sábado, agosto 31, 2024
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De la vigilia a la política

 

Óscar Sotelo
@oscarsopos

El pasado 30 de octubre, en el corregimiento de San Juan de Oriente del municipio de La Paz, Cesar, se llevó a cabo la vigilia por la paz organizada por el Bloque Martín Caballero de las FARC-EP, como una iniciativa nacional de la insurgencia para proteger el cese bilateral al fuego y definitivo, amenazado por una coyuntura de incertidumbres y tensiones.

Este acercamiento entre campo y ciudad, insurgencia y base social, guerrillerada y ciudadanía, es uno de los laboratorios con los cuales las FARC quieren ensayar su puesta en escena, el repertorio y los discursos para el futuro. También es una oportunidad para conocerlos y reflexionar sobre sus retos políticos.

El fantasma del proselitismo armado, que invocaron los enemigos de la paz cada vez que quisieron sabotear la historia, debe difuminarse. Las FARC estaban de civil, sin armas y de blanco. El país formal, es decir, Estado e instituciones, gobierno nacional y gobiernos regionales y locales, los opositores de la paz, partidos políticos, medios de comunicación, iglesias y gremios, y el país real, la gente y sus cotidianidades, tienen que dejar de estigmatizar o sorprenderse con lo que es una realidad. Las FARC son un actor político que estará en la calle, la carretera, el barrio o la vereda. De eso se trata la paz y el acuerdo ya firmado.

Y así cumplieron con la misión que se trazaron con las Vigilias. Hicieron que ese espacio fuese un escenario genuino para la convivencia entre las gentes, la espiritualidad y la insurgencia. Sin bien la guerrillerada era reconocible, ya que los delataba su camiseta blanca y el compromiso por cumplir la tarea designada en el evento, no existían jerarquías políticas en el acto.

El teatro tradicional de la política colombiana (donde incluso la izquierda no plantea diferencias) materializa un odioso y agudo abismo entre direcciones y bases, dirigencia y gente. En La Vigilia de La Paz, las FARC se confundían con la gente, lo cual no debería sorprender pues nadie puede negar que son del pueblo y de abajo. Pero tratándose de un evento político, la guerrilla plantea diferencias que son positivas para un nuevo escenario de participación que demanda cambios en el cómo y sus formas.

Si bien siempre han hecho política con armas, la oportunidad que les abre el acuerdo les apasiona. Y es que independientemente del resultado desfavorable en el plebiscito, la crisis que hay en el escenario de paz y la no definición en la X Conferencia de su futuro político salvo la convocatoria al Congreso constituido del partido político, las FARC se están pensando y preparando como un actor político nacional con incidencia en los territorios.

El hecho de que estén proyectando al total de la guerrillerada, que en su gran mayoría son desconocidos y por lo general jóvenes, nos plantean ese pensarse-prepararse para la política. Años y años formando a sus cuadros en la escuela marxista latinoamericana y en la disciplina leninista de lo militar, cristalizan un sujeto político compacto, hecho de seres humanos preparados para la batalla de ideas.

Sin embargo estos laboratorios tienen que generar algunas reflexiones sobre los retos inmediatos que tienen para su futuro político.

En primera medida, la estrategia política debe partir de una apuesta decidida por seducir y ganar los corazones y consciencias, no solo de su base histórica, sino de las mayorías sociales que tienen una imagen distorsionada y negativa de la insurgencia. La batalla de ideas demanda conquistar posiciones decisivas, lo cual requiere cualidades excepcionales de creatividad e invención. Somos mejor que esas derechas (y de paso de esas izquierdas) que calculan los repertorios con tamales y promesas electorales. La plaza pública tiene que combinarse con otros ejercicios de la construcción política, proyectando diferencias con la nociva politiquería.

En segundo lugar, las FARC tienen que mejorar en las formas comunicativas. Lo militar no deja de ser una relación mando-obediencia entre una estructura jerárquica construida sobre las dinámicas de la guerra. Construir pueblo significa en todo caso dirigir, pero también discutir, escuchar, proponer, recoger, involucrar, en otras palabras comunicar.

Si el interés es que el campesinado se empodere de los acuerdos para que en la movilización social se hagan efectivos, se tiene que superar la estructura del discurso emisor (saberes) – receptor, y el lenguaje cargado de categorías políticamente correctas que solo entiende la minoría cualificada. Las FARC deben trascender su acción comunicativa territorial de lo militar a lo político, y en eso tienen un reto inexorable.

Involucrarse en las dinámicas territoriales es el tercer reto de la insurgencia en el plano político. Ellos mejor que nadie conocen los territorios, sus problemáticas y sus perspectivas. Pero una cosa es alzados en armas, otra en la batalla de ideas. Empoderar a la base histórica, estudiar, reconocer y trabajar en los territorios, entender e involucrarse de las dinámicas urbanas, impulsar la movilización, son tareas inmediatas que abren una ventana de oportunidad para llevar a cabo la tarea conjunta de construir pueblo para las transformaciones.

Ante la crisis de dirección en el campo democrático (que nadie reconoce) creo que las FARC tienen el reto de oxigenar e impulsar relevos, no necesariamente desde el enfoque generacional sino desde el enfoque político. Por lo tanto la insurgencia no puede tener ningún tipo de vacilación en continuar proyectando sus cuadros, que como ya dijimos son anónimos y en su mayoría jóvenes. En La Habana seguramente están tranquilos, su guerrillerada está formada y dispuesta a asumir tareas. El reto es que no se dejen permear por nuestros errores e incertidumbres.

Conocer a las FARC en este momento es como un susurro suave y delicado en la nuca. Seguido a la petrificación, está la reflexión y el re-pensarse la política desde abajo… Los retos son de ellos, pero también nuestros.

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