jueves, marzo 28, 2024
InicioPraxisTeoría y crítica“Una dosis de vinagre y bilis”

“Una dosis de vinagre y bilis”

Hace falta refrenar el entusiasmo; mantener una “fría y desapasionada concepción” de las condiciones existentes; y manifestar “abiertamente la desconfianza” respecto de los nuevos Syrizas y Podemos que andan ofreciendo sus buenos oficios para remendar el capitalismo.

Manifestación contra las medidas de austeridad. Atenas (Grecia), 15 de junio de 2015. Foto: Athens July 15 via photopin (license)
Manifestación contra las medidas de austeridad. Atenas (Grecia), 15 de junio de 2015. Foto: Athens July 15 via photopin (license)

Rolando Astarita

En una nota anterior he planteado que los marxistas deberían poner un alerta frente a los entusiasmos fáciles asociados a “victorias de papel”, que son ensalzadas por la izquierda y el progresismo en general (ver aquí). Es que muchos militantes creen que cantando victoria a cada momento (o, eventualmente, disimulando las derrotas) se mantiene el entusiasmo, y por lo tanto la movilización de las masas trabajadoras; que a su vez permitiría avanzar en conciencia socialista y organización.

En contra de este criterio, he sostenido que esta política lleva a callejones sin salida y a la frustración. Es que no hay nada más desmoralizante que ver cómo se derrumba, de un día para el otro, lo que se había asegurado que era un triunfo sobre el enemigo, sea este caracterizado como el capital financiero, la burguesía, el imperialismo, etcétera. Es lo que acaba de ocurrir en Grecia, y ha sucedido en otros lugares. Por esta razón he planteado que los marxistas deben basar su política en análisis materialistas, esto es, poner el foco en las relaciones sociales objetivas que subyacen a la formación social, por sobre la verborragia vacía de contenido.

En última instancia, se trata de mantener el mensaje crítico: en tanto no se acabe con la propiedad privada del capital, todo triunfo será parcial y precario. Y en particular, hay que alertar cuando los ideólogos del populismo, o del socialismo burgués, y similares, ensalzan las “victorias del pueblo”, y dan lugar a un característico clima “festivo y dulzón”, que disimula los antagonismos de clase. Los marxistas deben aguar la fiesta, porque por debajo de ella siempre “vuelve el pobre a su pobreza y el rico a su riqueza”. Un enfoque este que encontramos en Marx y Engels, y de manera más acentuada, si se quiere, en Lenin, ante las “primaveras revolucionarias”. Como también ante las luchas cotidianas de la clase obrera, en Marx. Vale la pena recordarlo.

Marx y Engels

En Marx y Engels el criterio mencionado se presenta claramente en la famosa “Circular” de marzo de 1850 (aunque ya había aparecido durante la revolución francesa de febrero de 1848). En ese documento los autores del Manifiesto Comunista esbozaron la orientación política para intervenir en una próxima revolución en Alemania, que consideraban inminente. Marx y Engels preveían que esa revolución estaría liderada por la pequeña burguesía democrática, y despertaría el entusiasmo general de los triunfadores. La recomendación de la Circular era que la clase obrera no debía apoyar al gobierno de la pequeña burguesía y refrenar el entusiasmo:

“Los obreros deben contener por lo general y en la medida de lo posible la embriaguez del triunfo y el entusiasmo provocado por la nueva situación que sigue a toda lucha callejera victoriosa, oponiendo a todo esto una apreciación fría y serena de los acontecimientos y manifestando abiertamente su desconfianza hacia el nuevo Gobierno. (…) En una palabra, desde el primer momento de la victoria es preciso encauzar la desconfianza no ya contra el partido reaccionario derrotado, sino contra los antiguos aliados, contra el partido que quiera explotar la victoria común en su exclusivo beneficio” (énfasis añadidos).

Una orientación que se enmarca en la idea de no caer en el triunfalismo “fácil”, ni ocultar la situación real en que se encuentra la clase trabajadora. Este enfoque también quedó registrado en las minutas del Comité Central de Londres de la Liga de los Comunistas, del 15 de septiembre de 1850, cuando Marx critica a la fracción izquierdista:

“La minoría [la fracción de izquierda] reemplaza el punto de vista de la crítica por el dogmatismo y el materialismo por el idealismo. Considera a la voluntad pura como la fuerza motriz de la revolución, en lugar de las condiciones reales. En tanto nosotros les decimos a los obreros: ‘Vosotros tendréis que pasar por quince, veinte, cincuenta años de guerras civiles y guerras nacionales, no meramente para cambiar vuestras condiciones, sino a fin de cambiaros a vosotros mismos y volveros aptos para el poder político’; ustedes, en cambio, les dicen: ‘Debemos obtener el poder de inmediato, de lo contrario podemos acostarnos e irnos a dormir’.

En tanto nosotros les señalamos a los obreros alemanes especialmente la naturaleza poco desarrollada del proletariado alemán, ustedes adulan en la forma más cruda los sentimientos nacionales y los prejuicios artesanales de los obreros alemanes, lo que desde luego es más popular. Del mismo modo que los demócratas tornaron la palabra ‘pueblo’ en un ser sagrado, ustedes lo han hecho con la palabra ‘proletariado’. Igual que los demócratas, ustedes sustituyen el proceso revolucionario por frases revolucionarias”.

