lunes, marzo 18, 2024
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El trabajo en tierra ajena

Yadira, Rosita y Edith viven en Bojayá. Sus historias están cargadas de sufrimiento. Anhelan tener una parcela propia para seguir alimentando sus vidas. Son amigas inseparables y trabajadoras de tiempo completo.

Bibiana Ramírez – Agencia Prensa Rural

Ellas son tres mujeres que viven en la Loma, corregimiento de Bojayá, en el Chocó. Las tres se encontraron allí porque la violencia las llevó a un mismo punto. Ninguna de las tres ha sido propietaria de tierras. Sus esposos son los que han tenido los títulos. Sin embargo son mujeres trabajadoras y han sido indispensables en el crecimiento de sus familias. Hacen parte del grupo de mujeres de Aplameda (Asociación de plataneros del medio Atrato).

Nos encontramos en la vigilia por la paz que se hizo en el río Pogue. Cuando conversamos ya es de madrugada y el sueño se quiere imponer, pero los recuerdos son más importantes. Cuando alguna se está durmiendo, la otra la despierta. Yadira; una mujer negra, con un todo de voz fuerte, lleva la delantera en la conversación, nació en Bojayá. Rosita; de baja estatura, sonriente, cabello muy largo, tono de voz bajo, nació en Riosucio, Chocó. Edith; delgada, habla pausado, muestra ternura en sus expresiones, nació en Arboletes, Antioquia.

Yadira

Desde joven comencé a trabajar en la parcela de mis padres. Luego me casé y la tierra la compró mi compañero. Allí he sembrado plátano que es la base de nuestra alimentación en Bojayá. Hacemos las azoteas (huertas).

Comienzo a trabajar de siete de la mañana hasta las once y media en la parcela. Luego llego a hacer las labores caseras. Tengo una pequeña tiendita para ayudar con el sostenimiento. Con lo que me da la parcela hacemos el surtido para la tienda, así vamos solventando nuestra economía.

Nosotros aquí fuimos bastante atropellados por la violencia y a pesar de eso tan aterrador que nos tocó vivir el 2 de mayo aún tenemos esperanza. Yo le preguntaba a mis hijos qué fue lo que nos hizo fuertes, qué dios nos dio esa fuerza que nos sostuvo.

Fuimos atacados por los paramilitares. Ellos llegaron sacando a la gente y asesinando. Ellos donde llegan hacen barrezón, empiezan a dar plomo. Eso ya está en la cabeza de la gente. La explosión del cilindro en Bojayá se sintió como si fuera en la Loma, que queda a una hora. Todos tuvimos mucho miedo. Ese día fue de desespero porque allá estaban nuestros familiares y uno se hace muchas de preguntas: caerían, quién se salvó, qué fue lo que pasó.

La esperanza que yo tengo en este momento es que este proceso se dé para poder descansar de esta pesadilla. No queremos que nuestros hijos vayan a algunas de las filas. Yo argumento diciendo que la paz no solo va a llegar porque las FARC dejen las armas. Que cada persona entienda que uno no tiene que agredir al vecino, al hermano, que hay que ser solidario.

Ahora mismo en Quibdó se está viviendo una ola de violencia muy dura. Se ha alborotado esa matanza tan fea. Yo tengo dos hijos que están estudiando en la universidad y están muy asustados. Quibdó anteriormente no era así, viene revuelto. Me pregunto: ¿Así habrá paz?

Rosita

Yo vivía por los lados de Salaquí, en Riosucio, Chocó. La tierra era de mi esposo. Yo nunca he tenido tierras a mi nombre. En el 2001 se metieron los paramilitares y acabaron con una comunidad entera, algunos alcanzamos a salir, éramos más de cien familias.

Perdimos los cerdos, el ganado, patos, gallinas, plataneras, también teníamos un bailadero en el caserío. Nos tocó salir sin nada, apenas unas mudas de ropa. Quemaron todas las casas de nosotros, que porque nosotros éramos guerrilleros o ayudantes de ellos.

