“Han muerto como mueren los leones/ peleando y rugiendo / espumosa la boca de canciones /de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo”
José Ramón Llanos
Miguel Hernández nació en Orihuela el 30 de octubre de 1910 y murió en Alicante el 28 de marzo de 1942. Orihuela es una ciudad de provincia, situada al sur de Alicante, capital de la Vega Baja de Segura. Al inicio del siglo XX era una sociedad de caciques con una apabullante influencia de la Iglesia, especialmente por la acción de la Compañía de Jesús. Este ambiente de fanatismo religioso permeó los primeros poemas de Miguel Hernández, un ejemplo:
Plegaria
¡Virgen morena! ¡Señora mía!
Hoy su alma inquieta
a vuestro templo lleva al poeta
para ofreceros la melodía
de su poesía…
Su sólida formación literaria
Muchos biógrafos y comentaristas no reconocen los sólidos conocimientos sobre la literatura española y francesa que tenía Miguel Hernández cuando arribó a Madrid a finales de 1931; tanto es así que el crítico Alejandro Duque afirma: “Pocos poetas de su edad tenían una formación literaria más sólida y completa que él. Conocía bien a Virgilio, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, a Góngora y Quevedo. El teatro de López y de Calderón le eran familiares”.
También es necesario acabar con la errada idea de que tuvo una escasa formación escolar; él asistió a la escuela hasta los 14 años, muy pocos niños de las zonas rurales tenían ese nivel de educación.
Miguel Hernández inicialmente pensó dedicarse a escribir dramas, por eso escribió la obra de teatro Quién te ha visto y quién te ve y sombra de los que eras, es una especie de Auto Sacramental similar a los de la Edad de Oro hispánica.
Caballo verde para la poesía
La amistad y el trabajo conjunto con Pablo Neruda, en los años 30, le permiten a Miguel Hernández despojarse de sus creencias mágico-religiosas y hacer el tránsito hacia el marxismo y su compromiso político social con el pueblo español y su lucha por la democracia.
Con el chileno fundó la Revista Caballo Verde para la Poesía. Ingresó al Partido Comunista y participó con valentía en la Guerra civil española. Durante el gobierno del Frente Popular ingresó en las Misiones Pedagógicas al lado de otros intelectuales. Al estallar la guerra ingresó como voluntario en el Ejército republicano.
Durante la guerra se casó con Josefina Manresa, compañera de toda su vida, quien durante largos años recopiló muchos poemas que permanecieron desconocidos. En esta época, publicó poemas en las revistas Horas de España, Nueva Cultura y el Mono Azul.
Infortunadamente, en 1938, murió su hijo y, al año siguiente, nació su segundo hijo. La muerte del primer hijo y el nacimiento del segundo durante algún tiempo fueron fundamento temático de su poesía.
Un lugar en la literatura universal
Derrotada la República retornó a Orihuela; allí fue condenado a muerte, le conmutaron la pena por la de cadena perpetua. En la cárcel de Alicante trataron de vejarlo y humillarlo, pero la reciedumbre y su valentía mellaron estos intentos. Prueba de ello son los poemas escritos en la cárcel.
Los primeros escritos de Miguel Hernández fueron recogidos en la Revista católica el Gallo Crisis, que dirigía Ramón Sijé, gran amigo de su época juvenil. Hernández escribió y publicó Perito de Lunas en 1934; El Rayo que no Cesa, 1936, Viento del pueblo 1937; Nanas de la Cebolla, 1939; El Hombre Acecha, 1939; Cancionero y Romancero de Ausencias, obra póstuma, considerada por la crítica como una creación señera de la literatura española. Alejandro Duque la valora así: “Su mejor y más auténtica obra. Llega Miguel entonces a la máxima desnudez y a la mayor eficacia expresiva”.
En solo nueve años dedicados a escribir sobre teatro y poesía le bastaron para ganarse un puesto destacado en la historia de la literatura de España.
Del libro El viento del pueblo
Nuestra juventud no muere
Caídos sí, no muertos, ya postrados titanes,
están los hombres de resuelto pecho
sobre las más gloriosas sepulturas:
las eras de las hierbas y los panes,
el frondoso barbecho,
las trincheras oscuras.
Siempre serán famosas
estas sangres cubiertas de abriles y de mayos,
que hacen vibrar las dilatadas fosas
con su vigor que se decide en rayos.
Han muerto como mueren los leones:
peleando y rugiendo,
espumosa la boca de canciones,
de ímpetu las cabezas y las venas de estruendo.
Héroes a borbotones,
no han conocido el rostro a la derrota,
y victoriosamente sonriendo
se han desplomado en la besana umbría
se han desplomado en la besana umbría,
sobre el cimiento errante de la bota
y el firmamento de la gallardía.
Una gota de pura valentía
vale más que un océano cobarde.
Bajo el gran resplandor de un mediodía
sin mañana y sin tarde,
unos caballos que parecen claros,
aunque son tenebrosos y funestos,
se llevan a estos hombres vestidos de disparos
a sus inacabables y entretejidos puestos.
No hay nada negro en estas muertes claras.
Pasiones y tambores detengan los sollozos.
Mirad, madres y novias, sus transparentes caras:
la juventud verdea para siempre en sus bozos
Canción última
Pintada, no vacía:
pintada está mi casa
del color de las grandes
pasiones y desgracias.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta mesa,
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
(de El hombre acecha)
Aunque tú no estás
Aunque tú no estás, mis ojos
de ti, de todo, están llenos.
No has nacido sólo a un alba,
sólo a un ocaso no he muerto.
El mundo lleno de ti
y nutrido el cementerio
de mí, por todas las cosas,
de los dos, por todo el pueblo.
En las calles voy dejando
algo que voy recogiendo:
pedazos de vida mía
perdidos desde muy lejos.
Libre soy en la agonía
y encarcelado me veo
en los radiantes umbrales,
radiantes de nacimientos.
Todo está lleno de mí:
de algo que es tuyo y recuerdo
perdido, pero encontrado
alguna vez, algún tiempo.
Tiempo que se queda atrás
decididamente negro,
indeleblemente rojo,
dorado sobre tu cuerpo.
Todo está lleno de ti
traspasado de tu pelo:
de algo que no he conseguido
y que busco entre tus huesos.
(de Cancionero y romancero de ausencias)