sábado, julio 27, 2024
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Más allá de la economía popular

Reflexiones marxistas a propósito de la columna ‘No romantizar a los emprendedores’ escrita por David González Escobar en el periódico El Colombiano

Luis Fernando Rivera

David González Escobar, columnista del diario antioqueño El Colombiano, inicia su columna No romantizar a los emprendedores afirmando que: “En Colombia sufrimos una enfermedad que yo calificaría como el emprendedurismo tóxico: estamos obsesionados con ser ‘nuestros propios jefes’, ‘el número ideal de socios es impar y menor que dos’. Es un pensamiento presente en muchos. Tenemos arraigado el imaginario de que tener empresa propia está en una escala de valor superior”.

Y después de una serie de cifras tomadas sobre micronegocios, del DANE, concluye: “En vez de romantizarlo más deberíamos dejar de obsesionarnos con crear empresa propia, y más bien enfocar nuestros esfuerzos en forma de asociación que nos permitan salir de la ‘trampa de los micronegocios’ y transitar hacia la creación de más empresas grandes: es aquí donde se llega a la formalidad, a las mayores prácticas gerenciales y sobre todo a una mayor productividad. Hay que crear empresa, claro, pero hay que priorizar asociarnos hacia la creación de empresas grandes”.

Perspectiva marxista

Veamos el problema desde una perspectiva de la economía política y la lucha de clases.

La caída del régimen de servidumbre con la llegada al poder de una nueva clase, la burguesía, engendrada al interior del régimen feudal donde la mayoría de la población se ocupaba en las ciudades en algunas actividades manufactureras, las artesanías y el comercio, y en el campo, en actividades agrícolas, el campesinado pobre; y luego con el inicio de la primera revolución industrial, se dio origen al proletariado, a la clase obrera, y con ello al desarrollo acelerado de la construcción de un nuevo modo de producción, a cuyo interior se formaron las tres grandes clases de la sociedad capitalista: obrera asalariada, los capitalistas y los terratenientes.

Como lo señala Federico Engels: “Además de la burguesía y el proletariado, la gran industria contemporánea produce algo así como una clase intermedia, situada entre las dos primeras: la pequeña burguesía. Esta consta, en parte, de restos de los ciudadanos semimedievales y, en parte, de obreros que han subido a un nivel algo superior al general. La pequeña burguesía participa más en la distribución de mercancías que en su producción. Su principal papel es el comercio al por menor”.

Si bien el desarrollo del modo de producción capitalista tiene como objetivo obtener la plusvalía, la ganancia, se ve obligada a desarrollar permanente  y progresivamente las fuerzas productivas, y la división social y técnica del trabajo,  generando un acelerado crecimiento de la clase obrera, que luego se convertiría como lo señalara Lenin, “como su sepulturera, como la única fuerza capaz de reemplazarla”, pero a la vez conservando los sectores intermedios, los cuales en el procesos de desarrollo del capitalismo, han recibido diferentes impactos, en especial, los referidos a su movilidad social, a cambios cualitativos y cuantitativos, dependientes de las particularidades y del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, de los avances del conocimiento y de la tecnología.

Carlos Marx en el Manifiesto Comunista (1848) expuso: “Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado. Unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas más fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población”.

Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Es más, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la historia. Son revolucionarios, únicamente, por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado”.

Las revoluciones tecnológicas

En las últimas décadas del siglo XIX, el paso de la fábrica a la gran industria, el desarrollo de las fuerzas productivas, la centralización y concentración del capital que permitió al capital financiero colocar bajo su dependencia a todos los sectores económicos y pasar de la libre competencia, a la competencia monopolista, concentrar a miles de obreros en los procesos productivos, y con ello, la proletarización de amplios sectores de la pequeña burguesía.

Estos nuevos sectores radicalizaron las luchas del movimiento obrero, cuya máxima expresión, se manifestó en los últimos años de las décadas del año 1950 y la década de los años sesenta, que fueron conocidos como la Nueva Izquierda, que enfrentó, con una revisión del marxismo, lo que ellos denominaron la vieja izquierda.

Hoy, la cuarta y quinta revolución industrial han facilitado el incremento de la productividad del trabajo, impactando los procesos productivos y con diferentes estrategias, creando nuevas necesidades que conocemos como el consumismo, la sociedad de consumo, un nuevo modelo de acumulación del capital, el modelo neoliberal globalizador.

Estos nuevos conocimientos y su aplicación en los procesos productivos, han destruido muchos puestos de trabajo, un incremento acelerado de trabajadores en el sector comercial, financiero y de servicios, a la vez que ha significado la necesidad de cualificación del conocimiento en diferentes ciencias, priorizando políticas públicas hacia el estudio de nuevas tecnologías para atender los requerimientos de los diferentes sectores económicos.

El programa del Pacto Histórico

Al interior de pequeñas y medianas empresas exitosas, encontramos diferentes sectores intermedios que juegan un papel importante como auxiliares y proveedores de suministros y servicios a la industria, pero muchas de ellas no pasan de ser informales, pues emplean trabajo familiar y algunos trabajadores asalariados sin seguridad social.

Paralelo a lo anterior, como parte de la ideología y la política impuesta por el modelo neoliberal para contrarrestar el desempleo urbano y rural y la informalidad, han desarrollado una política para que amplios sectores sociales desempleados, marginados, sin seguridad social sean considerados “empresarios”, “innovadores”.

En nuestro país se presentan en general todas estas situaciones, en muchos casos más profundas. Esto pone de manifiesto la irracionalidad de la economía capitalista y la baja productividad del trabajo, común en la mayoría de países subdesarrollados.

Estas realidades merecen ser discutidas, corresponden a lo que se está llamando Economía Popular y hace parte del programa del Pacto Histórico, que directa o indirectamente, tienen implicaciones políticas, parece que ya el sujeto revolucionario es plural, los trabajadores comparten y aceptan la dirección compartida con la pequeña burguesía, y  las famiempresas y pequeñas empresas, con poco personal asalariado, se caracterizan por encontrarse dispersas, sin organización y sin educación política.

Se jactan de no tener “patrón”, se consideran empresarios a pesar de obtener ingresos muchas veces por debajo del salario mínimo, con jornadas de más de ocho horas diarias y que vemos en las calles, en las chazas, en las carretas con diferentes tipos de mercancías, muchas veces como intermediarios de los verdaderos propietarios, en la venta de tintos y en los cientos de miles de tiendas de barrio.

Hay que ver el problema y su solución desde una perspectiva de clase, para que se constituyan en cambios reales en la situación de la clase obrera y asalariada.

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