El malestar que hoy se vive en Hong Kong le sienta como anillo al dedo al Departamento de Estado norteamericano para meter sus narices en la zona.

La exigencia de un grupo de organizaciones estudiantiles y sociales de la isla de Hong Kong, antigua colonia británica, para que en las elecciones próximas de 2015 la ciudadanía pueda elegir, mediante el voto universal y secreto, a su próximo gobernante, en un aparente ejercicio de control democrático, ha provocado una movilización que los medios occidentales han dado en llamar ‘la revolución de los paraguas’.
La de los paraguas, si se observan los detalles de operatividad, sigue el mismo esquema de las revoluciones de colores estimuladas por Estados Unidos para derribar gobiernos que les resultan incómodos, hasta conseguir que salgan adelante estrategias que favorezcan un reordenamiento político mundial en favor de las grandes empresas transnacionales norteamericanas y sus aliados.
Sólo que en el caso de Hong Kong, la diplomacia norteamericana busca, no derribar a un gobierno que le resulte incómodo, sino instaurar uno proclive a sus intereses, que convierta a la isla en epicentro de maniobras del capital extranjero e introducir elementos de ingobernabilidad hacia la China continental.
Desde hace mucho tiempo, China está en la mira de la geopolítica internacional norteamericana. Le incomodan sus coincidencias con la diplomacia rusa. Sus apoyos a Irán, a Siria, sus vetos dentro del Consejo de Seguridad a la política de guerra y de injerencia en los asuntos de otras naciones por parte de Estados Unidos. Y, sobre todo, incomoda a la Casa Blanca la idea de una nueva arquitectura financiera, alternativa a las políticas del FMI y el Banco Mundial, a través de los denominados Brics.
En esa perspectiva, el malestar que hoy se vive en Hong Kong le sienta como anillo al dedo al Departamento de Estado norteamericano para meter sus narices en la zona. Hong Kong es una ciudad atípica dentro de la geografía china. Siempre ha disfrutado de un régimen de privilegios y libertades que no tienen otros territorios que dependan de Pekín.
Durante un siglo completo, la isla de Hong Kong fue una colonia británica. Las autoridades chinas entregaron ese territorio a Londres el 9 de agosto de 1898. Transcurrido ese tiempo, la sociedad de la isla, adicta al dólar y al consumismo propios del capitalismo, inició un proceso de regreso a la jurisdicción administrativa de China continental, bajo el principio de “un país, dos sistemas”.
Pero hay grupos de ciudadanos, con fuerte presencia del movimiento estudiantil, que se muestran incómodos frente al nuevo régimen político. Para las elecciones próximas, en que se propone escoger gobernante para la isla, China ha dicho que acepta unos nombres de candidatos, de donde el mandatario sería escogido por una especie de colegio electoral.
Los estudiantes, bajo la consigna de mayor democracia, reclaman que el voto sea universal y directo, y se escoja un gobernante, independientemente de que tenga o no la anuencia de Pekín.
Hong Kong es una de las ciudades chinas más prósperas. Y como en otras, hay un brutal contraste de concentración de riqueza, corrupción y opulencia en manos de unos pocos y carencias entre las mayorías. Una quinta parte de su población vive bajo el límite de la pobreza. Entre los trabajadores de esta franja, el salario promedio es de tres dólares diarios. No hay un régimen de pensiones, de convenciones colectivas, de sindicatos de clase, de protección a los desempleados.
Hay razones para una situación de malestar social. Pero se da también la injerencia de intereses foráneos. Funcionarios del consulado de los Estados Unidos ‘participan’ en las reuniones de estudiantes que dirigen la protesta. Dan instrucciones sobre cómo conducir de manera exitosa la revuelta. Y en caso de que salga triunfante, prometen a sus líderes becas y vivienda gratis en Estados Unidos.
Las autoridades chinas han entrado en una ronda de negociaciones, franjas muy grandes de la población de la isla piden a los manifestantes poner fin a la protesta, pues están dañando el normal desarrollo de la economía. China debe examinar el tema con cabeza fría. No puede optar por la represión generalizada, dando una imagen que no conviene a su política internacional. Pero se encuentra frente a la disyuntiva de que si hace concesiones, entrega al resto de la población china el mensaje de que con la protesta social se arrancan reivindicaciones.