viernes, mayo 10, 2024
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Manuel Cepeda, periodista: “Por la alegría he vivido…”

De unos valores políticos irreductibles, que combinó con una gran modestia, el por muchos años director de VOZ construyó una escuela de periodismo al servicio de los intereses de los trabajadores y del pueblo

Alberto Acevedo

Julius Fučík, el gran periodista-mártir checoslovaco, era a menudo un referente de Manuel Cepeda Vargas, cuando se trataba de mostrar el valor y la dignidad del periodista comprometido con los intereses de su pueblo. Sobre todo porque el tema de la dignidad siempre salía a flote en las discusiones cruciales acerca de la libertad de prensa, el compromiso social, la ética del comunicador, el lenguaje que se debe utilizar y, ante todo, la enorme distancia entre la función de la gran prensa postrada a los intereses del capital y los modestos periódicos alternativos, casi siempre en el bando de la izquierda y las posiciones democráticas.

Fučík fue un periodista militante, que enfrentó la invasión de las tropas fascistas de Hitler en desarrollo de la invasión alemana a Europa. Utilizó diversos medios de expresión para alentar la resistencia patriótica, hasta cuando él mismo cayó prisionero. Tras las rejas, fue sometido a torturas que un ser humano común no soportaría. Julius resistió. Y durante noches en vela escribió un diario que manos anónimas sacaban de la cárcel, narrado en papelitos de cajetillas de cigarrillos. Esa obra memorable se conoció después como “Reportaje al pie del patíbulo”. Fučík fue fusilado por las tropas pardas en 1943.

El valor que Cepeda le atribuía a Fučík fue no solo su vigencia, sino su valentía personal, su lealtad a los intereses del pueblo, su fe inquebrantable en un mañana luminoso y, sobre todo, la alegría de luchar que da la convicción revolucionaria. “Por la alegría he vivido y por la alegría muero”, dijo en unas líneas de su diario. Y ese era un faro que guiaba siempre el accionar periodístico de Manuel Cepeda, un hombre que jamás supo qué es el miedo.

Otros periodistas que comprometieron su trabajo profesional con la lucha social también estuvieron presentes en la prosa de Cepeda. A menudo afloraban en sus escritos el recuerdo de John Reed, el valeroso periodista norteamericano testigo de dos revoluciones populares, la mexicana y la rusa; de Pablo de la Torriente Brau, del José Martí periodista, pero también de Luis Tejada, de Jorge Zalamea y otros grandes de las letras colombianas.

Una faceta no muy conocida de Manuel se dio en el campo de la actividad sindical, en las reivindicaciones gremiales de los trabajadores de la prensa. Alentó el fortalecimiento y el prestigio del Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB), de la Federación Colombiana de Periodistas y Trabajadores de la Prensa (Fedeprensa), del Colegio Nacional de Periodistas, de Asoprensa como sindicato de industria, y a sus compañeros de actividad les recabó la necesaria atención a procesos organizativos regionales en Antioquia, Santander, Valle del Cauca y otros lugares, en la perspectiva de la profesionalización del periodismo, del nuevo orden de la información y la comunicación, de la lucha contra el anticomunismo en el gremio.

Mirada aguda

Manuel fue un lector indomable. Y esa circunstancia le permitió no solamente ser un muy calificado líder político, sino un periodista con un bagaje intelectual sólido. Ningún problema del país, reclamo popular o lucha social le fue ajeno. Era además un internacionalista a toda prueba, que valoró siempre las luchas de los trabajadores en cualquier parte del planeta y defendió la idea de que el periódico no podía ser indiferente a las reclamaciones, los anhelos y sueños de los pueblos hermanos.

Se preocupó porque sus compañeros de redacción tuvieran un olfato y un sentido de percepción mayor, de tal manera que en nuestras vidas nunca fuéramos indolentes ante ninguna queja o sentimiento de las gentes del pueblo, así fueran las más humildes. Ante los ojos de un periodista revolucionario no podía ocurrir, bajo ningún pretexto, que una anciana tirada en una acera pudiera convertirse en parte del paisaje, como cosa normal. En la misión de los periodistas de VOZ jamás podían caber las palabras resignación, tolerancia o inacción frente a la injusticia.

Esa particularidad hizo de Manuel un hombre en extremo detallista frente a los problemas de la realidad colombiana. A los redactores del periódico, semana tras semana, nos daba instrucciones sobre la necesidad de visitar el sindicato, entrevistar al dirigente de acción comunal en el barrio, visitar las regiones agrarias, entrevistar al campesino, consultar los problemas de las mujeres, de los jóvenes.

Una anécdota

Pero también de los intelectuales, de los maestros y profesores universitarios, de los teatreros, de los trabajadores del arte, de los intelectuales. Fue célebre, durante su paso por la dirección del periódico, una columna suya denominada “El pueblo uniformado también es explotado”. Esa sección era alimentada por los “comandos verdes”, un grupo de policías y suboficiales que se las ingeniaba para transmitir al director de VOZ informaciones sobre sus problemas laborales y el maltrato que recibían de sus superiores.

Ese contacto lo manejó Manuel de manera personal y el alto mando militar jamás supo quiénes eran esos policías que expresaban su pensamiento en un periódico revolucionario. Por su parte, algunos oficiales tanto de la Policía como del Ejército buscaron a Manuel para expresarle respeto y admiración por su labor periodística.

En su trato personal, era una persona muy severa en la formulación de la crítica, cuando se trataba de señalar fallas y deficiencias en que incurrían sus compañeros de redacción o de militancia. Él tenía claro que los periodistas de VOZ, como los de otros medios, son formadores de opinión pública. Y en eso era implacable frente a los errores. Desde el punto de vista ético, había que hacer honor al eslogan de VOZ: “La verdad del pueblo”.

Su cuota de nobleza

Pero esa verdad, como la alegría que pregonaba Fučík, eran nuestra bandera. Eso, junto al compromiso militante, marcaba la diferencia con la prensa burguesa. Y por lo mismo, al lado de la crítica implacable había una enorme cuota de nobleza y de humildad en el trabajo cotidiano de Cepeda. Podía estar muy molesto frente a un error, pero el periodista que compartía su oficina era un compañero de trabajo, un militante, un revolucionario.

Y sin resentimiento alguno, unas horas después de la crítica volvía Manuel con su palabra amable, fraterna, de camarada, que era la misma para los miembros del Consejo de Redacción o para las compañeras del aseo y los tintos. A ellas les preguntaba por sus hijos, por su casa, por su salud, por las pequeñas cosas que alegraban la vida, y juntos lo compartían con una generosa sonrisa.

Esa generación de periodistas formados al lado de Manuel Cepeda guardan en su memoria un arco iris multicolor de recuerdos. Del orador fogoso, del esposo amantísimo, que adoró a su compañera, Yira Castro, y a sus hijos. Del poeta, que en prisión escribió versos, disfrutó la literatura francesa, tradujo del italiano. Del periodista que en su máquina de escribir empleaba todos los dedos de ambas manos, a diferencia eso sí, de sus alumnos, que nunca dejaron de escribir con dos dedos; en fin, del hombre que cuando recibía los artículos de sus compañeros de redacción, siempre decía: “¡Vamos palante!”.

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