miércoles, abril 30, 2025
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Leyva peló el estrato

La carta del excanciller solo revela la mezquina visión que la clase dominante tiene del país y la desesperación porque su estrategia contra el Gobierno no funciona

Federico García Naranjo
@garcianaranjo

La semana anterior el país conoció la más reciente movida de la oposición para sabotear al Gobierno del cambio. En una patética carta pública dirigida al presidente Petro, que habla más de quien la escribe que de su destinatario, el excanciller Álvaro Leyva se quejó amargamente de su falta de protagonismo en el gabinete ministerial y señaló como la causa de ello a la supuesta drogadicción del presidente y el “secuestro” al que lo tienen sometido la canciller Sarabia y el ministro Benedetti.

La carta

La misiva, publicada y reproducida hasta la náusea por todos los medios corporativos de desinformación, es no solo un texto mal escrito, con faltas de redacción, ortografía y sintaxis, sino un retrato de cuerpo entero de cómo piensa la clase dominante y cómo considera a este país su feudo personal.

Las acusaciones contra Petro de abuso de drogas (no se dice cuáles), de incumplimiento reiterado de los compromisos y las citas (atribuido al abuso de drogas) y su supuesta “desaparición” durante dos días en París, solo sirven para expresar el profundo descontento de Leyva por no haber podido formar parte del círculo íntimo del presidente y no haber tenido la influencia que cree merecer por ser quien es.

La alusión a que Leyva conoció a la jefatura del M-19 durante los años de la desmovilización y que nunca se cruzó con Petro, para encontrarlo ahora como presidente, trasluce un tufo de desprecio por quien Leyva no considera alguien de su altura. “Usted no fue comandante”, parece insinuar. “Usted es un advenedizo. No como yo, que siempre he estado en la primera línea de la política”.

Con razón Leyva considera inadmisible que el presidente, su jefe, lo ponga a esperar varias horas para una reunión (si es que el episodio sucedió), porque según su lectura, alguien como Petro (un aparecido, un venido a más) no tiene derecho a tratarlo así. “¿Cómo se le ocurre a Petro desaparecerse y no avisarme dónde está?”, parece reclamar Leyva, como si el presidente tuviera que reportarse. El asunto es que Leyva nunca se consideró un subalterno. Él, que proviene de la más rancia aristocracia conservadora, nunca se sometería ante alguien que no tiene su mismo origen social.

Aún así, lo más irritante de la carta es el tono condescendiente, aparentemente solidario y respetuoso que usa Leyva, para soltar una puñalada traicionera. Es la mejor muestra de cómo la élite, en especial la bogotana, ha utilizado muy bien las formas mientras históricamente ha ejercido una violencia desmedida y brutal. Es el “orangután con sacoleva” del que hablaba Darío Echandía. Es la versión epistolar del “cuándo te dejas ver para atenderte”. Es la hipocresía de la clase dominante retratada en una misiva.

El momento

No es casualidad que la carta haya sido hecha pública un día después de que el Gobierno revelara las preguntas que se harán en la consulta popular para forzar al Legislativo a aprobar la reforma laboral. La abrumadora batería de notas de prensa derivada de la carta y la forma febril como los medios salieron a engrandecer la noticia, solo demuestra que todo se trataba de una estrategia planeada hace semanas.

Es la táctica de la “cortina de humo”, es decir, magnificar una noticia para ocultar otra o, al menos, desviar la atención del público de algo que se quiere minimizar. La consulta popular será el evento político del año en Colombia, no solo porque movilizará al pueblo en defensa de sus derechos, sino porque de ser aprobada, significará un hito en la construcción de la democracia participativa en Colombia. Es lo que la clase dominante quiere impedir. Ellos quieren una democracia simulada, de decisiones a puerta cerrada y donde el pueblo solo aplauda. Y como saben que pueden perder este pulso, están desesperados tratando de desmotivar y bajarle la intensidad al entusiasmo popular.

La estrategia

El golpe blando que la clase dominante adelanta contra el Gobierno del cambio se compone de cuatro tácticas: Primero, la manipulación y desinformación de los medios corporativos que día sí y día también tergiversan la realidad para enlodar la imagen del Gobierno. Segundo, el sabotaje de la bancada de oposición que no debate los proyectos de ley y los hunde con jugadas como ausentarse, dilatar los tiempos o archivarlos sin discutirlos, como ocurrió con la reforma laboral. Tercero, el uso de la rama Judicial para perseguir a miembros de la bancada de gobierno y a funcionarios públicos cercanos al proyecto del cambio (lawfare). Y cuarto, la movilización callejera.

Lo cierto es que semejante estrategia, que ni siquiera se vio contra Ernesto Samper, no ha dado frutos. Los medios mienten todos los días y el Gobierno no disminuye su popularidad. Se sabotean los proyectos de ley, pero no se cuenta con que la mayoría de los colombianos está de acuerdo con su contenido. Se destituye e inhabilita a funcionarios, que luego son restituidos como el superintendente de Subsidio Familiar. Y finalmente, las manifestaciones callejeras de la oposición son cada vez más lánguidas y las del Gobierno cada vez más masivas y alegres.

En este contexto se entiende que la carta de Leyva no es más que una medida desesperada. Tanto, que una vez más ha significado un tiro en el pie para sus promotores.

La hipocresía

La carta de Leyva marca el triste final de un hombre que, en su momento, se la jugó por la paz. Sin duda sus aportes fueron muy importantes, pero le ha sucedido lo mismo que a otros miembros del Establecimiento: nunca supieron salir de la prisión de su propio origen social. Porque si efectivamente la vida personal del presidente fuera asunto público, deberíamos hablar también del que gobernó con Alzheimer, del pedófilo, del borracho, del cocainómano, del adicto a los ansiolíticos, del homosexual reprimido y del “arrechópata”.

Pero no, de ellos no se habla porque son “gente de bien”.

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