sábado, abril 12, 2025
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Tras el veredicto de las urnas, ¡a defender la revolución!

Lo que estuvo en juego en las elecciones del pasado domingo en Venezuela no fue el simple relevo presidencial. Estuvo de por medio la defensa de un proceso de cambios sociales avanzados, que irradia esperanza en el continente latinoamericano, que inspira anhelos de paz, de justicia, de independencia y de soberanía nacional

Acto de cierre de campaña de Nicolás Maduro.
Acto de cierre de campaña de Nicolás Maduro.

Las elecciones generales del 14 de abril en Venezuela ofrecen, como plato jugoso, una variedad multicolor de lecturas para analistas de distintas orillas de la política latinoamericana. No fue, en todo caso, una simple contienda electoral por la sucesión presidencial. Hubo mucho más en juego en esta consulta, que puso los ojos del continente entero y de muchos países del mundo sobre el escenario de lo que ocurría en las calles del vecino país.

Fue la primera prueba de supervivencia para el chavismo, que convocó a unas elecciones por primera vez en 14 años sin la presencia física de ese coloso, de ese gigante, que se llamó Hugo Chávez. Ciertamente, los sectores de derecha y la prensa oficiosa de la burguesía en el continente presagiaron un cataclismo, el derrumbe inminente, bajo el supuesto de que Nicolás Maduro era un candidato mediocre, que no estaba a la altura del reto político que imponía semejante contienda.

Pero los resultados de las urnas fueron claros. El Consejo Nacional Electoral indicó que tenían un carácter irreversible; la dirigencia del PSUV notificó a las fuerzas de la reacción venezolana que no se hagan ilusiones si piensan que van a encontrar debilidades y vacilaciones en las filas del gobierno, que con decisión va a defender este triunfo.

Capriles se adelantó a decir que no reconoce legitimidad del triunfo del candidato socialista. Pone en duda una ventaja de casi 300 mil votos. Cuando él en los anteriores comicios ganó las elecciones a la gobernación del estado de Miranda por escaso margen de 35 mil papeletas, y se le respetaron esos resultados.

Desestabilización

En varios países latinoamericanos, que ostentan discutibles democracias, y aun en los propios Estados Unidos, en la historia moderna, candidatos presidenciales han obtenido triunfos precarios, con márgenes de ventaja inferiores al 1%, que representan 20 o 30 mil votos, incluso menos, y se han respetado tales veredictos, aceptados además por la comunidad internacional. El reclamo de la oposición venezolana, en estas condiciones, tiene mucho de chantaje, de amenaza de confrontación, de anuncio de planes de desestabilización para intentar arrebatar un poder que no le pertenece.

Por eso, y esta es una característica adicional de la jornada del domingo, hay un examen a la institucionalidad electoral venezolana, reconocida por un amplio grupo de observadores internacionales, entre quienes se cuentan ex jefes de estado y serios observadores, pero puesta en cuestión por la derecha, que acusó al CNE de parcialidad política.

Colocar en duda la legitimidad del proceso no es argumento que salió a flote en los ajetreos políticos del domingo 14. El equipo de Capriles buscó desde mucho antes inducir a un clima de sospecha para desacreditar el proceso soberano en su conjunto.

Esencia neoliberal

Esta estrategia no fue improvisada. Hizo parte de un complejo tinglado que extiende sus tentáculos a centros de conspiración internacionales con sede en Bogotá, Madrid y Washington. Los medios de comunicación occidentales, por su parte, realizaron una intensa campaña con y para Capriles.

El candidato opositor modificó su discurso, copió estereotipos de discursos anteriores de la campaña de Chávez. Incluso se refirió al líder de la revolución bolivariana en tono respetuoso, tomando su figura, utilizando una gorra similar, banderas venezolanas, eslóganes parecidos, para enfrentar la figura de Chávez a la de Nicolás Maduro, insinuando que el dirigente obrero no tendría el talante de Chávez.

Fue en este sentido un mensaje racista, elitista, típico de la actitud arrogante de la oligarquía venezolana. Capriles mostró un programa de gobierno aparentemente progresista, orientado a restar unidades a las filas del chavismo, apropiándose de los logros sociales de 14 años de gobierno chavista. En no pocas ocasiones ofreció vivienda, comida, aumento de salarios hasta de en un 50%.

Prometió convertirse en abanderado de la lucha contra la inseguridad, incluso apoyando las misiones chavistas, todo con el fin de ocultar la esencia neoliberal de su programa, su odio hacia Cuba, su desprecio por la solidaridad internacionalista y el espíritu de integración de la revolución bolivariana. Casi llegó a insinuar que Capriles es el mejor sucesor de Chávez y no Maduro.

Defender el proceso

Fue una táctica coherente, que se ocupó hasta del más mínimo detalle. Buscó incluso perder por el mínimo porcentaje posible para hacer más compleja la gobernabilidad del chavismo, consolidar una campaña de descrédito de Maduro, como ya empezó a verse y provocar fisuras en la dirección del movimiento bolivariano. Por eso aparecieron en la campaña opositora consignas como “voté por Chávez pero no voto por Maduro”, “soy chavista pero voto por Capriles” y otras semejantes.

Así como los postulados bolivarianos pregonados por Chávez cohesionaron a sectores de izquierda en América Latina, la derecha venezolana cohesiona muchas derechas latinoamericanas que coinciden en intereses económicos y geoestratégicos.

Por eso lo que se juega en Venezuela no es solo determinar quién ocupará el sillón presidencial, sino todo el conjunto de unas reformas sociales avanzadas, que ponen al pueblo como protagonista principal, e inspiran procesos emancipatorios similares en todo el continente latinoamericano. Por eso, la consigna de los revolucionarios venezolanos y latinoamericanos es defender el conjunto de transformaciones socialistas, como lo soñó Chávez.

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