La reconciliación es posible pero debe contar con apoyo sicológico, técnico y económico. Un caso de estos se realizó en el sur de Bolívar en donde campesinos adelantaron un proyecto en el que incluyeron a jóvenes paramilitares reinsertados

Kikyō
Gil Alberto García López, habitante del corregimiento de Monterrey (Simití) al sur de Bolívar, tiene 62 años de edad y toda su vida se ha dedicado al cultivo de la tierra. Esa región sufrió la incursión de los paramilitares en el año 1998 y por ello la mayoría de su población tuvo que desplazarse, entre ellos don Gil Alberto, quien estuvo un tiempo en San Pablo y un año en Barrancabermeja, y en vista de que ya no podía sostener a su familia decidió retornar en 2004.
“Regresé a mi territorio, porque no soporté, no tenía cómo vivir. Vivía con la esposa y con los hijos. El desplazado es una persona que pierde toda esperanza, mucho más el campesino, porque es que el campesino está acostumbrado a levantarse, tiene su yuquita, tiene sus animalitos, sus gallinas y todo eso. Y encerrarse usted en una pieza, en una ciudad o en un pueblo, en donde no puede tener nada, y en donde no sabe hacer nada, eso es muy difícil”.
“Uno va perdiendo la esperanza. Le toca a uno duro, porque empezar de nuevo a los 50 y tantos años, no es fácil. Cuando decidí regresar me decía, bueno, allá me matarán de un tiro, pero no la desesperación. Corrí todos los riesgos, porque todavía los paramilitares estaban ahí. Me tocó entrar a reclamarles mi finca, ya que ellos tenían la base de entrenamiento ahí, fue una lucha hasta que logré que me la desocuparan”.
Un paso difícil pero necesario
A este campesino le movía la desesperación por recuperar su estabilidad, de tal manera que no importó en qué condiciones le devolvieron su finquita y cómo rebuscarse los recursos para construir una casa más segura.
Los habitantes de las zonas de comunidades de El Paraíso (el cual fue quemado tres veces por los paramilitares), San Blas y Monterrey lograron realizar un proyecto de reconciliación. Cuando los paramilitares se desmovilizaron, invitaron a la Corporación de Paz del Magdalena Medio y le pidieron ayuda para empezar un trabajo conjunto y de esa manera han logrado financiar sus proyectos que han servido para dar una vida digna a los campesinos de la zona.
En el 2008, con ayuda de la corporación, elaboraron un proyecto para reconstruir los corregimientos en mención, que prácticamente habían quedado destruidos. Finalmente presentaron el proyecto a la Alta Consejería para la Reinserción, pero se encontraron con que los recursos que asignaban eran solo para desmovilizados y no para víctimas.
“Un compañero indignado le dijo a Frank Pearl: ‘Doctor eso no es problema, denos 15 días de plazo, hacemos una masacre y venimos y entregamos las armas’”.
Finalmente les aprobaron el proyecto que ha dado muy buenos resultados. Empezaron a ejecutarlo con la condición de que incluyeran a 120 muchachos desmovilizados de las AUC, que lo único que sabían era cargar un fusil, no estaban acostumbrados a trabajar y mucho menos la tierra.
“Nos dijeron que la idea era que hubiera un proceso de reconciliación con ellos, y para nosotros fue una cuestión muy difícil, duro. Usted cree que sentar a ese grupo de muchachos y sentar a la mamá a la que le habían matado su hijo, en la misma mesa, eso es una cosa muy dura. Nosotros aceptamos, pero a cambio ellos tenían que demostrar su deseo de reintegrarse y comprometerse con el proyecto. Empezamos a ponerles algunas condiciones, una de ellas era que a nadie se le podía llamar con sobrenombres, todo el mundo se identificaba con el nombre y apellido. Ya no eres el Tigre, ya no eres esto, o aquello. Tenían que participar en las reuniones y si algún familiar de alguna víctima le insultaba ellos debían soportarlo y reconocer el dolor de esa persona”.
Según relata este valiente campesino, a los seis meses se habían ido más de 40 reinsertados y en la actualidad solo quedan 14 familias de ellos, gente que está trabajando común y corriente, se acomodaron y son aceptadas por la comunidad, claro, con dificultad, pero ya forman una sola comunidad.
“Por eso digo yo que si no hay un proceso como el que nosotros logramos allá no va a haber reconciliación, lo que pasa es que en estos pueblos que son tan pequeños y tan pobres es muy difícil hacer un proceso de reconciliación si no hay ayudas económicas. Necesitamos inversión, proceso de reconciliación, posconflicto. Yo considero que nuestro proceso puede ser como un referente para las próximas etapas posconflicto y estamos en eso”.
El corregimiento de Monterrey tenía alrededor de 1.500 habitantes, pero cuando llegaron los paramilitares la población disminuyó, y en 2004 quedaban cerca de 300, los unos se fueron desplazados, los otros asesinados.
Un gran porcentaje de casas estaban abandonadas. Hoy no solo en ese corregimiento sino en los alrededores se ha venido recuperando lentamente, pero aún falta inversión estatal.
Se sabe que hay muchos cuerpos enterrados alrededor de la zona, pero la Justicia no ha presionado lo suficientemente a los paramilitares para que digan en dónde están los cadáveres. Y solo han dado unas pocas ubicaciones, como por ejemplo el comandante paramilitar de la zona Julián Bolívar, quien ya está para salir de la cárcel y no ha dicho toda la verdad. Hay muchos desaparecidos en el sur de Bolívar.