domingo, diciembre 1, 2024
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Fernando Botero, “abrió caminos de dignidad”

Cada pintura suya muestra un retazo de la historia de un pueblo que pervive entre las matanzas y el folclor de las fiestas

Leonidas Arango

Fernando Botero (Medellín, 19 de abril de 1932 – Mónaco, 15 de septiembre de 2023) fue un colombiano que, gracias a sus méritos, se insertó en el mercado mundial del arte hasta el punto de haberse convertido en una “marca país”.

Después de una obra juvenil original plena de exploración y vehemencia, en la década de 1970 aplicó su férrea disciplina de trabajo a profundizar una técnica impecable y a consolidar el estilo personal que alcanzó desde temprano. Sus pinturas se cotizaron, pero se hicieron abundantes como piezas de decoración en las salas de los ricos y famosos.

Nuestro alegato

El pintor abandonó la investigación visual, la creación intelectual y su arte se estancó a medida que el éxito comercial subía como espuma. “Botero se ha convertido en un aliado del poder, en un artista oficial alineado con cada gobierno, con una producción reciente abundante, repetitiva e intrascendente, perfectamente olvidable”, opinó en su momento el crítico de arte Halim Badawi.

Otros observadores del arte desconfiaron de la cercanía que estableció el maestro con las élites de Europa y con los alcaldes de grandes ciudades. Ya en la década de los ochenta las relaciones con el poder sacaron las bruñidas esculturas de Botero de las asépticas salas de exposición para montarlas en el bullicio de las avenidas de Nueva York, París, Hong Kong y Madrid.

Con total inocencia de los autores (que repudiaron el hecho sin vacilar), obras de Botero, Luis Caballero, Darío Morales y otros pintores alcanzaron precios extravagantes en subastas de Estados Unidos porque se habían transformado en moneda de cambio para el narcotráfico. Con la muerte o la captura de algunos capos las cotizaciones cayeron y el mercado del arte regresó a la realidad.

Nuestro alegato es: Fernando Botero tiene un espacio merecido en la cultura colombiana. No solo por el valor artístico de su obra temprana sino también por las generosas donaciones de piezas de él y de otros autores famosos que hizo a Bogotá, Cartagena y Medellín.

En la Plaza Botero de su ciudad natal, las esculturas interactúan con la comunidad que las toma como suyas abrazándolas y posando para selfis mientras que los niños corretean por entre ellas.

Las pequeñas reproducciones piratas de “boteros” que ofrecen los almacenes de artesanías nos llevan a reconocer que el espléndido color y los volúmenes del maestro ya son una “marca registrada” de Colombia, como García Márquez y Shakira.

La guerra y la Paz

La obra Masacre de Mejor Esquina (1997) retrata la primera matanza paramilitar en el departamento Córdoba, ocurrida el 3 de abril de 1988. Foto Banco de la República

Para muchos, las series que pintó Botero sobre la Violencia en Colombia mostraron que se había instalado en una burbuja social que lo desconectó de la realidad. Dice el sociólogo Elkin Rubiano, por ejemplo, que la muerte por violencia en Colombia no resulta un acierto artístico porque no es un elemento decorativo: “no podemos comer con la conciencia tranquila si frente a nosotros cuelga un cuadro que embellece a los cuerpos torturados y masacrados injustamente”.

En pinturas como Masacre en Colombia (año 2000) o Masacre de Mejor Esquina (1997) recoge Botero la tradición de Goya y de Picasso. Hizo en 1999 un “retrato” de Manuel Marulanda ‘Tiro Fijo’ en que vistió al guerrillero con traje camuflado y le dio un rostro de inexpresiva inocencia. A comienzos del siglo XXI realizó una serie de óleos sobre las torturas que aplicaron los invasores estadounidenses a miembros de la resistencia en la cárcel de Abu Ghraib en Irak.

Son denuncias honestas contra la violencia, en especial la que ha sufrido Colombia. Botero es Botero y cada pintura suya muestra un retazo de la historia de un pueblo que pervive entre las matanzas y el folclor de las fiestas.

Su escultura de gran formato El Pájaro, instalada en el centro de Medellín, fue destrozada con dinamita el 10 de junio de 1995. La administración municipal de entonces quiso explanar el sitio como si no hubiera pasado nada (del atentado quedaron veintitrés muertos y doscientos heridos), pero el escultor pidió dejar allí la chatarra retorcida a manera de “un monumento a la imbecilidad y a la criminalidad del país”, como manifestó. Regaló posteriormente una escultura similar, a la que llamó el Pájaro de la paz, que fue instalada junto al Pájaro herido.

En conmemoración del Acuerdo de Paz firmado con las FARC, el artista donó en 2016 a la Presidencia de la República el pequeño bronce Paloma de la Paz. “Quise hacerle este regalo a mi país para expresar mi apoyo y mi solidaridad con este proceso que les brindará un futuro de esperanza e ilusión a todos los colombianos. ¡Enhorabuena por Colombia!”, dijo en esa ocasión. El sucesor de Juan Manuel Santos, Iván Duque, despachó el bronce al Museo Nacional hasta cuando el presidente Gustavo Petro ordenó devolverlo a su destino original, la Casa de Nariño.

Es de esperar que la muerte de Fernando Botero dé paso a un necesario debate sobre su legado. Por ahora invito a compartir una frase lapidaria de la vicepresidenta Francia Márquez: “Su obra abrió caminos de dignidad”.

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