jueves, marzo 28, 2024
InicioOpiniónEditorialNo hay efecto llamada, señor canciller

No hay efecto llamada, señor canciller

Para mucha gente lo que existe son expulsiones. “Efecto expulsión”. Y son las guerras y la desesperanza las que empujan a la gente a estos procesos de inmigración ilegal tan llena de peligros e incertidumbres.

Foto: DSC_0119 via photopin (license)
Foto: DSC_0119 via photopin (license)

Jaime Cedano Roldán

“Efecto llamada”, frase que muchas veces hemos escuchado al ministro de Exteriores del gobierno de España y a otros funcionarios cuando hablan de las personas que intentan saltar la valla en Ceuta o Melilla o cruzan el Mediterráneo en pateras. Parece que nos quieren decir que facilitar su ingreso al continente haría que muchos otros miles se sentirían estimulados a la aventura. Este razonamiento parece ser el que los lleva a las “devoluciones en caliente” o a intentar disuadirlos con balazos de goma. Devolverlos o enterrarlos en el mar.

Pero para mucha gente lo que existe son expulsiones. “Efecto expulsión” y que son las guerras y la desesperanza las que empujan a la gente a estos procesos de inmigración ilegal tan llena de peligros e incertidumbres.

Bien… ayer escuché una charla de un joven senegalés, Mahumud Traore, que contaba su historia y las razones para la decisión que lo llevó a saltar la valla de Ceuta para entrar a España. Nos habló de un largo camino de más de tres años desde el día que partió de su casa. Y contaba que aquel lejano día cuando salió huyendo de la guerra no estaba precisamente pensando en España. Su meta no era Ceuta o Melilla ni Madrid. El pensaba en un viaje corto a países africanos vecinos con mayores niveles de desarrollo que el suyo.

Quería salir de su país, necesitaba salir si quería seguir viviendo, pero quería vivir cerca para poder regresar cuando las cosas cambiaran o visitar la familia para las fiestas navideñas o para el matrimonio de la hermana mayor. Pero no sabía que la cosa no iba a ser tan fácil. Se fue encontrando en los caminos a mucha otra gente que huían de otros guerras, de guerras de las que él no tenía noticia pues no tenían en su pueblo posibilidades de información o las guerras brotaban de pronto como geranios en primavera. Llegó un momento en que él no dirigía sus propios pasos. Los acontecimientos lo fueron llevando de un lugar a otro, en una búsqueda permanente de un sitio tranquilo para vivir.

Y así, en ese ir y venir, en ese correr sin saber para donde por caminos llenos de inmensas caravanas de refugiados, donde unos iban y otros venían y a las semanas o los meses se volvían a encontrar y apenas si se reconocían en sus hambres harapientas, luego de tres años de desventura, de tres años sin ningún norte, se encontró un día en Marruecos y se encontró frente a la valla. Se vio viviendo en una montaña junto a otros centenares de jóvenes como él. Vivían del pan duro y el aceite que la gente de los barrios pobres de poblados de Marruecos les daban, hasta que un día entre ellos y sus benefactores pusieron cordones militares y ya no recibieron nada. Entonces se echó la bendición, cerró los ojos y saltó la valla.

No, no hay ningún efecto llamada, Señor Canciller.

Sevilla, 20 de junio de 2015

Artículo anterior
Artículo siguiente
RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments