El guion de la guerra híbrida sigue los manuales de la Guerra no Convencional del Pentágono, dirigido a desconocer los resultados de las urnas y desestabilizar al país
Alberto Acevedo
Desde el mismo domingo 28 de julio, en las horas de la noche, cuando aún no habían cerrado sus puertas todos los centros de votación en Venezuela y, por consiguiente, no había tampoco un boletín oficial del Consejo Nacional Electoral, el país entró en una nueva fase de guerra híbrida de amplio espectro, impulsada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos, dirigida a desconocer el resultado de las urnas y desestabilizar al país para imponer un gobierno títere, afín a los intereses de Washington.
La versión de que se habría producido un fraude electoral se repitió en forma simultánea y con gran eco en los medios de comunicación corporativos, en Caracas, Washington, Miami, Bogotá, Buenos Aires y cincuenta capitales más.
Al día siguiente, se produjeron en varias ciudades de Venezuela motines, incendios de vehículos, edificios de oficinas estatales y privadas, es decir, la fórmula de las conocidas ‘guarimbas’. Organismos internacionales de ‘derechos humanos’ reclamaron de inmediato ‘garantías’ para la oposición y libertad para los presos políticos. Los presos políticos eran los guarimberos que, con las manos en la masa, algunos drogados, habían sido aprehendidos por los organismos de seguridad del Estado.
Secuencia de golpe de Estado
El guion de la guerra híbrida sigue los manuales de la Guerra no Convencional del Pentágono, dirigido a desconocer los resultados de las urnas y desestabilizar el país. Combina la ciberguerra con la guerra urbana paramilitar, junto con una extendida campaña de intoxicación (des)informativa en los medios hegemónicos y las llamadas redes sociales, que en esta ocasión han tenido a Elon Musk como nuevo actor del complejo digital-financiero y a uno de sus principales protagonistas.
En Venezuela, además, se había configurado una secuencia de golpe de Estado continuado, que se intensificó en junio pasado con sabotajes contra el sistema eléctrico e infraestructura crítica, intentos de magnicidio, un apagón informativo sobre la campaña de Maduro y un intento de sabotaje en la madrugada del 27 de julio en la subestación eléctrica de Ureña, que de haber prosperado hubiera afectado el servicio eléctrico en los Estados de Táchira, Trujillo, Apure, Barinas, Yaracuy, Mérida y Zulia.
Todo esto, a pocas horas de abrirse los puestos de votación. La intentona buscaba generar un apagón eléctrico en el occidente del país para sembrar el caos el día de las elecciones.
Modus operandi
En el caso de Venezuela, la estrategia de guerra híbrida no es nueva. Fue diseñada como la herramienta más expedita para derrocar al gobierno bolivariano desde el momento mismo en que Hugo Chávez llegó al poder. Y aunque, según expertos, la definición de guerra híbrida es aún imprecisa, se sabe que esta es también la síntesis de varios tipos de guerra: guerra convencional, guerra asimétrica, guerra irregular, guerra no lineal, ciberguerra, entre otras. Un tipo de guerra en el que no hay límites porque todo se vale.
Se desarrolla a través de ataques indirectos combinados para la desestabilización política, cuyo fin es derrocar a los gobiernos enemigos de Estados Unidos, usando métodos de guerra psicológica o de Cuarta Generación, que justifiquen ante la opinión pública internacional la remoción de determinados gobiernos.
Se crea a través de medios convencionales o no convencionales, ejecutados por operadores militares, paramilitares o civiles; generar un caos para poner al Estado objeto de ataques en una situación que lo obliga a colocarse a la defensiva.
Golpe de gracia
Todo esto acompañado de una campaña de manipulación, previa o simultánea, en la que la prensa tiene un papel destacado, reforzada con la activación de las redes sociales como escenario de batalla, a la que se suman ciertos líderes políticos, expresidentes, intelectuales, académicos, voceros de una pretendida izquierda light y, desde luego, la aparición de una ‘comunidad internacional’ hecha a la medida de los poderes transnacionales, que establece un cerco diplomático para facilitar el golpe de gracia.
Y esta estocada final puede ser bajo el ropaje de una intervención humanitaria, como se ha dado en países de Centroamérica y las Antillas, y como se ha tratado de hacer en el caso de Venezuela, la última vez desde Colombia, a través del principal puente internacional fronterizo, acompañada de un megaconcierto y generoso cubrimiento mediático.
En el caso de las elecciones del 28 de julio, si bien la jornada transcurrió con normalidad, ya se había activado una intensa campaña de desinformación a favor del candidato Edmundo González, seguido de un ataque cibernético masivo contra el sistema de transmisión de datos del Consejo Nacional Electoral, lo que afectó el proceso de totalización de cifras, retraso que cayó como anillo al dedo a la agenda golpista de María Corina Machado y sus patrocinadores de la Casa Blanca.