de la izquierda y lo que significaba esta ruptura artística.

Agresión al imperialismo

De acuerdo con Jorge Mora, en el texto anteriormente mencionado, quien fuera integrante de este colectivo: “Uno de los primeros trabajos que hizo el Taller fue La Agresión del imperialismo yankee. Se diseñó a partir de una larga discusión sobre la Guerra de Vietnam… En el caso de este tríptico, por ejemplo, la idea era mostrar el billete de dólar sufriendo una transformación. En vez de tener la cara de George Washington, tenía los logos de la General Electric, de Phillips, de Siemens… Todas las multinacionales de ese momento”.

Lejos de ser solo una denuncia, la obra encarnaba una toma de posición solidaria con el pueblo vietnamita, cuya resistencia culminó en 1975 con la derrota militar de Estados Unidos. Para colectivos como el Taller 4 Rojo, aquella victoria no solo fue un acontecimiento político, sino también una señal de que el imperialismo podía ser enfrentado y vencido. Desde esa perspectiva, La Agresión del imperialismo yankee no solo documenta una postura, sino que imagina un horizonte de emancipación en el que el arte actúa como parte de la lucha.

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