En contextos de crisis económica y control social, la moda no solo sobrevive: se convierte en una forma de resistencia. Para las diversidades sexuales y de género, el color y la originalidad siguen siendo una postura política frente a tendencias que promueven la obediencia y la norma
Anna Margoliner
@marxoliner
En épocas de crisis, las personas tienden a vestir con más neutralidad. La funcionalidad y la discreción se imponen. Hoy, en un mundo sacudido por desigualdades económicas y controles sociales más sutiles, resurgen tendencias que buscan volver a una “normalidad” conservadora. En redes sociales, movimientos como las trad wives —esposas tradicionales que exaltan la feminidad sumisa— y la estética old money, que idealiza el vestir sobrio de élites blancas, venden una imagen de orden, clase y obediencia.
Pero hay quienes no encajan ni quieren encajar. Frente a esas estéticas normativas y excluyentes, las disidencias sexuales y de género siguen usando la moda como lenguaje político. En un contexto donde vestirse de forma “correcta” puede significar sobrevivir, muchas cuerpas optan por el color, el brillo y lo no binario como forma de resistencia.
La historia lo confirma: en las crisis, mientras una parte del mundo se uniforma, otra parte se reinventa. Desde las drag queens durante el VIH/sida, hasta los colectivos queer latinoamericanos que hoy intervienen el espacio público con performances vestidas de lentejuelas, la ropa ha sido siempre también un manifiesto.
El auge de la estética “limpia”, silenciosa y “de buen gusto” en redes sociales no es inocente: responde al deseo de estabilidad, pero también a una presión por encajar, parecer exitoso, no incomodar. Frente a eso, las diversidades eligen otras formas de narrarse: segunda mano, mezcla, colores disruptivos, ironía. No como moda vacía, sino como mensaje vital.
Vestirse sigue siendo político. Y aunque el mercado y las crisis digan que no hay espacio para lo distinto, las disidencias siguen demostrando que sí lo hay, y que es más urgente que nunca. Porque en un mundo cada vez más conservador, defender el derecho a brillar, a romper moldes y a vestir con libertad es también defender la vida.