Federico García Naranjo
@garcianaranjo
Tras más de cuarenta años de infatigable defensa de los más vulnerables, la religiosa del Sagrado Corazón recibió merecidamente el galardón a toda una vida.
Como desde hace quince años, la semana anterior fue entregado en Bogotá el Premio Nacional de Derechos Humanos, reconocimiento que hacen la Embajada sueca, organización Diakonía y la Iglesia Católica sueca a las personas que luchan por la vida y la dignidad en Colombia.
Este año, los ganadores del Premio en sus cuatro categorías fueron la madre de los falsos positivos Jacqueline Castillo, como defensora del año la Mesa Ambiental de Jericó, Antioquia, como proceso social comunitario del año; el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado, Movice, como ONG del año; y la hermana Cecilia Naranjo Botero, como ganadora al reconocimiento por toda una vida. También se hizo un reconocimiento a la memoria del líder emberá Kimi Pernía Domicó, desaparecido y asesinado por los paramilitares en 2001.
La hermana
La hermana Cecilia Naranjo nació en Manizales el 12 de septiembre de 1937. Hija de madre conservadora y padre comunista, ingresó muy joven a la Comunidad del Sagrado Corazón donde encontró una aparente contradicción entre la religión y la lucha por un mundo más justo. Fue en Roma, en los años finales de su formación como novicia, donde descubrió que su padre no solo no iba a ir al infierno, sino que justamente el mensaje de Jesús consistía no en encerrarse a rezar sino en luchar todos los días junto a los más débiles. Aprendió que, sin justicia terrenal, no había salvación eterna.
Esas reflexiones, más los cambios que introdujo el Concilio Vaticano II en la Iglesia católica durante los años sesenta, la llevaron a abrazar con fuerza los postulados de la doctrina social de la Iglesia y de la Teología de la Liberación. Así, Cecilia cambió el hábito de monja por los blue jeans, dejó el convento y comenzó su vida como misionera. Al lado de quien sería su compañera de brega por años, la hermana Cecilia González. Recorrió el país siempre apoyando a los más vulnerables y ayudando a la organización popular para defender los derechos de las comunidades campesinas.
En los años setenta estuvo en Paz de Ariporo, Casanare, contribuyendo a la organización de las comunidades eclesiales de base. En los años ochenta durante el gobierno de Turbay Ayala y su tristemente célebre Estatuto de Seguridad, apoyó los procesos de las comunidades campesinas de Bolívar, Santander, acción que le supuso la expulsión de la Diócesis y su posterior exilio.
Años después, a su regreso al país, trabajó con las comunidades del barrio La Gaitana en Bogotá y se vinculó a la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, CIJP, organización con la que apoyó los procesos de recuperación del territorio de las comunidades campesinas de los ríos Jiguamiandó y Curvaradó, en el bajo Atrato chocoano, quienes habían sido desplazadas por los paramilitares. Allí, Cecilia hizo frente a las amenazas de los grupos armados, contribuyó a la organización comunitaria y respaldó con su presencia y su acompañamiento a las comunidades que finalmente lograron recuperar sus tierras ancestrales. En 2022 publicó el libro “Caminantes del amor eficaz para sembrar vida”, que reúne sus memorias.
Una dulce y firme compañía
Cecilia siempre se ha caracterizado por su temperamento alegre, un profundo apego a sus convicciones, una inmensa generosidad, su lucha incansable por la justicia y su disposición a acompañar a los necesitados con amor y determinación. Siempre ha estado junto a los pobres, los campesinos, los desplazados, los perseguidos, los presos políticos, los familiares de desaparecidos e incluso aquellos que, sin estar pasando por momentos de peligro, han encontrado en ella una mano amiga, un hombro solidario, un abrazo fraterno y una carcajada que rompe todas las tristezas.
Siempre ha sido una mujer contestataria. Durante su juventud, provocó más de un dolor de cabeza a sus superioras de la Comunidad. Durante su trasegar por el país, se granjeó entrañables amistades, pero también enemigos, en especial entre los organismos de seguridad del Estado y entre quienes se sentían incómodos con su mensaje liberador. Por eso fue perseguida y siempre fue considerada por las autoridades como un “elemento disociador”.
Premio merecido
Este año, la obra de Cecilia ha sido reconocida por su lucha de toda una vida por la defensa de los derechos humanos. Quienes la han conocido y han podido compartir con ella son testigos de su inmenso valor como luchadora y como mujer. El premio es un merecido reconocimiento a una de las que nunca bajaron los brazos, una de las imprescindibles.
El poeta argentino Gerardo Duré lo plasmó de forma inigualable en el poema “A Cecilia”:
En los campos verdes de Colombia / donde la esperanza florece entre balas / se alzó tu voz serena / hecha oración y resistencia. Hermana de la ternura y de la justicia / caminas con los pobres / como quien cuida un jardín sagrado / descalza de poder / vestida de Evangelio / abrazando la vida en cada herida. Tus manos son refugio / para los desplazados del río / para las mujeres que sembraban futuro / en tierra marcada por la guerra. Tus ojos, dos luceros vigilantes / se encienden contra la sombra / del miedo y de la muerte. Nunca fuiste neutral / te inclinaste por los crucificados de la historia / por los que claman pan y dignidad. Tu fe no es rezo vacío / es canto, es machete / es palabra que desarma la violencia. Hermana Cecilia / testigo de un Dios que camina con su pueblo / te hiciste voz en la selva y en el barrio / te hiciste puente en medio del abismo / te hiciste memoria / para que nunca más el silencio / fuera la última palabra. Hoy tu nombre florece en la resistencia / como bandera humilde y clara / y el pueblo colombiano te guarda / en la entraña de su historia.
La vida de Cecilia es un ejemplo de convicción, determinación y compromiso. ¡Felicitaciones, hermana Cecilia! Ojalá estés mucho tiempo entre nosotros.