Nos juntamos varias familias y empezamos a andar por las trochas, por las cabeceras de los ríos. No podíamos salir a comprar cualquier cosita a los caseríos. Los indígenas eran los que nos colaboraban. Hacíamos una lista de comida como de cien mil pesos, no podíamos hacer más de ahí. Ellos nos traían y repartíamos entre todos y así sobrevivimos, andando por esos montes con ellos que se los conocían bien.

Llegué con el marido a la Loma, pero nos dejamos, él cogió otra mujer. Vendió todo lo que teníamos y a mi no me dio nada. En estos momentos yo estoy sola. No tengo hijos. Tuve uno y se me murió. Crié uno que está estudiando, este año termina. Estoy trabajando en una parcela ajena. Tengo pollos y plátano. Pero es duro. Me siento enferma. El marido que yo tenía casi me mata, quedé en cama. El pueblo fue el que me ayudó, pero no puedo levantar cosas pesadas. No puedo coger un machete para rociar, porque tengo la columna enferma.

El anhelo de nosotras, como organización de mujeres, es hacer un galpón. Queremos trabajar pero en estos momentos no hemos podido tener ese apoyo.

Edith

Nos desplazamos de la vereda Puerto Rico, en Chigirodó, Antioquia. Allí se metieron los paramilitares que fueron arrasando con la comunidad. No sacamos nada, solamente los hijos que los teníamos pequeños, y unas mechitas al hombro. Todo se quedó allá. Teníamos maíz, arroz, plátano, yuca, caña, de todo. Yo tenía mi cría de gallinas y cerdos. La finca estaba a nombre de mi compañero.

Nos fuimos para Arboletes. Allá me mataron dos hijos. Rodamos trabajando en fincas ajenas, hasta que nos vinimos para el Chocó. Tengo siete años de estar en Bojayá con mi compañero. Trabajábamos en una finca y el patrón nos dijo que ya no más, hace unos meses. Yo trabajaba en unos galpones pelando pollos y desbuchando pescado, así yo le ayudaba él con los gastos de la casa. También quedé sin ese trabajo. Tenemos tres hijos.

Nos fuimos para la Loma. Nos arrendaron una parcela de tres hectáreas donde tenemos galpones, plátano, yuca y de eso es que nos alimentamos y los días que él saca en rebusque. Vivimos en el pueblo y pagamos arriendo. Yo tengo mi cría de gallina criolla que hice con los ahorros del trabajo anterior.

La violencia lo deja a uno llevaíto. Ahí estamos luchando. La esperanza mía es de que podamos vivir en paz, en armonía. Uno que ha luchado tanto, estamos cansados de sufrir. Cuando recién desplazados conseguíamos un platanito, se los asaba para los niños y nosotros no comíamos nada. Hubo días que todos nos acostábamos sin comer.

Las tres se entristecen recordando esos momentos dolorosos. Ya ninguna tiene sueño y el cielo está empezando a clarear. Ninguna quisiera que se repitiera la cruel historia de violencia. También anhelan con tener una casa propia, con su tierra para cultivar. Ser propietarias de alguna parcela, sin el temor de que nadie las saque. Para ellas el alimento es lo más importante. Como dice Yadira: “cuando tenemos comida tenemos tranquilidad. Si nosotras producimos, tenemos para nuestra alimentación y no vamos a estar sufriendo”.

A las tres les pregunto qué las hace feliz en este momento. Se abrazan y salen algunas lágrimas. Edith: “Mi familia me hace feliz. También las parrandas. Compartir con mis amigas”. Yadira: “A mí me hace feliz la parranda, compartir entre nosotras, juntarnos, reírnos”. Rosita: “Me hace feliz servirle a la gente que llega a la casa. Las fiestas que hacemos juntas. El trabajo en la Asociación”.

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