La defensora de los derechos humanos enseñó que buscar es una acción política profundamente feminista, porque nace de la experiencia del cuerpo, del duelo y de la resistencia de las mujeres que no se resignan
Gabby Gil Jaimes
En Colombia son las mujeres quienes han cargado en la mayoría de los casos con el peso de la ausencia. Madres, hermanas, hijas, compañeras sentimentales. Todas ellas con las manos llenas de fotografías y los corazones rebosados de preguntas.
En un país que ha intentado negar la magnitud de la desaparición forzada, fueron y siguen siendo las mujeres quienes rompieron el silencio, quienes aprendieron a transformar el dolor en lucha y la ausencia en memoria.
Búsqueda colectiva
En ese coro de voces firmes y heridas se alzó la de Doria Yanette Bautista, hermana de Nydia Érika y fundadora de la Fundación Nydia Érika Bautista. La desaparición de su hermana en 1987, quien fue socióloga y militante del M19, la lanzó a una vida marcada por la búsqueda.
Pero no sólo la búsqueda íntima de Nydia, sino la colectiva, la que abarca a las más de 132.877 personas desaparecidas en este país, según el último registro de la Unidad de Búsqueda de Personas Dadas por Desaparecidas. Yanette entendió pronto que lo que le ocurrió a ella y a su familia era un eco de una tragedia compartida, y que ninguna mujer debía andar sola por ese camino.
Ella fue de las primeras en tejer redes entre buscadoras. Se convirtió en referente para otras mujeres que llegaban desorientadas, cargando la foto de un ser amado, sin saber por dónde empezar. Yanette abrió puertas, enseñó que buscar no es un acto individual sino un movimiento político, profundamente feminista, porque nace de la experiencia del cuerpo, del duelo y de la resistencia de las mujeres que no se resignan.
Un rostro, un nombre y un lugar
Su vida no fue fácil. Las amenazas la obligaron al exilio en 1997, pero ni siquiera la distancia la apartó de su compromiso. Desde allí fundó la organización que lleva el nombre de su hermana y que hasta hoy acompaña cientos de casos.
Con la Fundación, Yanette logró articular lo íntimo con lo jurídico, lo comunitario con lo internacional. Insistió en que cada persona desaparecida tiene un rostro, un nombre y un lugar en la memoria del país. Esa convicción la llevó a documentar más de 500 casos, a tender puentes con instancias internacionales de derechos humanos y a dar voz a familias silenciadas por el miedo.
“El mayor aporte de Yanette Bautista fue la escucha, atender a las mujeres oyendo sus exigencias y brindándoles apoyo sea cual fuere su caso (desaparición, violencia sexual, desplazamiento). Eso hizo que muchas mujeres y víctimas viéramos en ella a una lideresa valiente y solidaria. Resalto de ella la exploración de caminos y leyes para mejorar la búsqueda, la identificación y la entrega digna a las familias de tantos desaparecidos”, fue la manera en como Pilar Navarrete, mujer buscadora y familiar de víctimas del Palacio de Justicia, recuerda a quien en vida fuera su amiga.
La dignidad de la vida
El país la reconoció en vida. En 2023 recibió el Premio Nacional de Derechos Humanos ‘A toda una vida’, un galardón que resumía su lucha en más de tres décadas. Y sin embargo, para ella el reconocimiento más grande fue siempre acompañar a una madre a entregar flores en un lugar de inhumación, sostener la mano de una hermana frente a una fosa o alentar a las buscadoras para que no se dejaran vencer por el cansancio. Su activismo no fue solo en los estrados ni en los informes, fue sobre todo en la piel, en los abrazos y en la construcción de comunidad.
En los últimos años, Yanette fue protagonista de uno de los logros colectivos más importantes: la Ley 2364 de 2024, conocida también como la Ley de Mujeres Buscadoras. Ese dispositivo jurídico, impulsado por la lucha incansable de mujeres como ella, reconoce por primera vez el papel fundamental de las mujeres que buscan y les otorga medidas de protección. En su voz vibraba la convicción de que la búsqueda es un trabajo de cuidado, y que el cuidado es, en sí mismo, una forma de resistencia.
Su muerte, ocurrida el 1 de septiembre, dejó un vacío enorme. Las instituciones expresaron condolencias, las organizaciones de víctimas la despidieron con gratitud, y cientos de buscadoras sintieron como si se hubiera apagado un faro. Pero Yanette no se apaga: su legado ya habita en las prácticas de memoria que hoy sostienen tantas mujeres en el país, en las nuevas generaciones que aprenden que la búsqueda no es solo encontrar un cuerpo, sino defender la dignidad de la vida.
Verdad y resistencia
Yanette evoca la fuerza de las mujeres que con una fotografía pegada al corazón, se plantan frente a la indiferencia social y la desidia institucional. Enseñó que la búsqueda es un acto de amor radical y que en cada paso se honra a las y los desaparecidos.
La búsqueda, en este país, ha sido un gesto femenino y feminista, una rebelión contra el silencio, contra la violencia patriarcal que arrebata cuerpos y los quiere borrar. Yanette supo nombrarlo y supo vivirlo.
Su ausencia duele, pero también convoca. Queda la responsabilidad de cuidar lo que sembró: la organización, las redes, la pedagogía social, la ley. Queda la obligación ética de no dejar solas a las buscadoras, de reconocerlas como pilares de la memoria y de acompañarlas con garantías reales.
La mejor manera de despedirla es con una imagen en la memoria, la de una mujer que caminó la tierra con la foto de su hermana en el pecho, que aprendió a abrazar a otras mujeres rotas y que convirtió la ausencia en una fuerza luminosa.
Que su legado nos siga alumbrando. Que su nombre se pronuncie en cada búsqueda. Que en la tierra fértil de su memoria sigamos sembrando verdad y resistencia.