Fernando Enríquez @EnriquezDaFer
La intervención de Gustavo Petro en la ONU recordó las cifras sorprendentes sobre la distribución de la riqueza global, pero lo crucial no radica en la mención de los datos, sino en la audacia de pronunciarlos en uno de los epicentros del poder mundial. Que el 1% de la población posee el 95% de la riqueza es una realidad conocida desde hace tiempo, pero son pocos los líderes que se atreven a señalar directamente a los responsables de mantener esa hegemonía económica. Petro, como líder de una Latinoamérica golpeada por las dinámicas del capitalismo global, no vaciló en denunciar la hipocresía de un sistema que perpetúa la desigualdad, el saqueo ambiental y la violencia estructural. En su intervención, reafirmó el papel de nuestra región en la lucha por un orden global más equitativo, poniendo sobre la mesa una crítica frontal que pocos se atreven a escucharla.
El capitalismo, en su forma actual, parece estar al borde de un colapso irreversible. Petro, en su intervención, dejó claro que la lógica del poder irracional no solo está devastando el planeta, sino también erosionando el tejido de nuestras sociedades generado por un sistema cada vez más incompatible con la vida misma. La crisis climática, las guerras por el control de los recursos naturales y el aumento desmedido de la desigualdad son manifestaciones de una enfermedad civilizatoria producida por el capital. En este contexto, las reformas superficiales ya no son suficientes. Lo que se requiere es una transformación radical y estructural que replantee las bases sociales, políticas y económicas de nuestra realidad. Petro subraya que este cambio no es una opción, sino una necesidad imperiosa si queremos evitar el colapso de nuestro mundo tal como lo conocemos.
Thomas Piketty, en sus análisis recientes, ha afirmado que “el hipercapitalismo ha ido demasiado lejos”, reflejando una realidad en la que el mercado ha invadido todos los ámbitos de nuestras vidas, incluso reduciendo la democracia a un simple accesorio del poder económico. Ante este escenario, Piketty subraya la urgencia de superar el capitalismo. Gustavo Petro comparte esta visión, entendiendo que dicha superación debe dirigirse hacia un nuevo socialismo, pero no una repetición de los modelos centralistas y verticales del siglo XX. Petro aboga por un socialismo que incorpora las nuevas formas de lucha por la vida, un sistema que responde a los desafíos actuales de la humanidad. Al señalar el fracaso del capitalismo en la resolución de las crisis globales, desde el cambio climático hasta la desigualdad extrema, Petro y Piketty abren el espacio para repensar el tipo de sistema que necesitamos para garantizar la supervivencia y el bienestar de la humanidad. En este contexto, el reto es construir un proyecto que no solo critique las estructuras existentes, sino que imagine alternativas viables y justas para la humanidad.
La devastación ambiental y la explotación de los pueblos del sur global son manifestaciones de una misma lógica capitalista, que ha empujado a la humanidad a una carrera suicida hacia su propia destrucción. Esta lógica, centrada en el crecimiento ilimitado y la acumulación de riqueza en manos de una élite mundial, ha llevado al agotamiento de los recursos naturales y al empobrecimiento sistemático. Hoy, nos enfrentamos a la necesidad urgente de replantear este sistema, antes de que nos veamos condenados a vivir en un mundo en agonía, donde la codicia y la acumulación de las arcas de las élites prevalezcan sobre la vida de los pueblos y las especies que han sido víctimas del poder transnacional.
Gustavo Petro además puso en evidencia una verdad incómoda: los mismos países que han devastado al mundo en lo económico, que han acumulado riquezas a costa de la explotación global, hoy miran con indiferencia la barbarie en Gaza. La hipocresía es profunda. Se presentan como defensores de los derechos humanos, pero callan ante la destrucción, la muerte y la opresión sistemática de un pueblo. Esta ceguera deliberada no es casual; es el reflejo de una hegemonía que prioriza sus intereses económicos y geopolíticos, ignorando el sufrimiento que genera con su poder desmedido.
Está claro que la humanidad necesita construir una sociedad que supere las jerarquías impuestas por el capitalismo, no solo en lo económico, sino también en lo cultural y social, que en cuenta un nuevo pacto social para una nueva “democracia global” en la que gobiernen los pueblos que han salvado la vida. El mundo no puede seguir gobernado por una minoría que acumula riqueza mientras destruye el planeta y condena a millones a la miseria. Sólo así podremos enfrentar la crisis civilizatoria en la que estamos inmersos y construir un futuro que valga la pena vivir.