jueves, abril 10, 2025
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Algunos apuntes sobre el Plan de Desarrollo de Peñalosa en Bogotá

El Concejo, las instituciones, los partidos políticos y la ciudadanía sobran ante la decisión, y son apenas instrumentos de legalización del interés privado y lucrativo de unos pocos. Siempre ha sido así, es cierto, pero hoy por hoy su grado raya con el cinismo.

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Cristian Hurtado S.
Antropólogo y Arqueólogo Universidad Nacional de Colombia

Culmina el pupitrazo del Plan de Desarrollo Distrital con un sinsabor en la ciudadanía bogotana. Sin duda se trató de un “golpe de mano” de la Administración distrital al incorporar en el proyecto aprobado un grueso paquete de medidas, facultades especiales, privatizaciones y proyectos que concentran el proyecto de ciudad neoliberal y autoritaria abanderado por Enrique Peñalosa. Sin embargo, la victoria de Peñalosa y socios es parcial, por cuenta de los desgastes y evidencias de crisis política que este proceso hizo públicos, evidentes, y que de seguro cada vez pasan desapercibidos a menos personas. En nuestra opinión, proponemos algunos:

Crisis del esquema de participación política

Muchos y muchas de quienes apoyaron al actual alcalde y bancada al Concejo, fueron tomados por sorpresa con este Plan de Desarrollo. En general, muchas de sus propuestas y compromisos de campaña fueron borrados de un plumazo en el PDD. El desgaste de la imagen del alcalde es cada vez más insostenible, y por tanto, sus planes y acciones son carentes de un arraigo social que les resta efectividad. La lógica política electoral de las promesas incumplidas adquiere una lección ejemplificante a los votantes que no hacen parte de las redes clientelares.

En segundo lugar, está la estrategia de socialización y participación del Plan de Desarrollo. Como se ha advertido, dichos espacios no tuvieron acceso a información completa, veraz y oportuna para deliberar; y de más no está decir: las propuestas contrarias al modelo de ciudad de la Alcaldía y socios apenas sí se tuvieron en cuenta para ser registradas como pruebas de participación, mas no derivaron en modificar ni una coma de los textos finales.

Crisis de representación política

Si el elegido para recuperar Bogotá cambió el libreto a última hora y en el momento decisivo para sorpresa de sus votantes; menos descarada fue la actuación de la gran mayoría del Concejo Distrital. Temas como la expansión urbana hacia el norte, que abre la puerta a que se presione la urbanización de la Reserva Thomas Van der Hammen; la enajenación de acciones de la ETB; el metro subterráneo y la base impositiva, fueron objeto de fuerte y masivo rechazo ciudadano.

Ninguno de estos llamados desde las gentes del común fue tenido en cuenta por las grandes bancadas en el Concejo, mal llamado espacio representativo de la ciudadanía bogotana. La ruptura entre empresarios-concejales, clientes votantes y la mayoría de las gentes del común bogotanas es patente, y al final, la sensación de desde la ciudadanía proponer un diálogo a una pared es la desafortunada conclusión. El Concejo, salvo valientes excepciones en minoría, no canaliza ni representa las aspiraciones, expectativas, reclamos y propuestas ciudadanas.

Crisis del sistema de partidos

Ni la alcaldía, y pálidamente los medios, atendieron una carta firmada por 17 congresistas calificando de inconveniente la venta de ETB. Congresistas de los partidos Liberal, de la U, Polo Democrático Alternativo, Alianza Verde. A contramano, los concejales de los mismos partidos, con la excepción del Polo Democrático, votaban a favor de la enajenación de la venta de ETB. La curiosa contradicción alude en últimas a la coherencia interna, en términos de construcción de opinión política sobre presupuestos ideológicos que determinan dichas agrupaciones partidistas, las cuales al parecer son inexistentes.

Es decir: ¿determina en algo a un concejal o congresista la adscripción a un partido político específico? ¿Se pueden asumir los partidos políticos como colectividades agrupadas bajo principios ideológicos que convergen en decisiones políticas comunes, concertadas? O, ¿se trata del partido como un requisito administrativo para acceder a un espacio de participación, o endosar una red clientelar? Al parecer, cuando menos, la figura de partido político, como agrupación coherente, brilló por su ausencia una vez más en este punto.

Crisis institucional

Se supone vivimos –¿sufrimos?– un sistema representativo, basado en mecanismos de participación en los que los partidos políticos son esenciales, componen la institucionalidad del régimen político y constitucional; acá referimos la contradicción entre instituciones ante el PDD, la cual, por demás, fue abiertamente aplastada por los socios de Peñalosa.

