sábado, abril 19, 2025
InicioInternacionalVenezuela: La conciencia crítica y la revolución

Venezuela: La conciencia crítica y la revolución

Aunque sabemos que la paz perpetua como un absoluto no existe, es necesario enfatizar que la democracia se desarrolla y se fortifica en el reconocimiento de las diferencias.

Ilustración Etten Carvallo
Ilustración Etten Carvallo

Nelson Guzmán

Nunca en la historia humana ha habido paz absoluta. Mantener el equilibrio de una sociedad exige comprensión de las partes. Sin persuasión y sin dominio de un polo es imposible convivir. La hegemonía se da en las sociedades a partir de la eficacia. Los pueblos necesitan siempre de las mediaciones. En estos 14 años de Revolución Bolivariana el pueblo ha asumido con claridad el estado de la conciencia para sí; esta requiere de convicciones, de demostraciones que manifiesten el bienestar que se vive.

Los Centros de Diagnóstico Integral indican un notable progreso en la condición de vida del hombre humilde. El fariseísmo de una oposición desbocada la ha emprendido contra la obras del gobierno de Chávez y de Maduro. Los consejeros del imperio pensaban que solo con dislocar la economía el triunfo estaba resuelto.

El golpe ha estado permanentemente en el escenario en estos 14 años de gobierno socialista. Factores como la Iglesia han sido catalizadores de esta empresa. Monseñor Velazco pensó en 2001 que Chávez renunciaría a su magistratura. El error de la oposición fue contar los pollos antes de nacer. Los curas ultramontanos no se habían dado cuenta que en Venezuela la moral revolucionaria había llegado a los barrios, y así como había resurgido este ímpetu por recobrar la libertad perdida, en el sur del continente sucedía lo mismo.

La historia es un proceso complejo que requiere y necesita de la tempestad. La Cuarta República calmó las almas de los condenados con pequeños mendrugos de pan, ya no se podía hacer lo mismo con la presencia de Chávez. Otros resortes históricos se estaban moviendo, estaban en el escenario los movimientos feministas, los indianistas, los sectores que se reclamaban de la africanidad. El país había reaparecido de sus entrañas.

El Presidente le recordaba a cada momento a los pueblos las largas horas de penurias y sacrificios pasados. De pronto se hizo la luz y esa gente comenzó a comprender las causas históricas de su exclusión. Los gobiernos adeco-copeyanos trabajaron para convertir las instituciones universitarias en simples acólitos de la reacción. En los años sesenta, setenta y ochenta campeaba la idea del ascenso social. El betancourismo jugó a crear un sector medio desclasado que interviniese en el juego social como elemento conservador. Los sectores de la base de la pirámide social constituían un problema para el ideario desarrollista.

Aquella clase media que había jugado papeles heroicos el 23 de Enero de 1958 y que se dejaba abrir el corazón por la nacionalidad y la Patria, observaba una conducta más pragmática, pensaba en la riqueza fácil y en la vida sin sobresaltos. Muy atrás parecían haber quedado los ideales del revolucionario romántico. El modelo económico que seguíamos era el de la economía de puertos, en el país las diferencias sociales eran abismales. La burguesía venezolana se acostumbró a vivir atada al faldón del Estado. No corrían el riesgo de la inversión.

Cuando Chávez llega al poder el pesimismo cundía en el tejido social de la República. El precio del petróleo estaba por los suelos. La burguesía pretendía subastar nuestra riqueza del subsuelo a los gringos. Todo el que se oponía era castigado, enjuiciado o mandado de una vez al cementerio. El pueblo se hastió de aquel bárbaro modelo. Los adecos y copeyanos dilapidaron las riquezas de dos generaciones. La intelectualidad que hoy defiende un modelo entreguista padeció en su pellejo los días del terror. Aquí nunca ha habido paz, a no ser la de los sepulcros. Nuestra epopeya libertadora se hizo porque el pueblo sabía que no había otro camino.

Venezuela como país había sido negada hasta la exacerbación. La música venezolana había sido relegada a los espacios de las cinco de la mañana. El hambre fue un estigma que persiguió a la generación de los ochenta, la desaparición era un hecho común. Se había impuesto la violencia, quien se equivocara iba a dar a los calabozos.

Algunas veces me pregunto cuál es la Venezuela bonita que recuerdan, la de las desapariciones forzadas, las de dispara primero y averigua después, la de la ley de fuga. Los ingresos de los pensionados y jubilados en esa época eran míseros. Será que en este país hay un sector que añora el barraganato de Blanca Ibáñez, será que se habrá olvidado el Viernes Negro.

Hoy la derecha invoca como única solución la vía de las armas, lo hacen desde su lenguaje de doble rasero y de hipocresía. Hay que decirlo con claridad: matar como cochinos a los contrarios políticos no es sino una ética fascista que invoca la fuerza como mediador irracional. Aunque sabemos que la paz perpetua como un absoluto no existe, es necesario enfatizar que la democracia se desarrolla y se fortifica en el reconocimiento de las diferencias. Esto se ha negado a aceptarlo una oposición que ha sido derrotada en 18 de 19 elecciones que ha habido durante estos 14 años de gobierno revolucionario, las cuales han tenido el aval de observadores internacionales como el Centro Carter.

No podrá haber acuerdo mientras las cartas de la oposición sigan cargadas. La Iglesia católica venezolana no es ningún organismo neutro y confiable para construir la paz, ha estado allí presente en todos los intentos fallidos de derrocar al gobierno socialista. Basta escuchar la retórica descalificadora hacia los colectivos que tiene el cardenal Urosa Sabino. La Unasur ha sido suficientemente clara: en Venezuela hay un gobierno democráticamente elegido. La única opción que tiene la oposición para llegar al poder es esperar los lapsos claramente señalados por la Constitución Nacional para celebrar elecciones.

De nada sirve mantener en vilo la vida de los venezolanos con las guarimbas o matando civiles y guardias nacionales. La conciencia histórica ha madurado. Venezuela es un país diverso que sabe que la única vía civilizada para dirimir las diferencias son las leyes, y éstas son expeditas en esta materia. Los demás caminos invocarían la convulsión, los enfrentamientos en las calles, las guerras civiles.

Este mes y medio de violencia financiado por el imperio y por una burguesía apátrida que no hace sino cumplir las agendas imperiales, han demostrado lo nefasto que sería para el país invocar a Belona. Luego de los enfrentamientos no queda sino levantar cadáveres y la reconstrucción del país. El delirio esquizofrénico de la oposición es muy peligroso, los jefes y los constructores de esas neurosis viven en el imperio.

Ciudad Caracas

RELATED ARTICLES

Most Popular

Recent Comments

Rodrigo en No hay dos demonios
Rodrigo en Petro en la mira
Rodrigo en 30 años sin Manuel
Rodrigo en ¿No se dan cuenta?
Rodrigo Carvajal en Elefantes blancos en Coyaima
Rodrigo Carvajal en No Más Olé
Rodrigo Carvajal en ¡A hundir el acelerador!
Rodrigo Carvajal en Semana contra el fascismo
Rodrigo Carvajal en Ucrania, ¿Otro Vietnam?
Rodrigo Carvajal en ¿Quién es Claudia Sheinbaum?
Rodrigo Carvajal en Odio y desinformación
Rodrigo Carvajal en La inflación y sus demonios
Rodrigo Carvajal en No cesa la brutalidad sionista
Rodrigo Carvajal en Putin gobernará hasta el 2030
Rodrigo Carvajal en De Bolsonaro a Lula