Pinzón, ese ministro de la guerra ya trasladado oficialmente al oficio de “lamebotas” del imperio, mas no retirado aún, sigue atizando en Colombia los odios que alimentan la violencia. Lo mismo hacen otros desde posiciones de poder no gubernamentales.
Alfonso Conde
Hay en funciones un ministro del despacho que desde siempre ha parecido el vocero oficial de los guerreristas del campo y la ciudad. Le disputa al iluminado Uribe y al procurador el papel de incendiario mayor en la tarea de perpetuar una guerra que sólo sirve a esa minoría que ha acumulado y sigue acumulando capital a partir de la expropiación violenta de la inmensa mayoría.
Pinzón, ese ministro de la guerra ya trasladado oficialmente al oficio de “lamebotas” del imperio, mas no retirado aún, sigue atizando en Colombia los odios que alimentan la violencia. Lo mismo hacen otros desde posiciones de poder no gubernamentales: generales en retiro que vociferan en espacios televisivos de opinión (NTN) barbaridades que harían sonrojar de vergüenza, por lo estúpidas, aun a sus colegas ex militares, nos hacen pensar en el peligro inmenso que representa la barbarie, en todas las acepciones de la palabra, en control y posesión de la fuerza armada del estado.
Esos ministros y ex generales, unidos al latifundismo y a los otros vividores que desde siempre han impuesto sus intereses por encima de las necesidades de los habitantes de este país, son enemigos de la paz.
La construcción de una sociedad civilizada, en donde las fuerzas sociales y políticas tengan el derecho real a la expresión, a la asociación, a la participación en las decisiones del Estado, no podrá realizarse mientras se mantengan los enemigos de la paz incrustados en los poderes públicos, incluidas claro está las Fuerzas Armadas, como quintacolumnistas para sabotear el proyecto democrático. Los aparatos armados del Estado tienen que ser depurados de la locura belicista. Son decisiones de gobierno. Y en el gobierno, la participación de esa locura depende en buena medida, a pesar de las restricciones a la democracia, de la expresión de los colombianos. Defender la paz sigue siendo, hoy más que nunca, la tarea fundamental.
Se aproximan elecciones de gobernantes y legisladores locales y departamentales que, en alguna medida, definirán tendencias en esos territorios. A pesar de las dificultades tradicionales de la construcción de la unidad popular, deben extremarse los esfuerzos por su logro en la mayor parte del territorio nacional. Se requiere anteponer el objetivo principal por encima de los intereses particulares de acumulación política. La unidad será garantía de avance hacia la democracia.