La ESS ha emergido como respuesta a las contradicciones inherentes del modo de producción capitalista, particularmente de las mujeres de los circuitos económicos formales
Rocío Quintero Gil
Que las mujeres sean excluidas, no es accidental sino estructural: el capitalismo requiere del trabajo reproductivo gratuito para la reproducción de la fuerza de trabajo, mientras mantiene a las mujeres como ejército industrial de reserva, disponible para ser incorporado o expulsado según las necesidades de acumulación del capital.
La participación femenina predominante en la ESS (aproximadamente 80% según diversos estudios) representa una contradicción dialéctica: las mujeres, al ser expulsadas del trabajo asalariado formal, desarrollan formas organizativas que, aparentemente, desafían las relaciones capitalistas de producción, pero que simultáneamente pueden funcionar como válvulas de escape que estabilizan el sistema, al proporcionar soluciones individualizadas a problemas estructurales.
Sin embargo, la ESS opera inevitablemente dentro de las estructuras ideológicas del modo de producción dominante. Las relaciones patriarcales no constituyen un sistema separado del capitalismo, sino que forman parte integral de las relaciones de producción capitalistas. Como demuestra el análisis materialista, la división sexual del trabajo es fundamental para la extracción de plusvalía: el trabajo reproductivo gratuito permite que el capital pague salarios inferiores al costo real de reproducción de la fuerza de trabajo.
Masculinidad hegemónica
El análisis de autores, sobre la persistencia de la masculinidad hegemónica, revela una contradicción fundamental: la ESS, al configurarse como una jornada laboral adicional para las mujeres, intensifica la explotación del trabajo reproductivo en lugar de cuestionarla. Las economías alternativas, al encontrarse subordinadas al modo de producción dominante, reproducen las mismas relaciones de explotación que pretenden superar, generando lo que podríamos denominar una «plusvalía solidaria» extraída del trabajo femenino.
La construcción social de la masculinidad hegemónica, con sus arquetipos del proveedor, protector y autosuficiente, no representa simplemente patrones culturales, sino relaciones ideológicas que sustentan la división sexual del trabajo necesaria para la acumulación capitalista. Estos arquetipos, al separar artificialmente lo productivo de lo reproductivo, ocultan la interdependencia real de ambas esferas y naturalizan la apropiación gratuita del trabajo femenino.
Las organizaciones solidarias, aunque surgen como espacios de resistencia, enfrentan la contradicción de operar dentro de un marco ideológico que las precede y condiciona. La autoexclusión masculina que se identifica, por el temor a ser feminizados, revela cómo la conciencia patriarcal se reproduce incluso en espacios que buscan la transformación social.
Esta contradicción se manifiesta en la funcionalidad que la ESS puede adquirir respecto al sistema capitalista-patriarcal. Para el capital, la ESS resuelve temporalmente la contradicción entre la necesidad de mantener el trabajo reproductivo gratuito y las demandas de autonomía económica femenina. Las mujeres asumen individualmente la responsabilidad de crear alternativas económicas, liberando al Estado y al capital de proveer empleos formales o socializar el trabajo reproductivo.
El progresismo es insuficiente
Para las relaciones patriarcales de dominación, la ESS feminizada mantiene la segregación ocupacional que devalúa el trabajo femenino. Al configurarse como «economías de supervivencia» o «economías de cuidado», se naturalizan como extensiones del rol reproductivo tradicionalmente asignado a las mujeres, mientras los hombres conservan el control sobre los sectores de mayor acumulación de capital.
La evidencia demuestra que los marcos jurídicos progresistas, por sí solos, no transforman las relaciones materiales de producción.
El reconocimiento formal de derechos puede coexistir con la intensificación de la explotación, como muestra la persistencia de la triple carga laboral femenina incluso en contextos de avanzada legislación de género. Esta contradicción revela los límites del reformismo: sin transformar las relaciones de propiedad y socializar el trabajo reproductivo, los marcos legales progresistas pueden funcionar como mecanismos de cooptación que neutralizan el potencial revolucionario de los movimientos sociales.
La propuesta sobre nuevas masculinidades, analizada desde el materialismo histórico, representa una lucha ideológica necesaria pero insuficiente. La transformación de la conciencia masculina debe articularse con la transformación de las relaciones materiales de producción. Los procesos de sensibilización que se proponen deben entenderse como parte de una lucha de clases más amplia, que incluya la dimensión de género como contradicción antagónica dentro del capitalismo.
Conciencia y cambio estructural
La corresponsabilidad en las economías del cuidado no puede reducirse a una redistribución de tareas domésticas, sino que debe implicar la socialización del trabajo reproductivo y su reconocimiento como trabajo productivo esencial para la reproducción social. Esto requiere no solo cambios en la conciencia individual, sino transformaciones estructurales en la organización social del trabajo y la redistribución de la riqueza socialmente producida.
El desafío histórico consiste en desarrollar formas de organización económica que no solo ofrezcan alternativas al capitalismo, sino que efectivamente transformen las relaciones de producción que sustentan tanto la explotación de clase, como la opresión de género. Esto implica superar la falsa dicotomía entre lo productivo y lo reproductivo, reconociendo que la transformación social requiere la revolución simultánea de ambas esferas.
Una ESS verdaderamente transformadora debe cuestionar no solo las formas de intercambio y distribución, sino las relaciones de producción fundamentales que sustentan la división sexual del trabajo. Solo mediante la socialización del trabajo reproductivo y la eliminación de la apropiación privada de la plusvalía, podrá la economía solidaria cumplir su potencial revolucionario y convertirse en base material para la construcción de relaciones sociales genuinamente igualitarias.
La evidencia demuestra que los marcos jurídicos progresistas, por sí solos, no transforman las relaciones materiales de producción.