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Miles de hijos desaparecidos

Lejos de la fecha comercializable en mayo, reconocer el papel de las madres es situar su experiencia en el marco de su historia y, por tanto, de sus luchas. En memoria de Fabiola y Luis Fernando Lalinde

Sarah Daniela Quintero Ruiz
@DanielaQR9

En un árbol, en la vía Jardín-Riosucio, fue colgado Luis Fernando Lalinde luego de ser detenido en un cañaduzal y golpeado. Esto lo contaron campesinos de la región a su hermano, Jorge Iván Lalinde, y más tarde a los miembros del Partido Comunista – Marxista Leninista (PC-ML), en el cual Luis Fernando había militado.

El tiempo dejó de correr lineal, monótono, productivo… para la familia Lalinde cuando “Luis Fernando Lalinde Lalinde fue detenido y desaparecido por unidades del Batallón Ayacucho el día 3 de octubre de 1984, entre las 5:30 y 6:00 a.m., y sacado de la vereda en horas de la tarde con otro detenido en un camión del Ejército, habiendo sido objeto de torturas y malos tratos en presencia de los campesinos y niños del lugar”, señala uno de los informes recabados por su madre.

Aquellas cartas guardadas a sus amigos tiempo atrás, las postales sin fechar de la inconfundible Yoli, la nota en la servilleta escrita por Luis Fernando en 1983 a “la viejita” en la víspera de su cumpleaños, o las plantas del herbario compiladas sus 15 años serían los vestigios resguardados por la madre, como huellas sobre un pasado detenido y un futuro hecho a su amparo.

¿Dónde están los desaparecidos? “Ellos regresan en sueños cuando se logra dormir un poco”, decía Fabiola Lalinde (la madre) hace algunos años. Pero si el sueño ha dejado de ser el buen sueño que procura el descanso y se ha convertido en una forma de huir a la realidad (de traer al ser perdido); si se ha convertido en un sueño que deja aún más exhausto al que en su vida misma la injusticia se ha asentado…, entonces los desaparecidos se escapan a los sueños: están en los vestigios de un pasado que ha querido ser borrado.

Vengarse nombrando

Alguien ha dicho alguna vez que articular históricamente lo pasado significa adueñarse del recuerdo “tal y como relumbra en el instante de un peligro”. ¿Acaso el hecho de tener que buscar hijos, hijas, hermanos, esposas, padres, sobrinas… a los que su futuro les fue usurpado, a los que injustamente asesinaron, no es una clara señal de que se ha echado a rodar ya el instante del peligro?, ¿acaso traer al presente su nombre y dignificarlo no es un deber contraído con aquellos a los que se debe la memoria? En últimas, ¿no es esta una forma de vengarse del horror y de nombrarlo?:

“Yo tengo un concepto muy refinado de la venganza. Y yo vivo por venganza, pero no por la venganza de hacerle mal al otro, sino por denunciar y denunciar y denunciar hasta el cansancio. Y hacer que todos los días tengan que escribir el nombre de Luis Fernando Lalinde. Porque no es solamente un puñado de restos los que yo estoy tratando de rescatar, sino que yo estoy tratando de rescatar su dignidad y su identidad porque él era un ser humano. Y es la dignidad y la identidad de todos los desaparecidos” (Fabiola Lalinde).

Esto decía una madre que había recorrido ya el camino que va de la primera a la última ayuda: de la solidaridad originaria, tendida a los suyos (a sus hijos), hasta la solidaridad que se dirige hacia todos los condenados de la tierra.

Madres «autómatas»

Cuando el horror impensable ocurre hay que tenerlo siempre presente. Y esto no es fácil, pues ¿Qué significa perder un hijo? Suena de fondo la respuesta inevitable de otra madre, esta vez de Norberto Javier Restrepo, desaparecido por la SIJIN y encontrado cerca de Santa Bárbara, Antioquia, a los 11 días de desaparecido: “Figúrese uno perder un ser querido. Que un hijo es una vida. El hijo de uno es la vida de uno mismo. Yo, prácticamente desde que él faltó… Yo… es como un autómata, como si me moviera algo, pero… Inclusive es uno como un muerto andando, porque ya uno no tiene tranquilidad para nada”.

Si se reconoce que las partes de una familia, como todo núcleo social, están articuladas a por las relaciones que se establecen entre cada uno de sus miembros, resulta claro que no hay ninguna más importante que la que se establece entre hijo y madre —o bien entre infante y campo de la cultura (o del amor), si se entiende en términos estructurales. Si se asume lo anterior, una mujer “autómata” es aquella que ha quedado despojada de los seres en los que su lugar de cuidadora se veía realizado.

En una entrevista frente a su antigua casa, Fabiola Lalinde dijo: “Ustedes pueden grabar en sus cámaras estas ruinas, pero grabar lo que uno lleva en el alma…: eso es imposible”. Y es que una madre sin hijo es un ser arrojado a un contexto en que la estructura familiar persiste, pero no ya la relación.

Revolucionar a la madre

No obstante, si se revoluciona a las madres, como sugería una vieja obra de teatro, ya no queda nada por revolucionar. “Cuando yo empecé en esta búsqueda, entonces me di cuenta que era que había un problema de fondo, que no era solamente Luis Fernando Lalinde el desaparecido, sino que era toda una generación”. Y es que cuando el mecanismo que dirige todas las energías maternales hacia el ámbito privativo de la familia se torna inoperante, su viraje en favor de todos los oprimidos, de las víctimas del conflicto armado colombiano, de la verdad, de la justicia… se convierte en la negación de aquella premisa que insta a asumir pasivamente el ultraje: “Uno en esto va aprendiendo como a trascender el caso individual, porque ya no es ‘el caso Luis Fernando Lalinde’, es los desaparecidos de este país”. Así hablaba Fabiola Lalinde, tal vez honrando la dignidad de los desaparecidos y también de sus madres.

* El presente artículo se ha construido a partir del Fondo Fabiola Lalinde y Familia, del Laboratorio de Fuentes Históricas de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín.

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