viernes, marzo 21, 2025
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Historias de colonización

La colonización es un fenómeno en la ruralidad, empujado por la violencia oficial contra el campesinado. Esta historia podría ser la misma de quienes, en la periferia, construyeron sus proyectos de vida a pesar de las adversidades

René Ayala
@reneayalab

En 1979, emergió la fuerza política de la izquierda más influyente desde los años veinte: la UNO, Unión Nacional de Oposición. En ella, comunistas, socialistas, movimientos obreros y campesinos, lograron Concejos municipales y representación política.

Comenzó una nueva persecución, aunque en realidad nunca había cesado el hostigamiento y los asesinatos. La situación era tan dramática que, en marzo de ese año, se celebró el primer foro nacional de los derechos humanos, presidido por el demócrata Alfredo Vásquez Carrizosa.

El monstruo de la violencia seguía desbocado en las regiones, con especial furia en el Magdalena Medio. En enero de 1977, los concejales comunistas de Cimitarra, Santander, ya habían sido asesinados y, en medio de una orgía de sangre en la región, el 7 de octubre de 1979 cae asesinado el presidente del Concejo de Puerto Berrío, Darío Arango, sólo siete meses después de la fundación del Comité de derechos humanos.

Sobreviviendo

Los campesinos de la región, que habían soportado estoicamente la demencial ola de crímenes y la persecución, volvieron a buscar refugio en la montaña. Sin embargo, muchos jóvenes, al ver caer a sus familias en medio de la tenebrosa práctica de las masacres, decidieron tomar otro camino.

En Vuelta Acuña, una vereda de Cimitarra pero dependiente de Puerto Berrío, los jóvenes, después de conocer la luctuosa noticia de la muerte del querido, fortacho y bonachón, dirigente popular Darío Arango, decidieron que “no se iban a dejar matar”. Así emprendieron una larga marcha con la resistencia.

La mayoría ya estaba fogueada en la lucha por la tierra, en la organización de partido y asociaciones campesinas, y habían aprendido a proteger sus vidas. Así fue como decidieron abandonar la región, esa que habían aprendido a amar y donde estaban ya asentados, construyendo sus sueños. Sin embargo, no iban a entregar su esperanza, que se convertiría en el motor que los impulsaría río abajo, por el caudaloso Magdalena, hasta encontrar la inmensidad de la montaña prístina y virginal que los abrazaba al remontar el río Cimitarra.

Llegarían hasta las profundas montañas de donde venía el río color ocre, formado por la unión del Tamar, que surge de las entrañas de las montañas de Santo Domingo, extensión nororiental de la serranía de San Lucas, y el Ité, que baja raudo desde la cordillera central, desde el lejano municipio de Remedios. Iban a poblar este inmenso territorio y a defenderlo con determinación.

Nuevo comienzo

Empezaron a crear sus fincas, y en las laderas del Valle del Cimitarra aparecieron pequeños poblados, que se convirtieron en sus quiméricos puertos sobre el río. Estos eran indispensables para abastecerse y mantener un tenue, pero persistente, lazo con el “afuera”, donde aún quedaban familiares, reminiscencias, y de donde también llegaban la “merca” desde Barrancabermeja, velas, granos, cachivaches, ropas.

Así, a orillas del río, asomó la casa de una mujer pionera y berraca, que llevaba consigo a sus hijas y nietas, doña Ana Matilde Gutiérrez, conocida como la vieja Matilde, la del puerto. Allí, en su modesta casa de madera, las canoas llegaban para descansar de la travesía y era allí donde se descargaban los suministros necesarios para quienes vivían en lo profundo de la montaña.

Matilde, sus hijas y nietas, empezaron a abrir la finca en una saga mágica, de mujeres campesinas que conquistaron con sus manos la inexpugnable montaña, dejando su impronta para siempre en la región.

Puerto Matilde es literalmente la capital de la Zona de Reserva Campesina del Valle del Río Cimitarra. Foto Agencia Prensa Rural

Colonizando

Las familias de colonos llegaron para construir una vida, con el río como referente vital. En bocas de Don Juan, se asentaron los Flórez, Andrés y don Pedro; Aristarco lo hizo en El Bagre; la familia Pantoja en “No te pases”. También llegó don Álvaro Manzano, quien caminó desde el lejano Cesar, llevando consigo su inquebrantable espíritu de lucha campesina.

Los Morales y los Padilla se establecieron en “Jabonal”, mientras que en el caserío San Francisco irrumpieron los Tascón y la familia Arévalo. En el lejano Tamar, Roberto Restrepo se asentó; y sobre el Ité comenzó a gestarse la histórica Cooperativa Puerto Nuevo. Fue allí se unieron las familias de luchadores por los derechos del campesinado: los Guerra, la familia de Gilberto, Orlando, Pinocho y los Duque, Oscar, Esidelia, también Guepita, Evaristo Mena, el viejo Salomón, Chisto, entre tantos otros, quienes dieron inicio a esta epopeya de poblamiento y resistencia.

Por el otro lado de la montaña, en el escarpado nordeste, llegaban otras familias que, sobreviviendo a los crímenes contra las comunidades en Yacopí y otras regiones, se establecían para hacer sus fincas. Entre ellos estaba don Lorenzo Camacho, su compañera, la señora Blanca, sus hijos y muchos más que poblaron la lejana montaña, trazaron caminos y puentes rudimentarios, dando forma a la región.

Siguen vivos en la memoria de la colonización, Carlos Ramírez, en Caño Dorada, “Playonero” y Moncada, quienes años después serían asesinados por el paramilitarismo, así como Henry Arévalo, un pequeño ganadero emprendedor que será recordado como la primera víctima de la violencia paraestatal en la región.

Todos fueron los que llegaron en aquellos aciagos días, por la vía de San Bartolo, el Puente de Bodegas, Río Negrito y el Paso de la Mula, muchos evadiendo la persecución de los criminales a través de la Ciénaga de Barbacoas y la ganadera. Eran campesinos que, con rula y hacha en mano, hicieron sus fincas y construyeron sus casas, con el fin rehacer sus vidas y sueños.

Ellos serían el nervio y la sangre de un proceso de lucha campesina lleno de historia, persistencia y convicción. Fueron la primera generación de campesinos adoptados por el río, un ejemplo de resistencia y amor a la vida que comenzaba a germinar.

El primer puerto sigue allí, un lugar icónico para la región, casi considerado la piedra angular y el mito fundacional del Valle del Río Cimitarra. A pesar de la persecución y la guerra, este poblado es reconocido por los campesinos como la capital de la región. Puerto Matilde, nombre que inmortalizó a Matilde, la matrona de los primeros colonos, permanece a orillas del río, bajo la sombra de la montaña. Un pueblo que, a pesar de todo, sigue esquivando los horrores de la guerra.

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