La entrega de los premios Nobel, desde que fueron fundados en 1901, por Alfred Nobel, han despertado el interés universal por saber a quiénes se les galardona cada año. El del 2025 ha causado indignación en el mundo democrático y humanista
Guillermo Linero Montes
A través de los premiados se obtiene información acerca de los avances en sectores del conocimiento (la ciencia, las humanidades y el arte) no necesariamente coincidentes con nuestro espacio intelectual o ajenos a nuestras actividades personales.
Nadie espera que un físico nuclear, alguien que podría conocer poco o nada de novelas o poemarios, haga el análisis literario de una obra con autoridad de experto, o que un artista tenga que saber obligadamente en qué consiste la teoría de las cuerdas. Basta con enterarnos que ha sido premiado alguien -no importa en cuál modalidad- para que experimentemos la satisfacción de saber cuánto estamos progresando.
Un premio de interés humanista
Pese a ello, con los premios Nobel de paz ocurre diferente, porque refieren un asunto perteneciente al contexto vital de todos los humanos; pues la paz le interesa a la especie, no por el mero afán de progresar, como ocurre con los otros premios Nobel, sino para subsistir en armonía, para no auto eliminarnos. Esto hace a los premios Nobel de paz muy populares, y que se les aprecie especialmente; porque, distinto a la idea que se tiene acerca de los premiados en las otras modalidades -que los reciben por sus estudios y sabiduría- la mayor parte de las personas consideran que el Nobel de la paz es otorgado a quienes han demostrado su benevolencia.
Esa apreciación hace que, entre los ciudadanos corrientes, se considere a los laureados con el Nobel de la paz, casi santos; y en consecuencia nadie cuestiona, por ejemplo, que lo haya recibido la madre Sor Teresa de Calcuta, hoy santa.
No obstante, la verdad es que la sabiduría y la benevolencia no hacen la diferencia entre los premios de paz y los demás; sino el trasunto de lo realizado. Mientras que a los científicos y a los escritores se les otorga por sus méritos unipersonales, el target de los Nobel de paz no está enfocado únicamente para exaltar los logros de una sola persona, sino, además de eso, para reconocerle a una población en estado de guerra o indefensión, su capacidad de lucha y, especialmente, para anunciarle, a dicha población y a sus victimarios, que no se les ignora.
Cuando a Luther King le otorgaron el premio Nobel de la paz de 1964, lo hicieron para exaltar la lucha de los afroamericanos por la igualdad de derechos, y lo hicieron a través suyo, no por su sabiduría en calidad de ministro bautista, sino por su entrega vital al combate contra el racismo sin usar la violencia. Y a la madre Sor Teresa de Jesús le fue otorgado en 1979, porque a través suyo podría hacerse eco de aquellas poblaciones en extrema pobreza y así mover las voluntades políticas. Tanto Luther King, como la madre Sor Teresa, entregaron su vida a la consecución de la paz, y ambos estuvieron siempre por fuera del poder político formal. Igual, a Rigoberta Menchú le fue otorgado el Nobel de la Paz, en 1992, para aupar su lucha en defensa de los indígenas guatemaltecos, sumidos por entonces en una situación de violencia y un total desprecio por los derechos humanos.
La paz siempre presente
Con todo, esa noción del Nobel de paz otorgado a un ser bueno, se cambió de pronto cuando empezaron a concedérselos a procesos de paz, dándoles la medalla a sus firmantes principales, no importando si de gobernantes, o habiéndolos sido, estuvieron involucrados directa o indirectamente con el maltrato a otros, y hasta con la muerte de personas. Por ejemplo, en 1973, a Kissinger, secretario de estado del gobierno norteamericano, y a Le Dc Tho, representante del gobierno del Vietnam del Norte, les fue otorgado por haber participado en el llamado “Acuerdo de paz de París”, dándole fin a una guerra dónde solo, y únicamente, un pueblo era víctima.
De igual manera, lo recibieron en 1993, Nelson Mandela y Frederik Willem de Klerk, por haber firmado la “abolición pacífica del apartheid en Sudáfrica y por sentar las bases de una nueva nación democrática”. Al expresidente Obama le fue otorgado en el 2009 “por fortalecer la diplomacia internacional” y, acá en Colombia, el expresidente Juan Manuel Santos lo recibió “por acabar con el conflicto armado”.
En otra consideración acerca del criterio de la escogencia de los premios Nobel de la paz; pues, sin duda, en el siglo XXI el criterio parece ser entregárselos no a quienes representan a un pueblo, sino a quienes adelantan o han firmado acuerdos de paz. Por eso, estaba en el sonajero para el premio de este año, Donald Trump, un hombre que ha demostrado no ser bueno ni representar a los pueblos indefensos, pero, solo y estrictamente él, mientras sea presidente de Norteamérica, tiene el poder para firmar muchos tratados de paz.
Que le hayan dado el premio a la venezolana Corina Machado, pareciera tener un solo contexto que lo justifica: la existencia de una parte importante de la población venezolana, que está convencida de la ilegalidad del gobierno actual, proceso del cual ella es su principal vocera y abanderada. Sin duda el mundo democrático y humanista no está de acuerdo con tal criterio.
Lo que si es claro es que María Corina Machado está lejos del talante de Luther King y de la madre Sor Teresa de Calcuta, y todavía no ha firmado, como lo hicieron Kissinger, Frederik Willem de Klerk, o Juan Manuel Santos acuerdos y negocios de paz.