El Concejo Distrital para la Participación cuestiona el proyecto presentado al Concejo por ser distinto al presentado a dicho espacio, con lo cual se limitó el acceso a información completa y consistente para el diálogo; la Contraloría distrital alega la ausencia de sustento técnico en la propuesta de enajenación de la ETB, e incluso, sugiere que contrario a la inviabilidad producida por la Alcaldía y el gerente de la ETB, la empresa es rentable. Ambos conceptos, institucionales, son sencillamente desoídos. Con la gravedad, incluso, de implicar que la enajenación de ETB fue aprobada con desconocimiento por parte del Concejo, que recibió un deficiente estudio “técnico” horas antes de sesionar.

Precariedad y privatización de la política

Un aspecto de interés refiere a la, cuando menos, pobre discusión pública promovida por el Concejo Distrital y la Alcaldía ante el Plan de Desarrollo, sus implicaciones y justificación. Argumentos como el “no ser determinante en la votación” o “los costeños odian Bogotá y por ello se oponen”; o el vergonzoso “igual la ETB no se iba a salvar” de Venus Silva fue lo que quedará para el recuerdo del precario debate, y la mayor precariedad de los cabildantes para impulsar una discusión acorde al impacto del PDD. En últimas, las grandes decisiones, y los grandes debates de este Plan, como demostró Venus Silva en su “intercambio” para radicar la ponencia, se dan a puerta cerrada.

Se trata de una política privada, guiada por intereses particulares de redes clientelares, negociantes y lobistas, antes que una dimensión pública de construcción colectiva. En una situación así, el Concejo, las instituciones, los partidos políticos y la ciudadanía sobran ante la decisión, y son apenas instrumentos de legalización del interés privado y lucrativo de unos pocos. Siempre ha sido así, es cierto, pero hoy por hoy su grado raya con el cinismo. En una lógica de la política privada, el pragmatismo de la transacción apoyo-prebenda es la nota dominante, y el cinismo, la justificación.

La paz no es un tema urbano

De allí, entre otras cosas, la coincidencia de intereses entre las facciones de la derecha bogotana. Ante el tema urbano comparten la perspectiva de seguridad, expansión urbana como motor del sector financiero e inmobiliario, y la paz, como tema rural y por tanto, ni fuente de polémica entre facciones, ni asunto de importancia en un Plan de Desarrollo Distrital. El único sector que ubicó el tema paz en el PDD fue el Centro Democrático, en su intento de aprovechar el Plan para cerrar la puerta a la ZRC del Sumapaz alegando se trata de una zona de concentración de la insurgencia.

Los límites de la dispersión creativa

La dispersión creativa es el motor de los movimientos, y un potencial en las dinámicas de acción colectiva. Sin embargo, la disputa política ante el PDD por parte del campo popular dejó abierta la reflexión acerca de la necesidad de madurar los espacios de convergencia, y revisar su alcance: ¿hasta qué punto interpelan dichos espacios a las fuerzas vivas de la sociedad?

De lo anterior, surgen tres reflexiones, tan parciales como estas notas:

En primer lugar, la necesidad de madurar los espacios de convergencia, fortalecerlos y ampliarlos. Sin embargo, al hablar de ampliación no nos referimos a la igualmente malsana lógica de sumar siglas o sillas en los espacios; se trata de seducir, de canalizar rabias, de juntar rebeldías y desobediencias ciudadanas que están allí en la cotidianidad urbana; ajenas, enajenadas, esperando una lógica coherente y participativa de acción común para defender lo que nos pertenece: el derecho a la ciudad, la defensa de nuestros bienes comunes.

Dicha maduración de los espacios de convergencia, que contribuya a concertar objetivos y descentralizar acciones dando lugar a la creatividad y creación de las gentes del común, debe apropiar el reto que tiene por delante: se trata no sólo de detener reformas, de contener arremetidas; el reto hoy está en converger también un modelo de ciudad, un sueño colectivo, y dotarle de un cuerpo, un movimiento ciudadano, que lo lleve a cabo. Para una tarea así, no basta con revocar al alcalde –que hay que hacerlo– sino caminar arrancando la mala hierba del neoliberalismo, del autoritarismo y el paternalismo patriarcal de antaño para sembrar la semilla del buen vivir. Es un proyecto de ciudad, un proyecto de vida para el campo alternativo.

Por último, no está demás resaltar que la crisis del poder constituido, acá esbozada quizá superficialmente, implica una lección valiosa: el punto de quiebre, la ruptura o inflexión que abra paso a las transformaciones favorables a las gentes del común, debe ser externa a la institucionalidad, debe romper con ella.

El marco actual de los partidos tradicionales, los canales institucionales cooptados por el clientelismo, y espacios como el Concejo, son obsoletos instrumentos históricos de la vieja política. Lo nuevo, que se resiste a nacer, debe emerger de afuera y tomar el cielo por asalto. Es decir, es la acción colectiva, común, concertada, creativa y creadora, desde la cotidianidad de las gentes del común –el barrio, la universidad, la calle– la cuna de la nueva ciudad.

REMA-ACPP

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