viernes, mayo 16, 2025
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Revive el colapso del proyecto euroatlántico

Desde la fracasada invasión de Napoleón a Rusia en 1812, el histórico proyecto euroatlántico ha reactualizado sus derrotas en Eurasia, mientras azuza colisiones reaccionarias

Diana Carolina Alfonso

En una breve historia del armamentismo imperial se encuentra que, durante más de 200 años, el proyecto colonial europeo ha buscado controlar la periferia oriental del mundo con el objetivo de contener, ampliar o rescatar la tasa de ganancia del capital transnacional, el cual ya había garantizado su expansión colonial en América, Asia y África durante los tres siglos anteriores. La historia del desarrollo armamentista debe entenderse dentro de este marco.

Tras la invasión de América, los países centrales de la Europa naciente se esforzaron por especializarse tecnológicamente, convirtiendo la guerra en el instrumento más efectivo de su política imperial. Si bien la artillería de asedio de largo alcance surgió durante la Guerra de los Cien Años, en los conflictos entre las coronas inglesa y francesa del siglo XIV, su uso imperial alcanzó un punto clave con la caída de Constantinopla en 1453. A partir de entonces, la industrialización armamentística desempeñó un papel fundamental en la consolidación de los capitales imperialistas.

En el siglo XVI, los portugueses introdujeron el arcabuz en las guerras contra Japón y los pueblos de América. En el XVII, la llave de chispa mejoró la precisión de los mosquetes, y en el XVIII, los rifles de avancarga inundaron el mercado de armas tras su implementación en la Guerra de Independencia de Estados Unidos (1775-1783), lo que permitió la consolidación capitalista en rutas imprescindibles para el intercambio global de mercancías como China, Sudáfrica y la India.

Dinamitar el Heartland

La competencia imperial entre los países centrales europeos durante los siglos XVIII, XIX y XX determinó el reparto del mundo mediante tratados internacionales que demuestran cómo, en el ámbito liberal, las legislaciones son una expresión que reglamenta la hegemonía de la guerra capitalista. Entre estos acuerdos, tres resultaron fundamentales para la instauración de un orden global militarista: El Tratado de París (1856), que redefinió el equilibrio de poder tras la Guerra de Crimea; La Conferencia de Berlín (1884-1885), donde las potencias europeas se repartieron África; El Acuerdo Sykes-Picot (1916), que delineó las esferas de influencia colonial en Oriente Medio.

El fracaso de Napoleón en Rusia (1812) y la crisis del Imperio Otomano a mediados del siglo XIX avivaron las ambiciones anglofrancesas, desencadenando la Guerra de Crimea (1853-1856). Este conflicto reveló, de manera contundente, el estratégico peso geopolítico del corazón euroasiático bajo dominio ruso. En 1918, el geógrafo británico Halford Mackinder identificó esta región estratégica que llamó el Heartland (corazón continental), un vasto territorio en el núcleo de Eurasia que hoy abarca Rusia, Kazajistán, Ucrania y zonas adyacentes. En referencia al alcance hemisférico atlantista que denominó “la Isla Mundial”, Mackinder estableció que «quien gobierna Europa del Este, gobierna el Heartland; quien gobierna el Heartland, gobierna la Isla Mundial; quien gobierna la Isla Mundial, gobierna el mundo.»

OTAN: la larga cola del diablo

No es la primera vez que la OTAN vuelve sus ojos hacia el continente europeo. El economista Michel Chossudovsky sostiene que los muyahidines -creados y financiados por Estados Unidos y Pakistán- desempeñaron un papel crucial en la desestabilización de Yugoslavia en los años 90. Durante la Guerra de Bosnia y el conflicto de Kosovo, los muyahidines se aliaron con las fuerzas bosnias y el Ejército de Liberación de Kosovo, participando en atrocidades contra civiles serbios.

A pesar de presentar la intervención como una acción humanitaria, Occidente financió y armó a estos grupos, lo que facilitó la expansión de la islamización radical en la región. Chossudovsky califica esta etapa como «terrorismo patrocinado por Estados» y un ensayo de la estrategia de guerras por delegación, que se repetiría en conflictos posteriores como Siria, Libia, el Sahel y Ucrania.

La izquierda y el multilateralismo

En agosto de 1914, la mayoría de partidos socialdemócratas votaron a favor de los créditos de guerra en sus países (incluido el SPD alemán, el más grande de Europa). Esto marcó el colapso de la II Internacional, que había prometido oponerse a la guerra en sus congresos de Stuttgart (1907) y Basilea (1912).

La historia se repite. Esta semana, Die Linke, la principal referencia de la izquierda alemana, votó a favor de los créditos de guerra en el Bundesrat, siguiendo los pasos atlantistas del PSOE, su homólogo socialdemócrata español. En un gris que oscila entre la incapacidad y la obsecuencia, se encuentran los frentes de Syriza en Grecia y Sumar en España. Las izquierdas antiotanistas de Europa occidental no logran ponerse de acuerdo en un programa común frente a la arremetida militarista derivada del abandono estadounidense bajo Donald Trump.

Mientras tanto, Rusia busca recuperar el control perdido en su patio trasero tras la caída de la URSS. Las tensiones en torno al gas y el petróleo, que acercan a Turkmenistán, Azerbaiyán y Uzbekistán a potencias como Turquía, Israel y China, definirán el marco de alianzas dentro de los BRICS, cuya cumbre se celebrará los días 6 y 7 de julio en Río de Janeiro.

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