En el marco de la conmemoración acostumbrada, es preciso evaluar la procedencia de los argumentos que han defendido al 12 de octubre como la fecha del “descubrimiento”, y que han sostenido un ideario falso sobre el proceso de colonización encubierto
Sarah Daniela Quintero Ruiz
@DanielaQR9
De un tiempo acá la relectura del proceso de expansión de la Monarquía Hispánica ha calado en la discusión pública. Ensayos que se pretenden “revisionistas” cuestionan la idea de la “invasión” y “colonización” de América, al tiempo que presentan un pasado idílico con respecto a la actuación imperial hispánica. La “conciencia europea ‘elevada y clara’ de sí misma”, que se intentó fundar desde el siglo XVIII, se reedita en tiempos de crisis económica y política; baste señalar, como muestra, la complicidad genocida de la Unión Europea con el Estado de Israel y el exterminio de Gaza.
En este contexto la formación de una “identidad hispánica” se extiende hasta el suelo americano, de nuevo, valiéndose para ello del mito de la semejanza frente un otro (antes considerado “inferior” o “salvaje), que se pretende asumir como uno de los tantos “vasallos” que habitaron los dominios de la Monarquía Hispánica.
Fragmentarios, los conocimientos sobre el pasado se han prestado de manera parcial a la construcción histórica sobre el origen y tradición de esa “Iberosfera” soñada, cuya visión panhispánica de corte católico y antiliberal, romantizada desde inicios del siglo XX, se ha renovado gracias a formaciones ultraderechistas como el Foro de Madrid. Apoyados en la transmisión, que garantiza el eslabonamiento histórico y social de la humanidad, la cultura y el recuerdo emplean la invención de un pasado mítico que ofrece una justificación y sentido al horizonte de experiencia inmediato; una explicación a veces no muy loable.
Lo transmitido: ¿naturaleza?
Según Walter Benjamin la “experiencia transmitida” (Erfahrung) se perpetúa de una manera casi natural, de una generación a la siguiente, al tiempo que forja las identidades de los grupos y de las sociedades en el largo plazo. Pero la apariencia de naturalidad en lo transmitido encuentra siempre puntos de inflexión, una vez lo heredado se interpela o se desfetichiza. La violencia, destrucción y saqueo fueron fundamentales para el desarrollo de la invasión de América (antes Las Indias). Para salvarse de aquella “imperofilia”, que se solapa entre las ingenuas imágenes de un proceso de colonización “pacífico”, “pactado”, o “mejor que de Inglaterra en sus colonias americanas”, basta citar dos o tres líneas de la famosa Brevísima relación de la destrucción de las Indias, escrita por Fray Bartolomé de las Casas:
Entraban en los pueblos, ni dejaban niños, ni viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaran y hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos Hacían apuestas sobre quien de una cuchillada abría el hombre por medio, le cortaba la cabeza de un piquete, o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas” (Sobre la isla Española, esto es, la isla de Santo Domingo: “primera donde entraron cristianos”. Fray Bartolomé de las Casas, 1552)
Antes, la imagen autorreferencial de España se había fijado en el Renacimiento como una oposición a lo medieval, que equivalía a mediocridad, retraso y arcaísmo. España era una brillante esquirla que había sobrevivido al paso del tiempo, y que recogía, como parte del suyo, el espíritu de la Antigüedad grecorromana. Para entonces poco importaba la obra de Fray Bartolomé de Casas.
Más tarde hubo quienes intentaron construir para el Viejo Mundo “una conciencia ‘elevada y clara’” en un intento patriótico por defender a España de las acusaciones contra su acción de exterminio en América. Para ello fue preciso delimitar al adversario: esa alteridad frente a la cual marcar una diferencia, la nueva portadora de la “mediocridad y el retraso”.
Tal y como decía O’Gorman, más que descubierta, América fue inventada. Por esto en el relato de aquellos patriotas que intentaron defender a España de “las difamaciones”, la imagen del bárbaro en el mundo indiano era más que afortunada: ¿acaso a un grupo humano sin tecnologías bélicas ni hombres de guerra no le venía bien un “civilizado” espaldarazo?
“La inferioridad de las Américas”
Nada raro resulta que en este contexto surgiera la definición del Nuevo Mundo como “un continente inmaduro e impotente, o bien “inferior”, gracias al furor del “gran número de observaciones, juicios y prejuicios” que se condujeron por los marcos interpretativos de seculares teorías y corrientes semicientíficas.
La tesis de “la inferioridad de las Américas”, creada en el siglo XVIII por algunos ideólogos del mundo europeo, hacía pasar por verdaderos argumentos de carácter arbitrario y selectivo sobre “la naturaleza corrupta del Nuevo Mundo”. Las quimeras zumbando en el vacío que figuraron como demostraciones sobre la inferioridad de América, partían de esquemas preconcebidos, los cuales se imponían a la realidad, en lugar de seguir su automovimiento, o su forma intrínseca, como lo hubiera requerido una comprensión científica sobre la composición de los espacios y sociedades en general.
De vuelta al presente: imperofilia para la ceguera
En tiempos de imperofilia en los que se pretende construir nuevamente una identidad hispanista bajo la omisión del contexto e historia de su producción, y en los que el mito transmitido presenta un “pasado imperial reconciliado y pacífico”, es preciso recordar la frase de Benedetto Croce: “Toda historia es siempre contemporánea”. En otras palabras: toda construcción sobre lo pasado habla del horizonte de experiencia y expectativa de una época. Tal vez las visiones de hoy sobre la hispanidad, el surgimiento de algo como la imperofilia o la Iberosfera, no sean más que la necesidad de falsear el proceso de violencia, saqueo y dominación en que se fundaron parte de los progresos de una “civilización” que continúa, sin observar su propio horror, reproduciendo la barbarie.







