jueves, abril 17, 2025
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Una flor para Aída Avella

A pesar de la intolerancia, los ataques, amenazas, allanamientos, atentados y hasta el injusto destierro al que se vio sometida durante más diecisiete años, Aída Avella Esquivel jamás ha flaqueado en su dignidad política y revolucionaria ni ha sentido miedo en ningún momento de su vida.

Aída Avella.
Aída Avella.

José Luis Díaz-Granados

Con mi querida, admirada y entrañable Aída Avella Esquivel no solemos decirnos nunca “compañeros”, “camaradas” o “hermanos”, siéndolo, porque desde hace más de cuatro décadas nos llamamos simple y llanamente: “vecinos”.

Entonces devuelvo la máquina del tiempo y por unos minutos contemplo a aquella muchachita carismática, de piel trigueña, ojos vivaces y trenzas de espiga, que esperaba cada mañana en la esquina de la calle 45 con carrera 19 el bus que la conducía al Centro Administrativo Nacional, donde dirigía los más aguerridos trabajos sindicales en el Ministerio de Educación Nacional.

Su compañero trabajaba conmigo al frente de donde laboraba Aída, en el DANE, donde alternábamos las funciones propias de nuestras oficinas con marchas internas y tareas de agitación, que compartíamos con estadísticos, académicos, funcionarios y trabajadores, bajo el liderazgo de un conocido dirigente sindical que por razones que no vienen al caso, y que nunca he acabado de entender, terminó siendo vicepresidente de la república.

No fueron pocas las veces que los que laborábamos en todas las entidades del CAN nos dirigíamos a los amplios parqueaderos del Ministerio de Educación y, de verdad, escuchábamos asombrados y seducidos las valerosas arengas que mi vecina, en la fase final de su embarazo, destinaba a los centenares de trabajadores desde la plataforma de un camión.

Que yo recuerde, Aída nunca perdió un debate, ni un enfrentamiento con autoridad alguna, ni una convocatoria, ni un paro. En los cargos de mayor responsabilidad demostró ser absolutamente fiel a su pensamiento comunista y a su sensibilidad social: como concejal, como dirigente de los trabajadores estatales, como presidenta de la Asamblea Nacional Constituyente, como presidenta y encarnación de la Unión Patriótica y como candidata a la vicepresidencia de Colombia, con la luminosa compañía de Clara López Obregón, futura y próxima alcaldesa de Bogotá Popular.

A pesar de la intolerancia, los ataques, amenazas, allanamientos, atentados y hasta el injusto destierro al que se vio sometida durante más diecisiete años, Aída Avella Esquivel jamás ha flaqueado en su dignidad política y revolucionaria ni ha sentido miedo en ningún momento de su vida.

Pero como alguna vez le oí que solamente le tenía temor, susto y pánico visceral, a los poetas, entonces, para librarla de ese único pavor, he resuelto leer estos versos, escritos en honor de mi más entrañable vecina en todos los tiempos:

Aída, estrella de la paz,
Agua de luz en la sombra.
Aída, rosa de acero,
Espada en pluma de alondra.

Bandera de los obreros
Lámpara para sus frondas.
Aída, flor de futuro,
Armonía laboriosa.

Símbolo que cada día
Hombres y mujeres nombran:
Aída Avella Esquivel,
Emblema y luz de Colombia.

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