La reducción, en algunas regiones del planeta, de la población de obreros industriales y el surgimiento de variopintas formas de contratación, ha tendido a confundirse con la desaparición de la clase obrera. Pero tal cosa solo puede argumentarse si nos ceñimos a una definición formal y superficial del concepto
Alejandro Cifuentes
Tras el final de la llamada Guerra Fría, las ciencias sociales, embriagadas por la euforia del capitalismo victorioso, comenzaron a declarar que el proletariado había desaparecido. Según este argumento, la importancia de la información en los procesos productivos, el desarrollo del sector financiero, la desindustrialización en ciertas regiones del mundo y el peso que se le asignaba a las identidades en el desarrollo de los movimientos sociales, demostraban el fenecimiento de las clases, particularmente de la clase obrera.
Como era de esperarse, la conclusión lógica de esta idea es que cualquier proyecto alternativo y popular al capitalismo carece de sustento. ¿Para qué criticar al capitalismo si esta es en realidad una sociedad poscapitalista? ¿Para qué sindicalizarse si los obreros han sido reemplazados por compañeros de trabajo y emprendedores?
La desregularización y flexibilización laboral, que han rencauchado viejas formas de explotación reversando las conquistas sociales que costaron sangre a la clase obrera, ha logrado enmarañar a muchas organizaciones sociales y políticas, que han perdido de vista precisamente que la explotación humana sigue siendo la base sobre la que se fundamenta nuestra sociedad.
La reducción, en algunas regiones del planeta, de la población de obreros industriales, y el surgimiento de variopintas formas de contratación, ha tendido a confundirse con la desaparición de la clase obrera. Pero tal cosa solo puede argumentarse si nos ceñimos a una definición formal y superficial de la clase obrera.
El proletariado, producto histórico
Uno de los principales aportes de Karl Marx en sus investigaciones sobre economía y las dinámicas del capitalismo, fue señalar que en la sociedad capitalista existe, como en las demás sociedades divididas en clases que le precedieron, la explotación del trabajo humano. La sociedad capitalista, y la existencia de la burguesía, dependen de la apropiación del trabajo excedentario que produce la clase obrera, idea que se va a expresar por medio del concepto de plusvalía.
Estas ideas van a ser elaboradas, expuestas y explicadas al detalle por Marx en su obra culmen, El Capital. En el primer volumen, único que fue publicado estando en vida su autor, se detalla las formas como se produce y reproduce el capital, pero en términos generales el autor da por sentada la existencia de los actores sociales fundamentales de esta sociedad: la burguesía y el proletariado. Sin embargo, en la parte final del libro, Marx señalará que estas clases no han existido fuera del tiempo y del espacio, y que surgieron en un proceso histórico con características determinadas.
Para entender esta argumentación debemos remontarnos a 1846, cuando en La ideología alemana, Marx planteó buena parte de los elementos centrales de su filosofía de la historia. Allí señaló que las formas de vida social complejas, lo que llamamos “civilización”, se entrelazan con la aparición de sociedades divididas en clases. Esto, a su vez, tiene que ver con el surgimiento del trabajo excedentario.
Cuando los seres humanos comenzaron a producir más de lo que necesitaban para subsistir, el excedente hizo posible la aparición de clases privilegiadas. Surgieron grupos de personas que no debían trabajar para vivir, y este privilegio surgió del hecho de que estos se apropiaban del excedente de producción que era resultado del esfuerzo de las clases trabajadoras.
La producción es un hecho social, nadie produce de manera individual. Las formas en como los seres humanos producen sus subsistencias y se apropian del producto social excedentario ha cambiado a lo largo del tiempo y del espacio. Esto quiere decir que las formas en como nos hemos organizado socialmente para tomar de la naturaleza los elementos que hacen posible nuestra existencia, han cambiado a lo largo de la historia.
El capitalismo es una forma específica de organización social, cuya formación histórica Marx precisamente delinea en el capítulo XXIV del primer volumen de El Capital.
Allí, el autor alemán explica que para que se dé la formación del capitalismo, un modo de producción basado en la apropiación del trabajo excedentario mediante el salario, deben establecerse dos clases sociales: por un lado, el proletariado, trabajadores que para poder producir sus subsistencias no les queda más que su fuerza de trabajo; y por otro lado, un grupo de personas que concentran el control de los medios de producción, lo que les permite solventar sus necesidades sin mayor esfuerzo, pues garantizan su existencia explotando el trabajo ajeno.
El proletariado se formó, nos dice Marx, gracias a la expropiación y el despojo del campesinado y el artesanado, con la supresión de la propiedad comunal, lo que a su vez hizo posible una mayor concentración de medios de producción en manos de la burguesía.
Más allá del oficio
Cinco años después de la muerte de Marx, en 1888, se publicó una edición inglesa del Manifiesto del Partido Comunista –otro texto fundamental para entender la filosofía de la historia del autor alemán–, la cual contó con la aprobación de Engels, quien introdujo una interesante nota al pie al inicio del primer acápite, donde señalaba que por “proletarios se comprende a la clase de los trabajadores asalariados modernos, que, privados de medios de producción propios, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo para poder existir”.
En otras palabras, Engels estaba señalando que la clase obrera no se define por un oficio, el obrero industrial, sino en las relaciones de producción.
Esta idea recogía en buena parte las elaboraciones de El Capital, donde la clase obrera se entiende como la clase constituida por una amplia población de trabajadores asalariados, cuya actividad está ligada tanto a labores materiales como inmateriales. La producción hace posible la satisfacción de necesidades, y conforme se va dando tal cosa, aparecen nuevas necesidades, las cuales exigen labores complementarias que no necesariamente están ligadas exclusivamente a la industria pesada.
El problema de la clase no se reduce a la formalidad, como quiere hoy hacernos creer la teoría posmoderna. Es un problema de relaciones sociales de producción, tal como lo recogió Lenin en su discurso de 1919, Una gran iniciativa: “las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción […], por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo y, consiguientemente, por el modo y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen. Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo del otro por ocupar puestos diferentes en un régimen de economía social”.
Esto no quiere decir que las clases sociales de un modo de producción determinado, en este caso el capitalismo, sean marcos inflexibles que estén más allá de la historia. La dialéctica nos pone frente al hecho de que la realidad está sometida al devenir y la historia, es decir, la realidad, cambia, está en constante movimiento.
La clase obrera ha estado sujeta a cambios a lo largo de los años y sus características no serán las mismas según el contexto geográfico que estemos observando; pero esta está lejos de desaparecer, pues ella hace posible la existencia de un reducido grupo social privilegiado que no debe trabajar para garantizar su subsistencia.