Luchas económicas: tampoco exagerar los triunfos

La sustancia de ese enfoque de las intervenciones en la Liga de los Comunistas aparece asimismo en relación al combate cotidiano del trabajo por sus reivindicaciones. En el conocido folleto “Salario, precio y ganancia”, y luego de afirmar la importancia de las luchas de la clase obrera por el nivel de salarios, Marx aconseja: “la clase obrera no debe exagerar ante sus propios ojos el resultado final de estas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los defectos, pero no contra las causas de esos defectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad” (punto 14).

Lenin en 1917: “una dosis de vinagre y bilis”

Una postura similar a la Circular de 1850 encontramos en Lenin, pero esta vez ante una situación real y concreta, la coyuntura post Revolución de Febrero, en Rusia de 1917. Al calor del triunfo, por todas partes sonaban frases revolucionarias con las que se instaba a los obreros y campesinos a apoyar al Gobierno provisional, conformado mayoritariamente por burgueses demócratas. Pero nadando contra la corriente (incluso contra la opinión de parte de la dirigencia bolchevique), Lenin dice la “amarga verdad”, incluso si ello relativizaba el cambio operado por el levantamiento de febrero.

En las “Tesis de abril”, escribía: “Tras la cortina de humo de una fraseología revolucionaria, este gobierno entrega los puestos de dirección a los partidarios del antiguo régimen”. Debido a que las masas confiaban en los capitalistas, se trataba del escenario favorito para el “apoyo crítico” al nuevo gobierno. Por eso era necesario “que a la dulzona limonada de las frases revolucionario-democráticas se mezcle una dosis de vinagre y bilis”. Había que encarar entonces “una labor de liberación del proletariado de la embriaguez pequeño burguesa general”. Agregaba que en apariencia esto no era más que “labor de mera propaganda”, pero era la tarea fundamental para impulsar una revolución que “se ahoga entre frases y se dedica a marcar el paso”.

Encontramos en este texto –lo mismo ocurre en otros de este período- una aguda conciencia de que la burguesía, o sus representantes, no solo dominan mediante la coerción, sino también con el engaño y la adulación: “La burguesía engaña al pueblo especulando con el noble orgullo de este por la revolución…”.

Así, por ejemplo, frente a la fraseología pacifista frente a la guerra, había que explicar a las masas que “el carácter político-social de la guerra no se determina por la buena voluntad de personas, de grupos o aun de pueblos enteros, sino por la situación de la clase que hace la guerra; por la política de esta clase, de la cual la guerra es la continuación; por los vínculos con el capital, como potencia económica dominante de la sociedad moderna; por el carácter imperialista del capital internacional; por el vasallaje financiero, bancario y diplomático de Rusia con respecto a Francia e Inglaterra, etcétera”. Y el mismo enfoque debía tenerse frente a otras cuestiones candentes, como la tierra y la Asamblea Constituyente.

Se puede aprender de un criterio

Por supuesto, no estoy diciendo que haya que copiar mecánicamente estas formulaciones y táctica. Simplemente quiero poner en evidencia un abordaje táctico-político completamente opuesto al que ha pasado a ser de sentido común en sectores muy amplios de la izquierda, incluso en muchos que se reclaman marxistas. Cuando en la nota anterior decía, refiriéndome al resultado del referéndum griego, que no hay que subirse al carro de las victorias de papel, que era necesario explicar la cruda verdad, tenía presente esta tradición del marxismo. Y cuando leo que gente de izquierda llegó a caracterizar el referéndum como “nueva etapa histórica para toda Europa” (sic), no puedo menos que asombrarme de hasta qué punto se ha perdido la brújula del análisis materialista.

O, para variar el ejemplo, recordemos el palabrerío triunfalista de buena parte de la izquierda cuando Lula da Silva triunfó en las presidenciales de 2002: “Su triunfo es un triunfo de la lucha por transformar la sociedad y en contra de la barbarie capitalista que estamos viviendo” (Luis Zamora). “Es un triunfo histórico del movimiento obrero, de un partido que se formó a lo largo de 20 años y que llevará a la presidencia a un obrero. Termina con años de gobiernos directos del FMI y las multinacionales” (Vilma Ripoll). “La llegada al gobierno del PT en Brasil abre una nueva etapa histórica en América Latina” (Julio Godio).

Y así podríamos multiplicar los ejemplos. En todo esto ha desaparecido el análisis basado en las relaciones objetivas de clase, reemplazado por el idealismo. Se han olvidado que la clase dominante domina no solo mediante la represión, sino también con la generación de expectativas, mediante la frase sin contenido, el fomento de ilusiones a cualquier precio, y la posterior frustración.

Estos ideólogos de izquierda (son infaltables los marxistas “nacionales”) tiran humo con su grandilocuencia y llevan agua al molino de la confusión y la desmoralización que inevitablemente le sigue. Por eso jamás hacen balance de lo que dijeron en su momento. Y por eso, ese triunfalismo vacío conviene a los burócratas y políticos “nacionales y populares”, y al amplio espectro del progresismo bienpensante izquierdista.

Frente a esto, y aunque haya que nadar contra la corriente, hay que echar vinagre y bilis en los falsos goznes de “las nuevas etapas históricas”. Hace falta refrenar el entusiasmo (“¿pero usted quería amargar la fiesta del domingo del referéndum?”); mantener una “fría y desapasionada concepción” de las condiciones existentes (“agarre la pala y déjese de teoría”, me rezongan desde el oportunismo); y manifestar “abiertamente la desconfianza” respecto de los nuevos Syrizas y Podemos que andan ofreciendo sus buenos oficios para remendar el capitalismo.

Blog de Rolando Astarita

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments