El uso mediático del desencuentro entre Colombia y Perú, solo beneficia a quienes pueden sacarle réditos al escándalo en la política interna y a quienes tienen intereses geoestratégicos sobre la Amazonía
Federico García Naranjo
@garcianaranjo
“Colombia no reconoce la soberanía de Perú sobre la isla y desconoce a las autoridades de facto impuestas en la zona”. Así se pronunció el presidente Gustavo Petro el pasado 7 de agosto en Leticia, a propósito de la aprobación de una ley por parte del Congreso peruano donde erige a la isla de Santa Rosa ─ubicada frente a Leticia─ a “distrito propio” del departamento de Loreto, es decir, Perú declara oficialmente que la isla es peruana.
Una situación como esta, donde dos países tienen desacuerdos sobre puntos específicos de sus fronteras, en particular cuando la frontera es un río cambiante como el Amazonas, es algo frecuente en las relaciones internacionales. ¿Por qué entonces ahora este desencuentro entre los dos países se convierte en un escándalo?
Una guerra, dos tratados
El Protocolo de Río de Janeiro firmado en 1934 entre Perú y Colombia puso fin a la guerra que enfrentó a los dos países entre 1932 y 1933 y ratificó la vigencia del tratado Salomón-Lozano, firmado en 1922.
Este tratado establece que el límite entre los dos países donde la frontera es el río Amazonas es la vaguada, es decir, el punto más profundo del río. El Tratado además establece la creación de una comisión binacional para dirimir las diferencias que puedan surgir por el cambio en la geografía, comisión que hoy se denomina la CONPERIF.
Como consecuencia del cambio climático, las variaciones en el volumen del agua y los sedimentos que el río lleva, en los últimos años se han formado numerosas islas fluviales en el Amazonas como la Santa Rosa.
Hoy la isla está habitada por unas 3.000 personas, 90 % peruanas, que dependen económicamente de Leticia y Tabatinga. En otras palabras, Santa Rosa es como un barrio más de la capital amazonense. Debe subrayarse, además, que la población que habita la zona, independientemente de su nacionalidad, convive en paz y comparte el reclamo por más atención por parte de sus respectivos gobiernos.
El problema es que la isla sigue creciendo y dentro de pocos años tocará la orilla colombiana del río, dejando a Leticia sin acceso al Amazonas. Por ello, el Gobierno colombiano ha solicitado una reunión de la CONPERIF para llegar a un acuerdo que garantice los intereses de los dos países, así como de la población de la frontera.
Los dos países, por otra parte, han suscrito numerosos tratados de cooperación binacional e incluso, a principios de este año, se llevaron a cabo misiones humanitarias de la Armada colombiana en Perú, reforzando los lazos que unen a la población fronteriza y reafirmando la relación amistosa que tenemos con nuestros hermanos peruanos desde hace casi cien años. Por todo ello, si no había necesidad de expedir la ley que reconoce a Santa Rosa como peruana, ¿por qué ahora el Congreso de ese país toma una decisión en contravía del derecho internacional?
Para la galería
Una de las variables más importantes, pero normalmente desestimadas, en el análisis geopolítico es la política interna. Es decir, muchas veces los gobiernos toman decisiones que afectan a otros países pensando no en sus intereses geoestratégicos sino en incidir en el debate público interno.
El patriotismo siempre es una bandera rentable en momentos de desprestigio o ante la necesidad de distraer la atención, por esto, es frecuente que gobiernos con problemas de gobernabilidad o baja popularidad acudan a azuzar conflictos con otros países.
Es el caso del gobierno de la señora Dina Boluarte quien, como se sabe, llegó al poder tras el golpe parlamentario que el Congreso dio al presidente Pedro Castillo ─hoy preso─ en 2022. Ese golpe provocó un estallido social que se saldó con más de 80 asesinatos, en una masacre que fue silenciada de forma cómplice por los medios de comunicación.
Hoy la presidenta Boluarte tiene una popularidad que no llega al 1 % en las encuestas y se halla inmersa en numerosos escándalos de corrupción. Por ello, un conflicto diplomático con Colombia es la mejor carta que puede jugar en este momento para recuperar algo de maniobra en la recta final de su mandato.
Por supuesto, el despliegue de patrioterismo en los medios y las redes sociales peruanas ha sido masivo. Políticos, analistas de ocasión, diplomáticos, influenciadores, editorialistas y formadores de opinión han salido en coro a repetir que Petro quiere provocar un conflicto, que la isla es peruana porque allí viven peruanos y que ojalá las fuerzas militares acudan a la zona a garantizar la soberanía.
Derecha criolla, pero apátrida
Lo anterior es comprensible. Al final, es normal que los peruanos salgan ─con razón o sin ella─ a defender los intereses de su país. Lo que no tiene ninguna justificación es la reacción de la derecha política y mediática colombiana. Desde líderes políticos compartiendo y dando por buenos los editoriales de la prensa peruana, hasta pseudoanalistas que sostienen que la posición de Petro es hipócrita por hacer escándalo ahora, cuando no se había preocupado nunca antes por la región.
Esta postura antipatriótica deja en claro, al menos, dos asuntos. Primero, la derecha colombiana es capaz de ponerse del lado de Trump o del Perú con tal de atacar al gobierno de Petro. No son patriotas, solo defienden sus intereses de clase. Y, segundo, este episodio retrata de cuerpo entero a nuestra clase dominante, preocupada más por ser aceptada en París o Nueva York que por defender los intereses de la Colombia periférica, la misma que Álvaro Gómez llamaba despectivamente “esas lejanías”.
Arreglo amistoso
La población de la frontera solo quiere vivir en paz, que los dos países arreglen sus diferencias y que inviertan en el desarrollo de la región. Nadie está interesado allí en un conflicto. Lo cierto es que a ambos países nos conviene no solo llegar a un acuerdo limítrofe, sino avanzar, por qué no, en la creación de una zona binacional ─similar a la que se proyecta con Venezuela─, que permita mayor control, más soberanía y mejores oportunidades para sus habitantes.
Los únicos interesados en un conflicto son quienes se frotan las manos con la idea de apropiarse del agua de la Amazonía. Si hoy el genocidio es por el petróleo, mañana será por el agua. Por eso, Perú, Colombia y toda América Latina deben prepararse para resistir y no perder el tiempo en escándalos fabricados.