Pietro Lora Alarcón
@plalarcon
El resultado electoral boliviano generó una andanada de informaciones, crónicas y comunicados, en las cuales la gran prensa internacional enfatiza que se trata del comienzo del fin del progresismo en ese país. Hay incluso quien dice que habrá un impacto casi automático en los futuros procesos electorales de la región.
Para el campo revolucionario latinoamericano es un momento de reflexión, que debería considerar, por lo menos, tres aspectos: primero, el grado objetivo de desarrollo de la conciencia de las clases y la capacidad de resistencia de los actores populares en las sociedades regionales; las contradicciones económicas de países cuyos gobiernos pugnan por encontrar fórmulas, en el marco de la crisis global, que combinen crecimiento económico con distribución de riqueza y control de precios, sin renunciar a salir de la dependencia neocolonial impuesta durante siglos. Y las dificultades para la unidad de los sectores comprometidos con la creación del instrumento político para profundizar la democracia y realizar una gestión pública ciudadana.
La derecha, a su vez, necesita sepultar la reciente historia boliviana por una razón casi elemental: nadie olvida que en Bolivia, desde el 2000, se gestó un proyecto de Estado plurinacional, con soporte en una administración comunitaria territorializada, con movilización de campesinos e indígenas que tuvieron la capacidad de generar un proyecto nacional electoral y le arrebataron el gobierno a las élites empresariales racistas que se apropiaron de la tierra, el combustible y el agua, experiencia y aprendizaje popular, que no se diluye sea cual sea el resultado final en segunda vuelta.
Repensar la táctica sugiere comprender no solo la fragmentación del Movimiento al Socialismo – MAS, sino el divorcio del gobierno, victorioso en el 2020 contra el golpe promovido por la derecha con apoyo gringo, y el pueblo que confió en la continuidad del proceso encabezado por Evo Morales desde el 2005.
Es verdad que Bolivia nunca desapareció del radar de los inversionistas y de las transnacionales del extractivismo depredador. El Servicio Geológico estadounidense – USGS que opera el satélite Landsat, mapeando el agua, el gas, el petróleo y todo tipo de minerales en el mundo, afirma, casi clamando por una invasión, que las reservas estimadas de litio en el país superan los 9 millones de toneladas métricas.
Pero este factor no alcanza para explicar la situación. Al final, no hay gobierno progresista que gobierne con tranquilidad. Tiene razón García Linera cuando en el periódico mexicano la Jornada advierte que las extremas derechas tienen condiciones de expandirse a partir de situaciones objetivas, como el deterioro de la vida de la población trabajadora y la frustración generada cuando no hay avances en la reconfiguración económica y social.
En Bolivia la potencia plebeya no ha dejado de existir y, por eso, la narrativa eufórica de la derecha tiene verdades por la mitad y olvida que hay una admirable dialéctica, universal y revolucionaria.