El muy posible acuerdo entre Trump y Putin para poner fin a la guerra, puede también poner fin al orden mundial como lo conocemos
Federico García Naranjo
@Garcianaranjo
Se cumplen tres años del comienzo de la guerra en Ucrania, una guerra provocada con el fin de mantener la hegemonía estadounidense y cuyos resultados, de momento, parecen no cumplir del todo las expectativas de sus patrocinadores. Eso sí, la guerra ha implicado una lesión profunda en el proyecto de la globalización y ha embarcado al mundo en la incertidumbre de una etapa de transición hacia un nuevo orden mundial imprevisible.
Ahora que la nueva administración estadounidense ha decidido cambiar las prioridades y negociar la paz directamente con Rusia, excluyendo a la Unión Europea y a la propia Ucrania, también puede quedar en entredicho la cohesión de los países que conforman el “Occidente colectivo”. La finalización rápida de la guerra a través de una negociación bilateral y excluyente puede significar, paradójicamente, el fin de la OTAN o, en cualquier caso, un debilitamiento enorme de la alianza histórica entre la Europa continental y la angloesfera. ¿Esto qué implicaciones tiene?
Un tipo práctico
Desde que era candidato presidencial, Donald Trump expresó su desacuerdo con el apoyo financiero y militar a Ucrania. En su estilo chabacano y grandilocuente, incluso llegó a afirmar que resolvería la situación en 24 horas. Lo cierto es que tras el triunfo electoral, el equipo de Trump se puso en contacto con el gobierno ruso y comenzaron aceleradamente las negociaciones para definir las etapas y las condiciones del cese al fuego.
Trump no es un hombre de Estado, es un hombre de negocios. Busca poner fin a la guerra no porque tenga un sentido humanitario sino porque es mala para los negocios. No solo es el desangre que han significado más de 300.000 millones de dólares en ayuda militar y financiera –de los cuales, la mitad no aparecen–, es que ya se han cumplido los objetivos propuestos por Estados Unidos para provocar la guerra, al menos en parte. Según su cálculo, es más costoso mantener la guerra y aspirar a cumplir todos los objetivos, algo imposible, que terminarla ahora y “salvar los muebles”, es decir, conformarse con un buen rédito y recuperar lo que se pueda de la “inversión”.
Uno de los problemas para comprender lo que está sucediendo radica en que el relato oficial reproducido por los medios corporativos de comunicación ha sido intencionalmente retorcido y falso. Según ese relato, Putin es un autócrata implacable, siempre ha tenido ansias expansionistas, considera a Ucrania parte del Imperio Ruso y está dispuesto a todo con tal de apoderarse de la mayor cantidad de territorio posible. Algo así como una combinación entre Hitler, Gengis Khan y Hank Scorpio. Este relato simplón, que deposita toda la responsabilidad en un hombre e ignora la complejidad, ha impedido comprender el papel de Occidente en la guerra y el porqué de su actual desenlace.
Los objetivos
Las provocaciones de Occidente a Rusia fueron la causa de la guerra. Impulsó el golpe de Estado del Maidán en 2014 para imponer un gobierno de claro tinte neonazi en Ucrania, apoyó la limpieza étnica contra la población de habla rusa en Crimea y en el Donbass, amenazó con incluir a Ucrania en la OTAN en contravía de todos los acuerdos preexistentes y del propio buen juicio –Kissinger, por ejemplo– y promovió la actitud agresiva y amenazante de muchos miembros del gobierno ucraniano quienes día sí y día también anunciaban la instalación de misiles nucleares apuntando a Moscú.
¿Por qué Occidente –léase Estados Unidos o mejor, la administración demócrata– provocó la guerra? A corto plazo, sus objetivos eran, primero, debilitar y aislar a Rusia, percibida como amistosa con Trump, rival estratégica en Eurasia y buen socio comercial de China. Y segundo, romper los vínculos comerciales y políticos entre Rusia y Europa. ¿Por qué? Un teórico inglés de la geopolítica de comienzos del siglo XX, Harald Mackinder, sostenía en su teoría del Heartland que quien dominara la región de Eurasia, dominaría el mundo. El imperio británico, hegemónico en ese momento, sólo controlaba las rutas marítimas pero no estaba en capacidad de controlar el Heartland, así que su única opción para mantenerse en la cima era impedir la unión entre Europa y Rusia, en particular, entre Alemania y Rusia.
Parecería que la doctrina de Mackinder sigue siendo parte de la agenda internacional de los países de la angloesfera. La voladura del gasoducto Nord Stream II que garantizaba el suministro de gas ruso a Alemania, lo demuestra. Ahora bien, ¿estos objetivos se cumplieron? El primero, no. Rusia pudo acomodarse rápidamente a las nuevas circunstancias definidas por el aislamiento occidental y las sanciones económicas, diversificó su comercio internacional y fortaleció sus vínculos con países vecinos y de la periferia, lo que le permitió mantener su crecimiento económico y sostener la guerra.
El segundo objetivo sí se cumplió. La actitud de los líderes europeos insistiendo en la guerra y señalando a Putin como su principal enemigo, lo demuestra. A largo plazo, el objetivo siempre fue, sin duda, avanzar en el aislamiento a China debilitando a uno de sus posibles aliados más importantes. Por eso los chinos nunca condenaron la Operación Militar Especial rusa. Sabían que si Rusia era derrotada, ellos serían los siguientes.
Un tipo astuto
Quien sí ha conseguido sus objetivos con esta guerra ha sido Rusia. Logró tomar alrededor del 18% del territorio ucraniano y lo que falta, pues sus tropas siguen avanzando sobre el terreno. Va a integrar oficialmente a su territorio a las cinco provincias ucranianas que reclama. Va a garantizar la neutralidad de Ucrania y su desactivación como potencial amenaza. Y va a salvar la vida de miles de ucranianos de habla rusa que durante once años han sido víctimas de un intento de limpieza étnica por parte del ejército de su país.
En cualquier caso, no deja de ser sorprendente que en este momento los líderes de la paz mundial sean Putin y Trump, mientras la Europa democrática y liberal pide más guerra y una imposible victoria militar. Su irrelevancia es el precio de su sumisión a Estados Unidos. Hoy las cosas están así: Putin ganó, Europa es periferia.
Bienvenidos al nuevo orden mundial, nos guste o no.