Renata Cabrales
En las últimas semanas, la revista Semana ha intensificado su línea editorial a favor del expresidente Álvaro Uribe, justo en un contexto crítico: el juicio que enfrenta por manipulación de testigos y fraude procesal, cuya audiencia final es el 28 de julio.
Titulares como «Álvaro Uribe lanza advertencia sobre el juicio en su contra: “Ha sido inducido por el actual gobierno, por su más representativo senador”» o “Tomás Uribe dice que juicio contra Álvaro Uribe pone en riesgo la democracia y denuncia persecución política”, “La acusación contra el expresidente es la primera decisión de impacto de la Fiscalía en la era de Luz Adriana Camargo. ¿Venganza política o proceso justo?”, no solo anticipan una narrativa de persecución, sino que apuntan a una estrategia comunicacional en consonancia con intereses políticos que trascienden lo judicial.
Desde que Semana fue adquirida por el Grupo Gilinski, bajo la dirección de Vicky Dávila, su sesgo ideológico hacia la ultraderecha ha sido bastante evidente. Las voces críticas fueron silenciadas, las investigaciones serias desaparecieron y, en su lugar, aparecieron las defensas fraternales de figuras como el expresidente, Álvaro Uribe Vélez, el alcalde de Medellín Federico Gutiérrez, las senadoras María Fernanda Cabal y Paloma Valencia. No sorprende que el tratamiento informativo del juicio del expresidente esté menos centrado en el análisis jurídico y más en la victimización del líder del Centro Democrático.
El juicio se ha convertido en una pieza clave de la precampaña presidencial de la ultraderecha. La figura de Uribe, aunque deteriorada, sigue siendo simbólica para la oposición. Presentarlo como un “perseguido político” sirve como promotor de una narrativa peligrosa: la de un Estado capturado por un “castrochavismo judicial” liderado, según los líderes nefastos de la ultraderecha, por Gustavo Petro y sus aliados.
Esta teoría de conspiración, replicada en editoriales y columnas de la revista Semana, es funcional para reagrupar a los partidos políticos de la derecha y activar la polarización electoral que tantos dividendos ha dado en el pasado.
Si Uribe es absuelto, será celebrado como mártir redimido. Si es condenado, será enaltecido como víctima del castrochavismo. En ambos casos, la revista Semana ya sembró la narrativa: la justicia no actúa por pruebas sino por venganza. La prensa, que debería ayudar a suavizar el debate, se convierte así en operador político.
En un país donde la confianza en las instituciones está en riesgo, los medios tienen una responsabilidad ética mayor. La construcción de un ambiente de guerra judicial, sin evidencia ni voluntad crítica, no solo desacredita al sistema judicial, sino que alienta la desobediencia institucional y promueve el caos democrático. Y cuando una revista como Semana, con la historia que lleva a cuestas, se convierte en el megáfono de esa deslegitimación, no estamos ante periodismo: estamos ante propaganda.
Uribe, condenado o no, ya está en campaña. Y la revista Semana, lejos de observar el proceso, decidió ponerse la camiseta del Centro democrático.