Recientemente Netflix lanzó la serie “Griselda”, sobre la vida de la reconocida narcotraficante del Cartel de Medellín en la década de 1970. La producción ha desatado una vez más la polémica sobre las narcoseries
Anna Margoliner
@marxoliner
En una sociedad marcada por la desigualdad y un centralismo evidente que pareciera ocuparse de su capital únicamente, irrumpe de pronto un halo blanco de esperanza entre la selva y las montañas. Una mina de riqueza inagotable que parece ser la salida más rápida a las necesidades de un pueblo que ve a los ricos por televisión: la cocaína, alcaloide que se extrae de la planta de coca, convirtiéndose en algo insospechado para la historia reciente del país, una marca de sangre y vergüenza internacional.
Nadie puede decir en Colombia que nunca ha escuchado la palabra narcotráfico o que desconoce quién fue Pablo Escobar, héroe para algunos y villano para otros. Reconocido por su capacidad de maniobra gracias al poder que acumuló siendo líder del Cartel de Medellín, es una figura prácticamente internacional. Un fantasma que persigue a quienes tenemos pasaporte colombiano.
Sin embargo, la historia del Cartel de Medellín se fortaleció con una mujer que vio en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos un negocio muy lucrativo. Para ese momento ya existían varios líderes en la capital antioqueña que abanderaban y controlaban ese negocio, como los hermanos Ochoa. Ella, Griselda Blanco, se enfrentó a los grandes narcotraficantes del momento con un estilo particularmente calculador, frívolo y sangriento.
La historia
Blanco era una mujer cartagenera que llegó muy joven a Medellín con su madre y pronto empezó a delinquir mediante la conformación de pandillas de hurto y trabajar como prostituta.
La serie muestra, en seis episodios, una mujer que llega a Miami, junto con sus tres hijos, huyendo después de haber asesinado a su segundo esposo y dispuesta a crear una poderosa red de tráfico de cocaína. La historia que narra tiene varias diferencias con respecto a los hechos reales, pero conserva la esencia de Griselda y retrata como se desenvolvían las guerras por el control del territorio en que se distribuía el producto.
La narrativa de la película, consciente o inconscientemente, muestra a una mujer empoderada en medio de un mundo diseñado por y para los hombres, que logra tener el control de la ciudad durante tres años y cómo convence a través de su elocuencia a las personas para, incluso, llegar a morir por la red de tráfico.
Pero, ¿quiénes eran estas personas? ¿De dónde provenían? Inicialmente, Griselda recurre a las prostitutas que trabajaban con ella en la capital antioqueña, convirtiéndolas en “mulas” que llevan desde Colombia a Estados Unidos la coca metida en sus brasieres. Una alternativa tentadora para mujeres empobrecidas que sobrevivían vendiendo su cuerpo. Luego, se fortalece con los marielitos como eran conocidos en 1980 a los inmigrantes cubanos que llegaban desde el puerto de Mariel, Cuba, a la costa de La Florida.
En esta historia, Griselda se dirige a ellos a partir de la empatía, se reconoce como una mujer que lucha por sobrevivir en un mundo de hombres donde se le niega la palabra o se duda de su capacidad de acción. Ellos, tan vulnerables como ella misma, que se encuentra envuelta en un mundo en disputa por el poder que brinda el dinero del narcotráfico, quieren reclamar lo que les es negado por su condición de inmigrantes o de prostitutas. Ven en ella un ejemplo a seguir porque les promete algo que les fue negado como ciudadanas ─acceso a las necesidades básicas─ y como inmigrantes ─trato digno y respeto─.
Desigualdad en números
Según Carlos Enrique Ramírez y Johann Rodríguez Bravo, en su artículo Pobreza en Colombia: tipos de medición y evolución de políticas entre los años 1950 y 2000, existen varios indicadores con respecto al movimiento de la economía que permiten acercarse a las condiciones de vida de las personas con respecto a cómo se reparte la riqueza y los resultados de la productividad económica en un país. Uno de ellos es el Gini que “mide la inequidad o la desigualdad. Por desigualdad se entiende toda dispersión en la distribución de cualquiera de los factores de bienestar como el ingreso, la propiedad, el acceso a los recursos entre otros”.
“Para un país es indispensable analizar y solucionar el problema de la mala distribución de la renta, porque a largo plazo esto produce una reducción de los potenciales niveles de bienestar. El problema de inequidad es el más notorio de la pobreza. En el mundo, de los 23 billones de dólares que se producen sólo el 20% se queda en los países pobres, a pesar de que estos albergan el 80% de la población mundial”.
“El coeficiente de Gini varía entre 0 y 1 mostrando mayor desigualdad mientras más se acerque a 1, y menor cuanto más cerca esté de 0; si una sola persona acumulara toda la riqueza que se produce el coeficiente sería 1, pero si cada una de las personas consideradas obtuviera la misma proporción, entonces sería 0.
“Colombia, desde 1936, con el fracaso de la Reforma Agraria y el desarrollo del sector urbano, empezó a tener coeficientes de Gini por encima de 0.45. En promedio en los últimos sesenta años, Colombia tuvo un indicador por encima de 0.5”.
Para los años en que tienen lugar los acontecimientos de la serie, el índice Gini en Colombia marcaba la desigualdad en 1978 del 0.53 y en 1988 de 0.54. El afán de cubrir las necesidades básicas para el ciudadano promedio en Colombia existía en prácticamente la mitad de la población. A pesar de la consolidación del sector de la industria, esos resultados no eran suficientes para cubrir lo que la gente requería. La vulnerabilidad estaba a la vuelta de la esquina.
Otra narconovela
Como si no fuera suficiente la estigmatización hacia los colombianos, siendo reconocidos a nivel mundial casi como sucursales de los extintos carteles del narcotráfico, aparece otra serie que enaltece la vida de una de sus líderes. Si, mujer. Casi como una heroína que logra en su momento acumular una de las fortunas más grandes fruto del narcotráfico. Casi como si fuera el ejemplo que una colombiana promedio quisiera seguir, con una vida fastuosa y “fashionista” marcada por las muertes que le costaron llegar allí.
¿Acaso se puede tomar como una “oda” al feminismo? Una lectura pobre podría decir que sí, por el simple hecho de haber podido destacar en medio de un mundo que le impedía ser la jefe. Sin embargo, no solamente perpetúa el estereotipo negativo de los colombianos, sino que en un momento en que el feminismo ha tomado fuerza por sus justas reclamaciones, aprovecha el movimiento para vender falsas ídolas.
Parece ser que una vez más la narrativa de los narcos colombianos vendió un producto audiovisual en el mundo que, incluso, tiene un 88 por ciento de aceptación en Rotten Tomatoes, aún más protagonizado y producido por una de las actrices colombianas más famosas en el ámbito mundial.
El fantasma del narcotráfico no nos abandona. Se fortalece y pervive, además, en las estéticas culturales de la industria musical. Es imposible negar la existencia de los carteles o el impacto del narcotráfico en la sociedad colombiana. ¿Cómo podemos acabar con el fantasma de algo que, se supone, ya está muerto? ¿Acaso el sueño efímero del poder que le dio el tráfico de drogas a los cabecillas de los carteles sigue siendo un ideal en un país castigado por la desigualdad?