Ambos mandatarios negocian el tablero político y geográfico de Europa, mientras Estados Unidos busca desplazar el pivote bélico a Medio Oriente
Diana Carolina Alfonso
El 12 de febrero, los mandatarios de Estados Unidos y Rusia sostuvieron una reunión de noventa minutos centrada en la posibilidad de alcanzar una resolución pacífica del conflicto entre Ucrania y Rusia. La dinámica desplaza del centro de la discusión a la Unión Europea, UE, y deja sinsabores en el flanco occidentalista.
Las intenciones de Rusia son claras: sostener los cuatro oblast (departamentos) anexionados durante la guerra en Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón; desbloquear la economía; limitar la expansión de la OTAN hacia oriente; legalizar los partidos políticos de Ucrania favorables al Kremlin u opuestos a la guerra; redefinir la arquitectura de seguridad euroasiática y romper la interinidad presidencial de Volodímir Zelenski.
Así, Ucrania tendría que celebrar elecciones parlamentarias y presidenciales tras la firma de los acuerdos, lo que beneficiaría a Aleri Zaluzhni, principal opositor de Zelenski.
Por su parte, Estados Unidos busca desplazar el pivote bélico hacia Medio Oriente con el respaldo de las monarquías petroleras. Recientemente, se ha ratificado a Arabia Saudita como uno de los países intermediarios para conseguir el cese al fuego hacia el mes de abril.
Trump busca cobrarse ─con creces─ los 175.000 millones de dólares de apoyo económico y bélico que Estados Unidos ha inyectado a la guerra desde febrero de 2022. Según ha afirmado, el costo del conflicto se reembolsará a través del suministro de recursos en “tierras raras” por un valor de 300 mil millones de dólares, casi el doble de lo “invertido” en una afrenta que se cobra más de doce mil vidas del lado ucraniano, según derechos humanos de la ONU.
En las sombras
Conforme a la ecuación planteada entre Putin y Trump, el peso de la reconstrucción de Ucrania deberá recaer sobre las arcas de la UE. En ese caso, Ucrania entrará en un lento proceso diplomático para su incorporación al bloque europeo, lo cual tendrá resultados recién en 2030.
La imposición de neutralidad a Ucrania, uno de los puntos más favorables a la agenda rusa, rompe la condición de “indivisibilidad de la seguridad” que permite a los países celebrar sus propias alianzas con la OTAN.
Tras una reunión de emergencia en París, a la que asistieron el canciller alemán, Olaf Scholz; el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez; y los primeros ministros de Países Bajos, Dick Schoof; y Polonia, Donald Tusk, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, aseguró que “Europa está preparada y dispuesta para dar un paso adelante, para liderar la tarea de proporcionar garantías de seguridad para Ucrania”.
La postura de Rutte pone en evidencia el timonazo de la política bélica de la Europa central y el cambio de 180 grados frente a la apuesta expansiva que ha sostenido en los últimos tres años, focalizada en la derrota de Putin en el frente oriental.
Zelenski, un cero a la izquierda
El Kremlin deberá recapitular en la “desnazificación” y la desmilitarización de Ucrania. Si bien la apertura de comicios electorales podrá reposicionar los enlaces rusófilos en Kiev, lo cierto es que no hay indicios de proscripción al ala banderista de la ultraderecha ucraniana, llamada así en alusión al líder nazi de la Segunda Guerra Mundial, Stepan Bandera.
Sin embargo, el desplome inminente de la figura de Volodimir Zelenski, tratado como un cero a la izquierda luego de la bilateral entre Putin y Trump, podrá arrastrar al precipicio a los sectores guerreristas y antirrusos que vienen acumulando poder desde el Euromaidán en 2014.
La catástrofe real de la UE y de Ucrania, y el punto clave de la victoria rusa, es la redefinición de los límites fronterizos que la OTAN imprimió a sangre y fuego sobre Europa tras la caída del telón de acero. Ucrania no recobrará las fronteras de 1991 y mucho menos podrá concretar las aspiraciones atlantistas del 2014.
A despecho de un final triste, la derrota en el frente oriental encamina al proyecto europeo hacia un nuevo encuadre global, en el que parece posicionarse como una potencia de segunda, o en el peor de los casos, una semicolonia al servicio total de los Estados Unidos.