Magnolia Agudelo Velásquez
La experiencia de gobernar con un programa respaldado por la mayoría de la sociedad colombiana ─recogido en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) y centrado en las reformas sociales para avanzar hacia la justicia social y de género, la paz y la democracia─ ha puesto contra las cuerdas a la clase que detenta el poder.
Esta situación ha develado el entramado antidemocrático que sostiene al sistema capitalista dependiente y clientelar. Asimismo, ha desenmascarado la catadura de quienes, en nombre de la democracia representativa, ejercen su dominación de clase a través de múltiples mecanismos, siendo el Congreso, las Cortes, los medios de comunicación y la violencia los principales.
Intentan impedir el avance de las reformas sociales e incluso obstruyen la plena vigencia de la Constitución de 1991 en cuanto al derecho a la participación directa del pueblo como soberano que es, para exigir el cumplimiento del mandato popular.
Esto es un bloqueo institucional, un cerco que el actual gobierno del cambio enfrenta como nunca antes, aunque con una larga tradición en la vida republicana del país, donde ha sido recurrente la resistencia a cualquier forma de lucha popular por reformas sociales y políticas que favorezcan la mayoría.
La tarea del momento es hacer confluir lo estatuido en el PND, la actividad parlamentaria y la movilización en las calles, apelando a la Consulta popular como es el caso actual, para garantizar que sectores mayoritarios de la sociedad impongan las reivindicaciones y contenidos del proyecto político del cambio, teniendo así la verdadera democracia como horizonte político.
El momento exige que los partidos de izquierda, los movimientos y organizaciones sociales y populares construyan una perspectiva de poder centrada en la necesidad de sacar al país del atraso cultural, social y político al que lo han llevado las élites que lo han gobernado por más de 200 años. Este propósito requiere una visión estratégica que dé sostenibilidad a las luchas por la continuidad de gobiernos como el actual, concientizando al pueblo colombiano de que el horizonte es una transformación democrática y revolucionaria.
En consecuencia, ponemos a disposición del gran proyecto político del gobierno del cambio la experiencia del Partido Comunista, su tradición revolucionaria y de resistencia. Lo hacemos con generosidad y sin cálculos, como lo hemos demostrado en esta coyuntura, contribuyendo a la unidad y a construcción junto a las masas, tanto en lo nacional como en los territorial.
La interseccionalidad y los enfoques de género, étnico y cultural deben transversalizar las alternativas que se propongan para llegar a los más amplios sectores. Para ello, hay que formar y movilizar los comités por la Consulta, los cabildos, las asambleas populares.
Todo este proceso debe estar acompañado de pedagogías creadoras que permitan avanzar en cultura política, lo cual garantizará una presencia activa de las mujeres, la juventud y aquellos sectores históricamente marginados e indiferentes al quehacer político. Su inclusión en los espacios de participación y liderazgo del movimiento popular es fundamental: ¡La democracia como horizonte de lucha!