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Desde Cartagena: Sin un mínimo salario

Es una paradoja. Mientras en La Habana (Cuba) se habla de la culminación del conflicto armado, se exigen gestos de paz, en las calles salitrosas de este pueblo afrodescendiente, que hace parte de la zona norte de Cartagena, se mantiene encendida una de las aristas que alimenta el traqueteo de la guerra.

Foto: kuduphoto via photopin cc
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Gustavo Emilio Balanta Castilla*

Parado frente al mostrador de palo añejo, pintura desteñida y de partes carcomidas por el paso del tiempo, escucho al pie de mi oreja la voz octogenaria de una matrona que pide una mano de plátano, una promasa, seis huevos, quinientos pesos de manteca, un kilo de ñame, tres tomates, tres cebollas rojas cabezonas, cuatro tiras de cebollín, dos de apio, un pimentón mediano, medio kilo de tomate de árbol, una bolsa de leche, dos cubetas de hielo, un cuarto de azúcar, una bolsita de sal y una recarga a celular de tres mil pesos. Mana Eudenis, quien atiende el ventorrillo, al compás que empaca, va sacando la cuenta: “Son 32.250 pesos”, le dice. Ella, le mira y balbucea en tono alto “todo está por las nubes. La plata no alcanza para nada”.

Las noticias en una de las emisoras reafirman, en esa mañana del 1 de enero de 2015, que el gobierno nacional decretó un incremento salarial del 4,6%, que equivale a un poco más de 28 mil pesos mensuales.

En Punta Canoas, apenas despunta el sol. El astro rey empieza a acariciar la piel gruesa y la tez con textura de pesca que desconoce de macroeconomía para “evitar” el desmadre de la inflación, promover la productividad y la competitividad para garantizar los buenos índices de empleabilidad. “Aquí el rebusque es el pan de cada de día”, se le oye decir a un joven con voz de trasnocho.

Para Misia Gertrudis lo único claro es que cada día que pasa tiene menos plata y por ende mucho menos que llevar a casa. El tamaño de la bolsa “mencha” que aprietan los dedos de su mano izquierda, así lo constata.

Es una paradoja. Mientras en La Habana (Cuba) se habla de la culminación del conflicto armado, se exigen gestos de paz, en las calles salitrosas de este pueblo afrodescendiente, que hace parte de la zona norte de Cartagena, se mantiene encendida una de las aristas que alimenta el traqueteo de la guerra.

Un complejo urbanístico y turístico arropa en la coyuntura las necesidades de empleo en esta comarca, sin que el problema de fondo esté resuelto.

El propósito de nuestro pueblo, tejido en abrazos y besos, aderezado con los más sinceros deseos de un nuevo año próspero, en paz y lleno de bendiciones, escenificado horas atrás, se convierte en un contrasentido ante la tozudez de estos hechos fabricados a 2.600 metros sobre el nivel del mar.

Misia Gertrudis espera que con los rayos de sol de siete de la mañana del primer día del año, los productos que hacen parte de su canasta familiar quepan en una “mencha” más grande y respondan a artículos producidos en su territorio, para que la plata “sí alcance para algo”. Ella, a su edad, jamás ha percibido un mínimo salario.

* Periodista afrodescendiente.

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