El encuentro en Santa Marta prometía una «asociación entre iguales». Sin embargo, la Agenda Europea «Global Gateway» y la vergonzosa fractura interna de la CELAC frente a la paz en Colombia y Cuba demuestran que el neocolonialismo goza de buena salud
Edgar Mojica
El ambiente en el Centro de Convenciones del Estelar, en Santa Marta, estaba cargado de una tensión diplomática que iba más allá de los sonrientes apretones de manos. La IV Cumbre CELAC-UE no era una reunión protocolaria más: era la escenificación de un pulso global.
La voz de Colombia, como país anfitrión, buscó romper el libreto, el presidente Gustavo Petro, en su discurso de instalación, no se guardó nada y elevó el tono del debate. Denunció la muerte de un pescador en aguas del Caribe.
Petro buscó sacudir a los líderes europeos y latinoamericanos, instándolos a que la cumbre fuera «un faro de luz en medio de la barbarie». Fue el marco perfecto para un encuentro que dejó un sabor amargo.
Quedó claro que mientras Europa venía a asegurar sus cadenas de suministro, una parte de América Latina sigue actuando con un servilismo que frena cualquier proyecto real de soberanía.
Global Gateway: ¿inversión o saqueo verde?
El corazón de la oferta europea, presentada con bombos y platillos, fue su Agenda de Inversiones Global Gateway UE-ALC. Sobre el escenario, la promoción fue brillante: un instrumento para «asociaciones mutuamente beneficiosas» y la gran apuesta de la UE por una «transición verde y justa».
Sin embargo, en los foros paralelos y en los pasillos, la palabra que corría entre las delegaciones más críticas era «sospecha». Para la Unión Europea, la «transición energética» es una urgencia geopolítica innegable, como señalan analistas, el «Global Gateway es la respuesta neocolonial de la Unión Europea a la franja y la ruta de China, diseñada para asegurar el litio, el hidrógeno verde y las materias primas que Europa no tiene».
Así pues, el plan europeo, en su letra pequeña, impulsa con fuerza la «interconexión energética regional» y, peligrosamente, celebra los nefastos tratados de libre comercio, TLC, como el vehículo ideal para estas inversiones. Es decir, se profundiza el modelo extractivista.
Europa pone el capital y la tecnología para extraer los recursos bajo la etiqueta «verde», mientras nuestra América sigue poniendo los territorios y asumiendo los pasivos socioambientales.
El presidente Petro lo advirtió en su propia intervención, haciendo un llamado directo para que esas inversiones se destinen a la «descarbonización real» y no a un «extractivismo verde» que simplemente cambia el mineral de exportación.
El riesgo es claro: pasar de ser proveedores de petróleo a ser proveedores de litio, sin alterar jamás la matriz de la dependencia.
La doble moral geopolítica
Fue en los debates geopolíticos a puerta cerrada donde la supuesta asociación de valores se desmoronó por completo; la delegación europea exigió máxima dureza contra Rusia por la guerra en Ucrania, pero mostró su rostro más hipócrita cuando se puso sobre la mesa el genocidio en Palestina.
El consenso final sobre Gaza fue un doloroso ejercicio de contorsión moral, se impuso la narrativa israelí, comenzando con una «condena inequívoca» al 7 de octubre de 2023, y solo después, de forma casi protocolaria, se añadió una «firme condena» a la violencia de los colonos y la operación militar en Cisjordania. En la práctica, se equipara al ocupante con el resistente.
En contraste, el punto de dignidad para la CELAC se vivió en el debate sobre Cuba, la presión de la mayoría regional logró una victoria diplomática: el reconocimiento de que se debe «poner fin al embargo económico, comercial y financiero» y, crucialmente, la denuncia de que la designación de la isla como «patrocinadora del terrorismo» es un obstáculo. Fue un punto de honor para la región, aunque, como se presenció en las horas finales, no fue unánime.
Ahora bien, cuando la delegación Argentina puso sobre la mesa la soberanía de las Malvinas, la respuesta de la Unión Europea fue el equivalente a un encogimiento de hombros diplomático. Se limitaron a «tomar nota» de la posición de la CELAC.
Una CELAC rota por la derecha
Pero la imagen de unidad para la foto oficial se desmoronó estrepitosamente en el momento de los consensos, la verdadera historia de la Cumbre no se leyó en los discursos optimistas, sino en las fracturas evidentes que estallaron al cierre, cuando llegó la hora de firmar los compromisos.
Quedó la radiografía de una CELAC incapaz de actuar como un bloque soberano, fracturada por el sabotaje coordinado de los gobiernos de derecha alineados con Washington.
El primer golpe de realidad fue la retirada total de la delegación de Venezuela, que en un acto de protesta contra lo que consideró un texto final inaceptable y sesgado, se negó a estampar su firma, evidenciando la profundidad del desacuerdo.
No obstante, lo que siguió fue un espectáculo de sabotaje coordinado: un bloque de gobiernos, liderado por la Argentina de Milei, comenzó un boicot selectivo a los principios históricos de la región.
Se negaron a respaldar la condena unánime al criminal bloqueo económico contra Cuba, en un acto de servilismo a Washington que también fue secundado por Costa Rica, Ecuador, El Salvador y Paraguay.
Sin embargo, la ofensa más grave, un acto de hostilidad directa contra el país anfitrión, ocurrió cuando se discutió el apoyo regional a la Paz Total. En un hecho sin precedentes, siete delegaciones (Argentina, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Panamá, Paraguay y Trinidad y Tobago) se negaron a respaldar el proceso de paz en Colombia. En la propia casa del presidente Petro, estos gobiernos le negaron el apoyo a la paz, en el momento más crítico de sus negociaciones.
Esto ya no es una diferencia diplomática; es una declaración de hostilidad, deja claro que la Paz Total no solo tiene enemigos en los grupos armados ilegales, sino también en las élites gobernantes del continente que prefieren la desestabilización y la guerra.
Hay una certeza: el principal obstáculo para la soberanía de América Latina no está en Bruselas; está sentado en las casas de gobierno de Buenos Aires, Quito y Asunción, donde líderes serviles prefieren desmantelar la integración regional antes que incomodar a sus amos en Washington.







