Pietro Lora Alarcón
@plalarcon
Este Primero de Mayo es trascendental para Colombia y el mundo. El contexto internacional muestra un viraje, en el cual el gran capital comercial, industrial y financiero consolida una economía para sustentar guerras y agresiones.
Así, se incentiva la concentración del poder geoeconómico y geopolíticamente. La intención es que predomine la violencia contra las resistencias populares y confrontar los países y bloques que buscan en el multilateralismo las salidas alternativas para una crisis de grandes proporciones, que impacta sensiblemente la vida de la clase trabajadora.
Toda esa práctica, destinada a incrementar la acumulación capitalista, implica la imposición de políticas de austeridad, que recortan las inversiones en los derechos sociales e impactan duramente los sectores más humildes, con el ingrediente de que son acompañadas de la acentuación del racismo, la xenofobia, la discriminación de género y la criminalización de la migración.
En este contexto aparece claramente un discurso indignante de naturalización de la explotación humana. Con efecto, el lenguaje corriente de los CEO´S – jefes ejecutivos de gigantescas corporaciones – usualmente expone que el empleo si es un derecho en el mundo de las relaciones de trabajo orientadas por el capital porque es un mercado con igualdad de oportunidades para todos y todas. En ese discurso, el desempleo masivo-estructural es el momento ideal para el “emprendimiento individual” y reivindicar un supuesto “derecho a la autonomía laboral”, donde el trabajador “se liberta de los sindicatos y negocia libremente”.
Trabajo y relación de clase
Ese lenguaje de sofismas elimina el sentido popular e inclusivo de expresiones como “compañero”, “solidaridad”, “sindicatos”, “huelga”, “salario justo”, “descanso remunerado” o “vacaciones” y como esclarecen autores de la talla de D. Harvey, se basa en la idea de que los trabajadores tienen un derecho de propiedad privada individualizada sobre la fuerza de trabajo y de que son “libres” para disponer de ella como una mercancía y vendérsela a quien quieran. Lo que se esconde, al final, es que en el régimen de trabajo y el propio mercado de trabajo hay una relación de clase, en cuyo centro está es una manera salvaje de conducir la humanidad.
La verdad es que esta intención no es tan nueva. La Sociedad Mont-Pélerin, que agrupaba a la gran derecha internacional en la mitad del siglo XX, se encargó de universalizar tres tesis: que los derechos laborales son el gran obstáculo para el desarrollo; que los sindicatos constituyen una perversión al orden económico y, finalmente, que las huelgas y movilizaciones populares son acciones delincuenciales, que deben ser criminalizadas. Derechos, sindicatos y luchas son, en esa lógica, contrarios a la naturaleza de un sistema supuestamente justo y, por eso, ningún trabajador o trabajadora puede controlar su tiempo, su proceso de trabajo y mucho menos de su producto.
Tarea del momento
En la actual coyuntura, las fuerzas reaccionarias elevan al máximo la explotación y buscan mayores ganancias con las nuevas dinámicas tecnológicas y la inteligencia artificial, en una sociedad de redes cada vez más informatizada, donde la creatividad se torna mercancía al servicio de la guerra y la pobreza.
Si Trump en EE.UU. lanza un neofascismo económico-social, que implica el terrorismo desestabilizador de los aranceles aduaneros, estigmatizar migrantes y retroceder en derechos, en Colombia la batalla prosigue en este Primero de Mayo con un gobierno que a pesar del saboteo en el congreso y las incomprensiones de los que no captan la riqueza de este momento de unidad, desafía la antidemocracia, el militarismo y apoya y se apoya en la movilización.
Hoy, más que nunca, organizar y luchar por la reforma laboral y los derechos de los trabajadores, en un ejercicio democrático participativo como una consulta, tiene un impacto enorme en la lucha por la emancipación humana. ¡Viva el Primero de Mayo, por la unidad, la vida y las reformas!