El asesinato de un joven negro, a manos de un policía, en el Estado de Misuri, desató una de las mayores protestas de los últimos años en Estados Unidos contra la brutalidad policial y la discriminación racial

Alberto Acevedo
La crisis generada por el asesinato aleve de un joven afroamericano por parte de la policía de Ferguson, una pequeña ciudad de Misuri, desató una protesta social de tal magnitud que el presidente Obama debió suspender sus vacaciones de verano, movilizar al fiscal general y jefe del Departamento de Justicia, Eric Holder, y a destacamentos de la Guardia Nacional para tratar de contener la ira generalizada en esta zona de los Estados Unidos.
Fue, en últimas, la intervención personal del fiscal general, un funcionario negro, lo que permitió atenuar el nivel de la protesta, con la promesa de que se abriría una investigación independiente que llegaría hasta la aclaración final de los hechos y se castigaría a los responsables.
Es probable, como ha sucedido en crímenes anteriores, que la investigación exhaustiva de los hechos no vaya más allá de una declaración formal y en últimas prevalezca ese andamiaje racista, odioso, tradicional en la cultura norteamericana, y que no cambió en su tendencia con la llegada a la Casa Blanca del primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos, como muchos sectores democráticos lo esperaban.
Se sabe, como ha sido ampliamente divulgado por distintas agencias noticiosas, que Ferguson es una pequeña ciudad del estado de Misuri, al sur de los Estados Unidos, con 22 mil habitantes, de los cuales el 67% son de raza negra y de otras etnias, y que en contraste, la élite política de Ferguson, el concejo municipal y el director de la Policía son de raza blanca.
Estructura racista
El 90% de los policías de Ferguson son blancos, lo mismo que cinco de los seis concejales que integran el órgano legislativo local. Con esa estructura de poder, los policías que atacan a jóvenes negros saben que no van a ser reconvenidos por sus superiores. Por el contrario, a mayor represión, más se valora su productividad. Los uniformados reciben mayores incentivos y ascensos en la medida en que reporten actos de represalia contra la población negra, y esto incluye asesinatos. Es lo que en Colombia se conoce como “falsos positivos”.
Según la fiscalía de Misuri, la Policía de la localidad es seis veces más propensa a detener a negros que a blancos, cuando se trata de la comisión de algún delito. Y esa estructura racista se mantiene en el resto de la administración de justicia. Las cárceles norteamericanas están llenas de negros. Los crímenes raciales van en aumento. La Justicia de ese país es sumamente laxa en el juzgamiento a ciudadanos de raza blanca.
Hay en movimiento toda una cultura racista, en donde las cosas son más importantes que las personas y las mercancías valen más que una vida, sobre todo si se trata de la vida de un ciudadano negro. Por eso es frecuente conocer instructivos a las fuerzas policiales de actuar con mano dura y arrasar con todo lo que se mueva, cuando se trata de protestas sociales en las que están involucrados ciudadanos de color. Es una política de sometimiento contra una población a la que se considera potencial enemigo. Y esto sucede en el país que se proclama cuna de la democracia.
No creen en el sistema
Es lo que el analista Iñigo Sáenz de Ugarte llama la segregación de derechos fundamentales. No es tanto que negros y blancos vivan en barrios o en ciudades diferentes, como fue tradicional en ese país, sino que, en el mundo real, sus derechos son diferentes, la Justicia para ellos es diferente, los derechos a los que acceden son diferentes.
Y lo triste es que la ciudadanía en general avala ese tratamiento con su participación en las elecciones. Para el caso de Ferguson, la participación en las últimas elecciones locales fue del 12,3%. En los comicios anteriores a la última jornada electoral, esa participación había sido del 8,9%. Es decir, la población vive a espaldas de sus procesos políticos, la gente de Ferguson no cree en el sistema. Pero esa tendencia, que se extiende cada vez más en sectores pobres o medios de Norteamérica, se traduce en una pasividad que contribuye a perpetuar la situación.
Es en este contexto en que se dio la vigorosa protesta social en esta localidad del sur de los Estados Unidos, que puso de manifiesto la persistencia de una cruda discriminación racial en un país regido por el primer presidente negro en su historia, que había llegado a la Casa Blanca en medio de grandes expectativas de renovación democrática. Pero la realidad es tozuda y lo que muestran los hechos es el asfixiamiento de esos escenarios democráticos.